Capitulo 21

1560 Words
Celeste Supe desde que me levante que no debería haberlo hecho, sabía que iba a ser un día de mierda cuando el nudo en el estómago me hizo vomitar dos veces, y no me equivoque, en el lapso de seis horas no solo me queme la mano con agua hirviendo, sino que rompí un molde y arruine dos diseños. No importaba que fueran las dos de la tarde, quería irme a dormir hasta mañana o la semana que viene, me venían bien cualquiera de las dos. Tiré un nuevo dibujo y fui a prepararme algo para comer, me dolía la cabeza, había pasado demasiado tiempo dibujando y otro tanto frente a la computadora, haciendo trabajo administrativo. No llegue muy lejos cuando el teléfono sonó, no iba a atender pero que me estuviera llamando el mejor amigo de Santiago, al menos llamo mi atención. Santiago. Un mes sin saber absolutamente nada de él. —¿Hola? —Celeste ¿Cómo estás? Qué bueno que me atendiste— dice agitado. —Joaquín ¿Qué pasa? — ese nudo en el estómago de golpe, volvió y más fuerte cuando lo escuche. —Es Santiago— mi respiración, poco a poco se ralentiza—. Tuvo un accidente con el auto. Todo a mi alrededor dejo de escucharse después de eso. Me tomo unos segundos que me parecieron eternos poder reaccionar a aquella noticia, porque si bien, las cosas entre nosotros estaban más que frías, los sentimientos de saber aquella noticia, hizo que empezaran a agolparse uno tras otro sin poder hacer nada para controlarlos. Miedo. Ese era el más fuerte, miedo a que algo le haya pasado y no poder decirle que en realidad no estoy enojada con él o que no lo odio como él piensa. Miedo a que le haya pasado algo grave y no poder hacer nada al respecto. Miedo como no siento desde que tenía veinte años. —¿Que paso? — logro decir en un hilo de voz. —No tengo mucha información, su auto volcó, iba muy borracho al parecer— me cuenta—. Te llamo primero a vos porque lo conozco Celeste, estoy seguro que no hay más personas a las que él quiera ver cuando se despierte. —¿Pero él está bien? ¿Es grave? —No lo sé, los médicos no me dicen mucho— ya estoy agarrando el bolso y saliendo a buscar un taxi. —¿Dónde está? — pregunto mientras veo con impaciencia como el ascensor baja. —En el Anchorena. —En diez minutos estoy ahí. Cuelgo la llamada y llego a la calle a buscar un taxi, que por suerte tomo enseguida, el viaje dura efectivamente diez minutos, cuando llegamos p**o y me bajo enseguida. Casi corro hasta la recepción, estaba a punto de pedir información cuando veo a Joaquín salir de un ascensor. —Llegase rápido— me saluda y me da un abrazo. —Estoy cerca y casi obligo al taxista a que se salte los semáforos en rojo— me mira preocupado—. ¿Qué paso Joaquín? Santiago nunca maneja borracho. —No tengo idea Cele, Santiago este último tiempo se volvió una persona imposible, toma casi todos los días, y sale hasta entrada la madrugada. —Yo no sabía nada de esto. —¿Están peleados? —No, no sé, nos distanciamos un poco este último mes. —Ahora entiendo. —¿Qué cosa? — niega con la cabeza—. ¿Qué hacemos ahora? ¿No deberíamos llamar a su familia o a su novia? —Créeme que Delfina, es la última persona que va a querer ver— llama al ascensor—. Te llamé porque pensé que el querría verte a vos, cuando sepamos mejor que es lo que pasa voy a llamar a sus padres ¿Te parece? —Tengo miedo— confieso, él se acerca y me abraza. —No le va a pasar nada, va a estar todo bien. Cuando el ascensor llega nos subimos y el, marca el tercer piso, fueron los dos minutos más eternos de mi vida. Llegamos a una pequeña recepción donde nos sentamos a esperar, Joaquín me va comprar un café y yo me quedo ahí, sentada sin saber qué hacer, pensando que este es realmente un día de mierda. Una hora después de insoportable espera por fin un médico sale a darnos información. —¿Familiares de Blaquier? —Si— decimos los dos—. ¿Cómo está el? ¿Podemos verlo? — no puedo aguantar la ansiedad y la preocupación. —¿Qué relación tienen con el paciente? —Es futura esposa— explica Joaquín y el medico asiente, yo lo miro, pero no digo nada. —De acuerdo, ya lo pasamos a una habitación privada, pero no más