Capítulo III

2397 Words
Lydia estaba en su recámara, releía aquella carta varias veces, con una sensación de emoción y algarabía en su corazón. Erin María era como un ídolo para ella, era todo lo que Lydia quería ser; popular, bella, bien vestida y agradable. Pero Lydia no se sentía así, apenas tenía catorce años, cursaba el último año de secundaria, era muy tímida, con una apariencia infantil que hacía que no fuera tomada en serio por sus pares, además no tenía amigos. En aquella carta Erin afirmaba que quería ser su amiga, que su aspecto dulce y amable le hacían sentir confianza, sin embargo, no podía ser su amiga aún, debido a que primero debía estar a la altura de su popularidad o de lo contrario todos sus amigos se burlarían de ella y la rechazarían. Lydia soportó leer aquellas líneas, aunque herían su orgullo. Se miró en el espejo: era delgada, muy alta para su edad, su cabello era muy lacio y n***o, lo único que ella consideraba atractivo de su aspecto físico eran sus grandes ojos azules. Era muy insegura, aunque en realidad era una adolescente bonita. Cuando George abrió la puerta, Lydia atinó a guardar la carta con rapidez sin que lo notara —¿Qué haces? —Ya iba a dormirme —dijo Lydia —He traído el libro, ¿Acaso vas a dormir sin leer «La ley de la calle»? —preguntó George Lydia negó y se recostó en la cama, mientras su padre se sentaba a su lado leyéndole como todas las noches lo hacía. Cuando Lydia se quedó dormida, George se retiró a su alcoba con cuidado de no despertarla. Al llegar a su habitación se recostó sobre la cama. Solo tenía la frágil luz de una lámpara iluminándolo. Tomó un libro y comenzó a leer, pero luego se aburrió abandonándolo en un cajón. George intentó dormir, pero el insomnio lo atosigaba. El deseo de autocomplacerse se avivó en su mente y llevó su mano hasta su entrepierna. Bajó sus pants y tocó su pene erecto hasta masajearlo una y otra vez, mientras el placer eléctrico recorría su cuerpo. El hombre intentaba mantener su mente en blanco, pero una imagen afloró en su mente: «Allie, con su sensual y juvenil cuerpo estaba encima de él, podía casi sentir sus pechos suaves, su diminuta cintura y su piel blanca. Imaginaba sus carnosos labios besándolo, y meneándose encima de él con ese descaro y libertad que tanto lo enloquecían, imaginaba su cabello dorado moverse ante aquel desenfreno que lo llevaba a la locura» George cerró los ojos, casi estaba por llegar al orgasmo —¡Oh, Allie! —exclamó con voz ronca y ahogada, pero cuando abrió los ojos tuvo una visión terrorífica y desgarradora, Allison Butler con el rostro azulado, los ojos desorbitados y unas marcas amoratadas sobre su cuello, entonces recordó que Allie estaba muerta. George se estremeció, enderezó su postura, sintió un frío que recorrió su cuerpo y apagó su erección. Se acomodó el pantalón, y despavorido fue al cuarto de baño. Se miró al espejo y sintió náuseas, apenas llegó al retrete y vomitó toda la cena. Después jaló la cadena para que el baño se limpiara. Asqueado aún, se metió a la regadera y se bañó vestido con agua fría. Lloraba, pero el agua disimulaba sus lágrimas. Pero no su dolor. Estaba desencajado sosteniéndose de los azulejos azules de las paredes, impidiéndose caer al suelo. Lloraba, pero nunca terminaba de desahogarse, ni de eximir las culpas que lo atormentaban y que cada noche no lo dejaban dormir. A la mañana siguiente George despertó muy tarde, cuando bajó al comedor encontró a Lydia terminando su desayuno, acompañada por su abuela Magnus —No te quise despertar, toqué tu puerta, pero no respondiste —dijo Magnus, acercándole una taza de café —Lo siento, me quede dormido —George bebió el café de prisa, incluso era muy tarde para beberlo, luego le pidió a Lydia que se despidiera de su abuela y caminaron hacia el auto. George dejó a Lydia en el colegio. Aunque era tarde se aseguró de que la niña pasara la puerta de entrada y después aceleró para llegar