Santiago
El dolor de cabeza era insoportable, abro lentamente los ojos y los colores del atardecer me dan una puntada de dolor, al menos no es esa luz cegadora del día. Los músculos del cuerpo me duelen y asumo que debe ser por la posición poco cómoda en la que estaba.
Esta no es mi cama.
O mi casa.
Mierda, miro alrededor y reconozco el lugar enseguida, no es mi casa ciertamente, pero solía serlo. Me levanto y quedo sentado en el sofá, observo todo, está en penumbras, solo iluminado con la luz natural del atardecer que se cuela por los ventanales.
¿Cómo demonios llegue aquí?
Busco mi teléfono y lo veo en la mesita del café, lo prendo y veo las llamadas perdidas de Joaquín y los muchos mensajes de Delfina. Lo vuelvo a apagar, no tengo cabeza ni ánimos para lidiar con nadie en este momento.
Me tomo un momento para tomar un hondo respiro y acomodar un poco mis ideas, busco a Celeste, pero no la veo por ningún lado, me levanto para ir a su habitación, lo más seguro es que este ahí.
Estaba por llegar cuando sale del baño envuelta en su bata, tiene el pelo mojado y ese aroma a coco que tanto me gusta. Me mira fijo, no sé qué decirle o como justificar la forma en que debo de haber aparecido en su casa.
Sin embargo, ella me sonríe.
Jodidamente hermosa.
Quiero tomarla por la cintura y besarla hasta que ambos perdamos la cabeza, quiero tenerla para mí y no compartirla con nadie nunca, quiero decirle que la amo y que nunca voy a poder amar a nadie más que no sea ella.
Siempre va a ser ella.
Pero ya la cague lo suficiente, sé que voy a lastimarla más si le digo esas cosas y ella esta con el ahora. Pronto se va a alejar de mí, lo que está bien supongo porque yo tengo que casarme en tres meses.
No hay cabida para la felicidad en mi vida.
—¿Estas bien? — me pregunta mientras avanza hacia su habitación, la sigo y me siento en su cama.
—Si— miento, me siento fatal—. Perdón por haberme aparecido así.
—No pasa nada, Santi— dice quitándose la bata de espaldas a mí, tiene una pequeña tanga negra, agarra un pijama que es más como una remera grande y larga y se la pone, esto es algo que hemos hecho infinidad de veces, cambiarnos frente al otro, pero hoy verla así, se siente tan distinto. Ya me es difícil poder disimular todo lo que provoca en mi cuerpo—. ¿Santi? ¿Estás bien?
—Si— carraspeo—. Solo un poco abombado.
—Ya veo— se para frente a mí con ropa—. Toma, date una ducha mientras preparo algo para comer, ya es casi la hora de cenar y no comí nada en todo el día.
—¿Cuánto dormí? — pregunto, tomando mi ropa.
—Todo el día— dice, me levanto para ir al baño, pero antes de salir de su habitación me giro para mirarla.
—Gracias cielo— no dice nada, solo me sonríe y me tira un beso.
Entro al baño y prendo la ducha, el agua tibia corriendo, me miro al espejo y cierro los ojos. Soy un desastre, mi vida es un desastre y ya no estoy seguro de absolutamente nada, niego para mí mismo una y otra vez, o tomo las riendas de nuevo o esto va rumbo a irse a la mierda.
Me quito la ropa y me meto bajo la ducha, dejo o mejor dicho intento que los músculos de mi cuerpo se relajen con el agua corriendo sobre mí. La cabeza me late y los pensamientos se chocan unos contra otros, la gala, ella bailando conmigo, ella con él, Delfina jodiendome la vida, mi padre y su amenaza, Joaquín y sus palabras.
El, con ella esta mañana.
Todo se amontona en mi cabeza y siento que me va a estallar. Cierro el agua, tomo una toalla y me seco, me pongo mi pijama y salgo hacia el living.
Celeste está sentada en el sofá, con el pelo recogido de manera irregular y sus anteojos puestos, son grandes y hacen que su hermosa cara se vea más pequeña. Está sentada sobre sus piernas, una posición realmente incomoda pero que ella usa desde que tengo memoria, nadie puede sentarse así por horas de manera cómoda, excepto ella.
Levanta la vista de lo que sea que está haciendo y me sonríe.
—¿Mejor? — pregunta cuando me acerco y me siento a su lado, apoya la cabeza en mi hombro y yo suspiro.
—Sí, mejor— digo, no me muevo, básicamente porque quiero tenerla cerca, hace muchos días que no nos veíamos de esta forma y la extrañe tanto que dolió.
—¿Queres comer algo? — se acurruca contra mi pecho y me abraza, la abrazo también y le acaricio la espalda.
—No, cielo— levanta la cabeza para mirarme, sus ojos se encuentran con los míos y no sé si soy yo, la luz que entra o qué, pero sus ojos tienen un color especial esta noche, es un verde más intenso y quedó prendado de eso, perdido en sus ojos. Si solo acercara un poco mi rostro podría besarla, podría saborear sus labios de la forma en que quiero hacerlo desde siempre.
Niego, es mi amiga me repito, aun si ella sintiera lo mismo nada podría cambiar.
Ella está con él.
Es algo que no debo olvidar, ella eligió y tengo que estar feliz por ella.
—Igual algo tenemos que comer— dice separándose de mí, es casi instantáneo la falta de su calor, de su piel. Hace un pequeño lamento y se levanta—. Al menos, voy a preparar unos sándwiches.