de diez minutos y de a uno— informa—. El paciente esta sedado en este momento, tiene un golpe en la cabeza y dos costillas fisuradas, está fuera de peligro, pero su nivel de alcohol en sangre fue muy elevado, es casi un milagro que esté vivo. —Doctor, queremos total hermetismo con respecto a eso— dice Joaquín. —Entendido— asiente—. El paciente permanecerá al menos cuarenta y ocho horas en observación y de acuerdo a cómo evolucione analizaremos el alta médica, es importante que su ingesta de alcohol se reduzca. Después que el medico se fue, Joaquín se quedó conmigo la siguiente hora, Santiago no se despertó, estaba bastante golpeado y con moretones cuando lo vimos. Las ojeras eran notorias y la barba descuidada, jamás lo había visto así y me sentí mal por él. Y me sentí mal por mí. Las horas fueron pasando y cuando me quise dar cuenta eran casi las ocho de la noche, Joaquín se había ido a darle la noticia a los padres de Santiago en persona, yo no me moví de su lado en ningún momento. Estaba sentada junto a la cama, con los ojos cerrados cuando un jadeo de dolor llamo mi atención. —Tranquilo, Santi— le digo, cuando el con los ojos cerrados quiere sacarse la vía del brazo. —¿Cielo? —Si— le acaricio la mejilla—. Descansa, el medico dijo eso. Sus ojos lentamente se van abriendo, a pesar de que esta algo perdido puedo ver tristeza en ellos. —¿De verdad sos vos? — levanta la mano y acaricia mi rostro—. Esto es un sueño… siempre es un sueño. Cierra los ojos de nuevo y una lagrima cae, las mías también lo hacen, verlo así me rompe el corazón. —Soy yo... — le acaricio el pelo—. No es un sueño, vos, solo descansa y ponete bien. Me siento de nuevo a su lado y cuando pienso que volvió a dormirse su voz me sobresalta, lo miro y no sé si está soñando o está consciente. —No se vivir sin vos… te extraño demasiado. No dije nada, me quedé ahí a su lado, cuidándolo como el tantas veces hizo conmigo. Santiago me dolía, no porque me amara y no hiciera nada en consecuencia, podía aceptar eso, al final del día era su elección, me dolía por lo que habíamos perdido en el medio. Me dolía porque lo estaba viendo tomar decisiones de mierda y no podía hacer nada para cambiar eso, porque era el, quien debía cambiarlo. Dos horas después los padres de Santiago llegaron a la clínica junto a Delfina, su padre y su novia ni siquiera me saludaron, no me importo porque sencillamente, ellos no me importaban. Victoria en cambio, cálida y amable como siempre me abrazo y me agradeció que haya estado ahí para el todo el tiempo, a pesar de todo no hubiera hecho otra cosa, al final del día era mi mejor amigo y si bien la situación entre los dos no estaba en su mejor momento no lo dejaría solo sabiendo que algo le había pasado. Eran casi las diez de la noche cuando me fui, los ánimos estaban bastante caldeados y fueron suficientes dos comentarios maliciosos de Delfina para que yo decidiera ir a descansar un poco. Lo llame a Joaquín para que me avise cualquier novedad, supuestamente el iría más tarde a verlo, yo mañana volvería temprano. No me tomo nada en llegar, estaba cerca y el tráfico a esta hora es inexistente, podría haber caminado, pero estaba demasiado cansada para ello, solo quería llegar ducharme y dormirme. Necesitaba que este día termine desesperadamente. Cuando el ascensor se abrió en mi piso y salí, me quedé paralizada viendo al hombre que estaba sentado en el piso esperándome. Bruno. Cuando me vio se levantó rápido y yo sin pensarlo mucho me abalance a sus brazos. No había tenido noticias suyas desde esa vez que lo llamé, no tuve un mensaje o nada de su parte durante dos semanas y yo, no quise molestarlo porque sabía que estaba resolviendo un problema familiar. Pero lo había extrañado. El me devolvió el abrazo, fuerte y seguro, su perfume inundo mis sentidos y me deje arrastrar por su presencia. Fueron los segundos más tranquilos de todo el día y me lamente cuando él se separó de mi sin soltarme y me miro. Había tanto pesar y cansancio en su mirada. —Bruno… —Tenemos que hablar, Celeste.
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