a la fundación Yakamoz. No llegó tarde, pero si a unos minutos de hacerlo. Se alegró mucho de marcar la entrada a tiempo y después fue a su consultorio. Estaba a quince minutos de la llegada de su primer paciente. Se sentó sobre el escritorio y miró aquel papel, era apenas una nota en papel bond de color amarillo fosforescente. El hombre se acercó despacio y lo tomó entre sus manos, lo leyó en su mente: «Anoche me masturbé pensando en ti. Gio te amo, Allie» Los ojos de George se cristalizaron por el terror, hiper ventiló y caminó unos pasos hacia atrás tropezando con una silla y cayendo al suelo. Hizo tal ruido que la asistente ingresó de prisa —Licenciado, ¿Está bien? —Sí —George se puso de pie con rapidez y recuperó la calma—. ¿Quién entró a mi oficina? —espetó con furia —Nadie. —¿Cómo qué nadie? ¡Me han dejado un papel!, ¿¡Quién entró?! —exclamó enojado, haciendo que la asistente enrojeciera entre el temor y la vergüenza, porque sabía que los pacientes estaban en la recepción y escuchaban —Le repito que nadie, yo llegué y nadie más estaba, le preguntaré al guardia. ¿Le han robado algo? —No —dijo George guardando la compostura—. Lo siento, Mar… —Entiendo, licenciado, es por lo que pasó, pero al menos hasta mi llegada por la mañana nadie entró, déjeme averiguar si en la noche sucedió algo. —Está bien. Mar se retiró de la oficina, pero no permitió que el señor Flores entrara a la oficina hasta diez minutos después de la cita, dando tiempo a que George pudiera recomponerse y atenderlo. Lydia caminaba por los pasillos, se detuvo en su casillero y guardó unos libros. Entonces vio pasar a Erin María, vestía de color rosa. Lucía tan bonita que muchos compañeros estaban observándola. Lydia no pudo evitar imaginarse como se vería ella enfundada en aquel vestido. Sonrió sutil cuando su mirada se cruzó con la de Erin. Lydia siguió su camino, pero tropezó con Aaron Robles, el capitán del equipo de futbol, quien no tomó a bien aquel tropiezo —¡Fíjate por donde caminas, estúpida! —espetó con furia Lydia tuvo que alejarse atormentada, pero Pedro Soler apareció empujando con fuerza a Aaron, recriminándole que no volviera a tratarla así. Aunque Aaron quiso defenderse, no era tan valiente para enfrentarse a Pedro, que tenía mala fama y todos lo conocían por su fuerza y locura, así que desistió de la pelea y se alejó de ahí. Luego Pedro sonrió a Lydia, quien estaba extrañada del comportamiento del chico. —¿Qué harás en la salida? —Nada —respondió Lydia—. ¿Por qué? —¿Y si vamos al bosque? Escuché que al fondo hay una laguna que nadie ha visto. Lydia lo miró intrigada, no entendía por qué de pronto Pedro se portaba simpático con ella, pues casi siempre era un chico problemático y agresivo —No sabía que había una laguna, pero… No sé si pueda ir —Lydia dio media vuelta y se alejó cuando escuchó el sonido de la campana que anunciaba su próxima clase. Estaban por dar las cinco de la tarde, George esperaba a su último paciente, estaba sentado sobre su silla. Cuando tocaron a la puerta, fue a abrir, invitó a su paciente a pasar. Era un hombre mayor de sesenta años, alto, de piel blanca y con el cabello repleto de canas, con unos enormes ojos verdes y a pesar de su edad, su cuerpo se veía muy fuerte. El hombre se sentó sobre el diván, parecía confundido y miraba a su alrededor —Bienvenido, buenas tardes —dijo George observándolo fijamente—. ¿Puedes decirme tu nombre? —Maclovid Llaneros —dijo el anciano quien miró a George de arriba abajo detenidamente —Yo soy el licenciado George Orange, estaremos trabajando juntos y antes de comenzar, quiero comentarte; este es tu espacio, aquí puedes hablar de cualquier cosa que tú quieras, aquí nadie será juzgado y todo será privado, nada de lo que digas dentro de este lugar será divulgado a nadie, puedes confiar en mí. Maclovid asintió leve y miró al suelo —. Es importante que ahora me digas el motivo de tu consulta. —Mi ánimo está muy mal, todo