Capitulo 2

1275 Words
Santiago El viaje había sido por demás agotador y sumado a eso estaba ansioso y nervioso. Quince horas de vuelo y no me había preparado lo suficiente para volver a verla después de un año, para volver a baires con ella. Porque desde que tengo uso de razón, siempre fue ella. Celeste era la única constante de mi vida, aun cuando eso, ella no lo supiera. Nunca estuvimos destinado a conocernos, pero fue inevitable y caí rendido a sus pies la primera vez que me sonrió y sus ojos brillaron más que el sol. Y solo tenía doce años en ese momento. Quince años después, ella es la única mujer que me trae paz y tristemente es la única mujer que no puedo tener. No solo porque es mi mejor amiga sino porque, vivimos en dos mundos distintos y en el mío mi apellido solo crea linaje con apellidos de la misma estirpe. A mí me importa una mierda, pero la tradición de mi apellido lo indica sobre todo cuando soy el próximo en línea para hacerse cargo del imperio familiar. Salgo de la zona de embarque y es lo primero que veo, viene agitada corriendo hacia mí y mi instinto es soltar mi valija y sostenerla cuando se cuelga encima mío y con sus brazos rodea mi cuello abrazándome fuerte. La había extrañado tanto y por fin sentía que ya estaba en casa. —¡Estas Acá! — quiso separarse de mí, pero me aferre a ella como si del aire para respirar se tratara, en parte era así, hundí mi nariz en su cuello y deje que el dulce aroma a coco tan característico de ella, llenara mis pulmones. Nunca iba a confesarlo en voz alta, pero, en mi estadía en Londres había comprado su perfume para rociarlo en mi almohada, solo para sentirla más cerca. —También te extrañe— me miro y me sonrió, nuevamente parecía que sus ojos brillaban más que el sol y su sonrisa tenía el poder de acabar con cada cosa jodida en el mundo. Al menos en mi mundo. La baje y enseguida tomo mi mano, sin soltarla agarre la valija y la seguí hasta afuera del aeropuerto donde un taxi nos esperaba. Ayer le había dicho que pensaba quedarme esta noche con ella, no pensaba cambiar mis planes, mañana el mundo podría irse al infierno, pero esta noche seriamos ella y yo, como siempre fuimos. Celeste hablaba sin parar de todo, siempre lo hacía y yo no podía dejar de mirarla, un año lejos se sintió como una eternidad, sobre todo porque durante todos estos años, el tiempo que más permanecimos separados fue cuando tuvo varicela a los once. Desde que su mamá murió habíamos incluso, adquirido el habito de dormir en la casa del otro, por lo general siempre era yo quien se quedaba. Su casa tenía esa sensación de hogar que la mía no tenía. Cuando llegamos, baje la valija mientras ella pagaba, no me dejo hacerlo y no hubo chances de discusión al respecto. Subimos y cuando entramos respire, de nuevo, estaba en casa, con esa sensación de pertenecía en el pecho. Lástima que me iba a durar poco. —¿Queres darte una ducha antes de tomar algo? — me mira sonriendo mientras acomoda mis cosas en el living—. Tus cosas aún siguen guardadas en mi placard, y las personales en el cajón del baño. Nada había cambiado. —Veni acá, mi cielo celestial— se acerca a mí y me deja abrazarla fuerte—. Te extrañe tanto... —Yo también— hunde su nariz en mi pecho, me permito absorber su calor, muchas veces pensé en decirle que era la única mujer que amo desde que soy un niño, pero cada vez, pienso lo mismo, que ella me quiere, pero solo como su amigo y que si hago algo y ella me corresponde solo voy a provocarle dolor, no solo por mis mandatos familiares Celeste no está preparada para mí y mis gustos. —Vamos a hacer lo siguiente— me mira expectante—. Me voy a dar una ducha y luego comemos algo y pedimos ese helado que tanto te gusta, nos metemos en la cama y miramos una película. —Pero hice tu postre favorito. —¿Enserio? — la sorpresa me golpe el pecho y mi corazón se salta un latido. —Claro tonto— me sonríe—. Después de un año, era obvio que iba a querer darte todos los gustos. Ojalá fuera tan literal eso. —No sé qué haría sin ti, mi cielo celestial— me gira y me va llevando en dirección al baño. —Claramente que nada, ahora date una ducha así comemos cuando termines. Después de un largo momento bajo el agua, fue como recuperar cada musculo del cuerpo, la tensión y el cansancio se evaporaron y me sentía renovado. Me puse un pantalón pijama y una camiseta y salí siguiendo el olorcito de mi comida preferida. Carne al horno con papas. Celeste conocía cada gusto y preferencia que tenía, así como yo las de ella, me encantaba comer afuera, en restaurantes cinco estrellas, incluso disfrutaba mucho de las comidas del chef de la casa de mis padres. Pero su comida, la que ella me preparaba especialmente a mí, siempre iba a ser mi preferida. —¿Que tal esa ducha? — Celeste me pregunta, mientras acomoda la mesa para cenar. —Increíble— me acerco y beso su cabeza—. Tu ducha es mejor que la mía, creo que me voy a mudar definitivamente con vos. —Vivís en un piso en plena Avenida Alcorta y queres mudarte a mi modesto departamento? — alza una ceja—. Vos sí que estas un poco demente. —Mi piso, tiene muchas falencias— digo serio. —¿Así? ¿Cómo cuáles? — replicó burlándose. —La única y más importante, ahí no estas vos ni mis comidas preferidas— me miro inmóvil, sin parpadear ante mi confesión, quizás pensaba que era chiste, pero era una verdad demasiado cruda. —Vamos a comer mejor— dijo cuándo reacciono. La cena fue perfecta, charlamos de todo lo que nos había estado pasando, tomamos un vino exquisito y reímos mucho. Cuando llego el postre, no había mentido, en verdad había hecho mi favorito. La amaba tanto, aun cuando siempre había sido en silencio. Cuando terminamos me mostro sus nuevos diseños, eran perfectos. Celeste tenía un talento natural para crear cosas, los bocetos de sus nuevas prendas me dejaron sin palabras. A veces me enojaba que no me dejara ayudarla porque sabía de su potencial y talento, solo una conexión mía y tendría éxito a nivel mundial. Era lo que más se merecía. Pero quería hacerlo a su forma y eso también me llenaba de orgullo, cuando guardo todo lo que había sacado levanto la mesa y yo me apure a ayudarla lavando los platos. Nos fuimos a la cama y pusimos una película que nunca llegamos a ver, yo estaba agotado, pero ella fue la primera en dormirse. La acurruque a mi lado y la abrace fuerte, hacia un año que contaba los días para volver a estar así con ella. Y esta noche me permitiría disfrutarlo, tenerla en mis brazos y sentir al menos en mi mente que ella era mía, como siempre debía haber sido. Esta noche fingiría que nos amábamos y que nada podría contra eso. Esta noche, la mujer en mis brazos se quedaba conmigo para siempre. Solo esta noche. Mañana me ocuparía de la realidad, esa en donde debía cumplir el deber familia.
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