Santiago El dolor de cabeza era insoportable, abro lentamente los ojos y los colores del atardecer me dan una puntada de dolor, al menos no es esa luz cegadora del día. Los músculos del cuerpo me duelen y asumo que debe ser por la posición poco cómoda en la que estaba. Esta no es mi cama. O mi casa. Mierda, miro alrededor y reconozco el lugar enseguida, no es mi casa ciertamente, pero solía serlo. Me levanto y quedo sentado en el sofá, observo todo, está en penumbras, solo iluminado con la luz natural del atardecer que se cuela por los ventanales. ¿Cómo demonios llegue aquí? Busco mi teléfono y lo veo en la mesita del café, lo prendo y veo las llamadas perdidas de Joaquín y los muchos mensajes de Delfina. Lo vuelvo a apagar, no tengo cabeza ni ánimos para lidiar con nadie en este mom