Me quedo sentado en silencio, solo con mis pensamientos, buscando una forma de salirme de todo y todos, no la encontraba y las preguntas se sucedían unas tras otra ¿Qué pasaría si dejo todo y busco lo que realmente quiero? ¿Celeste sentirá lo mismo que yo? ¿Querrá estar conmigo si le digo que la amo desde que soy un niño?
Me sentía mareado y asqueado, realmente quería hacer algo por mí por una vez y no algo que fuera un deber o un mandato, quería ser egoísta por primera vez en la vida y quedarme con algo para mí.
Sinceramente no sabía cómo salirme de eso o de mi padre, es difícil cuando creces con un propósito y toda tu vida no solo te preparan para ello, sino que no te dejan olvidarlo.
—Santiago, estas realmente asustándome— me dice Celeste, parada frente a mí—. ¿Qué te pasa?
—Estoy tan cansado, cielo— me sincero—. Estoy cansado de todo.
Deja la bandeja con el plato de sándwiches y bebidas que había traído y se arrodilla a mi lado, me mira fijo analizándome, buscando dentro de mí, respuestas que ni siquiera yo tengo.
—¿Que paso? Y quiero la verdad, ya me estas preocupando.
—Es que realmente no sé cómo siquiera explicarlo cielo, son muchas cosas— digo y suspiro—. Es la empresa, mi padre, ese bendito casamiento— la miro y me duele hacerlo—. Yo, no puedo casarme— niego con la cabeza—. No, no es que no pueda, no quiero.
—¿Que? — pregunta incrédula—. ¿Por qué?
—Porque, no es a ella a quien amo cielo— me mira con los ojos abiertos sin creer lo que estoy diciendo.
—¿Estás enamorado de alguien más? — me rio, pero es algo desganado, si ella supiera que mi amor le pertenece desde la primera vez que la vi, solo asiento, afirmando a su pregunta—. Pero entonces, tenes que decírselo, tenes que priorizar tu felicidad.
Noto como se sienta de manera recta, de repente cerro los ojos y cuando los abrió ya no me miro más. Yo la miro todo el tiempo.
—No puedo hacer eso— digo en susurro—. No hay forma de deshacer ese compromiso y ella esta con alguien más, además no sé si realmente siente algo por mí de esa forma.
—Quizás estas equivocado y ella siente lo mismo que vos— una lagrima solitaria cae por su mejilla y la atrapo con mi dedo, acaricio su mejilla, pero sigue sin mirarme.
—Quizás si— digo sin poder pensar o detener lo que estoy a punto de hacer—. O quizás ella no puede verme más que como su mejor amigo de toda la vida, ese que siempre estuvo con ella en cada momento, de risa o de llanto, ese que durmió infinidad de veces a su lado solo para velar su sueño y porque adoraba sentir ese aroma a coco que no tenía nadie más.
—¿Que? — me mira, desencajada por lo que acabo de decir, sé que su cabecita está procesando todo, sus ojos tienen lagrimas retenidas que de a poco comienzan a caer—. No es gracioso, no juegues conmigo.
Se levanta, queriéndose alejar de mí.
No puedo hacerlo, no debo, pero entre lo que debo y lo que deseo por primera vez la batalla la gana ella.
La agarro de la muñeca y la sostengo ahí, me levanto y tiene que levantar el rostro para mirarme a los ojos. No dice nada, pero a la vez me dice todo con esos ojos verdes que me vuelen loco.
La conozco tanto, que, en este momento, no hace falta que pregunte nada, no hace falta, se todo lo que necesito. Ella siente lo mismo que yo.
—Santiago— susurra cuando me acerco más, casi rozando sus labios, aspiro su aroma, me pierdo en ella—. ¿Qué te pasa? ¿Te volviste loco?
—Cielo, hace tanto tiempo que me volví loco— vuelvo a rozar sus labios con los míos y es jodidamente increíble, es como cuando te deleitas con ese chocolate que tanto te gusta y no podés parar—. Y te juro que lo intenté, mantuve a raya mis deseos y todo lo que siento porque sos mi mejor amiga, pero ya no puedo más.
—¿De... de que estas hablando? — paso mi brazo por su cintura y la pego a mí, jadea de sorpresa y eso me calienta la sangre de una manera que ninguna otra mujer, jamás pudo.
—De esto— murmuro y como un hambriento necesitado estampo mis labios contra los de ella, gime en respuesta y es lo que necesito para dejar que mi lengua busque la suya.
No es suave, es un beso rudo, hambriento y necesitado. Alimentado por años de anhelo y deseo, por años soñado, imaginado y fantaseado. Su sabor es mejor de lo que había imaginado todos estos años y estoy seguro que no solo es mi nuevo sabor favorito, sino que ya puedo considérame adicto. Sus labios son suaves y se acoplan a la perfección con los míos, paso mi lengua por su labio inferior y lo muerdo, solo para volver a unir mis labios a los de ella.
Celeste pasa sus brazos por mi cuello y llega hasta mi pelo donde tira suavemente, me volvió loco eso. No quiero parar, no puedo y estoy seguro que la besaría toda mi maldita vida.
No sé si esto es lo correcto, pero ciertamente es lo que había querido por más de quince años. Soy consciente de que acabo de mandar todo a la mierda, pero justo acá y ahora nada se siente más correcto que esto en mi vida.
Siempre fue ella.