el tiempo estoy ansioso, nervioso, tengo un campo de siembra a las afueras del pueblo, trabajo mucho en él, pero casi no tengo ganas de hacer nada. Tengo pesadillas que me provocan insomnio. —¿Desde cuándo sucede esto? —preguntó George —Nueve años, pero supongo que ha empeorado con el tiempo y ahora he llegado a mi límite. —¿Cuál crees que es el motivo por lo que sucede esto? —Fue desde la muerte de mi esposa y de mi hija. Mi vida cambió por completo, no pude ser feliz desde ese momento —dijo Maclovid, moviendo sus manos constantemente, mientras el sudor perlaba en su frente, le costaba mucho hablar de aquel tema —Se nota que es difícil hablar de este tema para ti, pero es importante que puedas expresar todo lo que sientes. —Todo lo que siento es odio. Quizás eso es lo que me tiene así —espetó con dureza en su hablar —¿Odio? —Hay un culpable en mi trágica historia. Un villano miserable y asqueroso que destruyó mi hogar y mi vida. Yo trabajé un par de años fuera del país, y en ese tiempo ese desgraciado se acercó a mi hija, la sedujo, siendo ella menor de edad y cuando consiguió lo que quería de ella, entonces la abandonó como un despojo —la voz de Maclovid estaba cargada de resentimiento, sus manos temblaban y sus ojos centellaban—. Mi pobre hija enfermó y murió de tristeza, luego mi esposa no lo soportó, ella también murió de un infarto tiempo después. —Lo lamento —dijo George observando a Maclovid, que a pesar de todo parecía distante —Ese hombre miserable, ahora está libre y feliz, quizás criando a sus hijos. Mientras que yo perdí a mi hija, perdí a mi Alma —los ojos de Maclovid se volvieron llorosos—. Dígame, doctor, ¿Usted cree que es justo? —No tienes que llamarme doctor, puedes llamarme George y tutearme. —¿Puedo llamarlo como quiera? —preguntó firme y con un gesto casi defensivo —Si —asintió George dudoso por la actitud —¿Qué piensa usted de mi caso, doctor Orange? George lo miró intrigado, con el ceño fruncido, no esperaba aquella pregunta de un paciente. Generalmente los pacientes no hacían preguntas, más bien respondían —Aquí lo importante no es lo que yo piense, si no lo que usted piense y siente. —Pero yo quiero saberlo, quiero saber que piensa alguien como usted, sobre la bestia que atacó a mi pequeñita, la sedujo, abusó de ella robando su inocencia y después la condenó a su muerte. ¿Qué piensa sobre ese monstruo? —Maclovid enderezó su postura inclinándose hacia Orange y mirándolo con firmeza—. ¿Tiene hijas, doctor? George volvió a quedar mudo y sorprendido por la actitud del paciente, pero se negó a decir algo —Hablemos de usted, por favor, no nos desviemos del tema. —Es cierto, tiene razón, es que a veces me pongo a pensar en ese hombre que tanto odio. Imagino que podría estar allá afuera, acechando a su próxima víctima, que podría ser cualquier niña —George tragó saliva, mientras pensaba en que el señor tenía síntomas paranoides con los que debían lidiar—. También pienso en ese hombre de otra manera, imagínelo doctor, ahora quizás podría parecer un buen tipo. Quizás hasta un buen padre de familia, intentando borrar el pasado, pero, ¿El pasado puede borrarse?, yo no lo creo, ese hombre debe pagar por su error, debe sufrir lo que yo sufrí. —Maclovid no puede desgastar su vida en una venganza imaginativa, que no le deja continuar con su vida. El resentimiento está destruyéndolo y usted debe seguir adelante. —No tengo nada para salir adelante, en realidad estoy aquí porque es lo único que me detiene de buscar a ese hombre y matarlo —Maclovid lo miró con ojos casi brillantes de satisfacción y por primera vez George sintió una alarma interna —¿Y eso le devolvería a su hija? —preguntó George, observando el destemple del anciano —Solo quisiera que ese hombre me respondiera una sola pregunta, ¿Por qué si pudo seducir a cualquier mujer, por que eligió a una adolescente indefensa? —exclamó Maclovid con un gesto vulnerable, George sintió que un escalofrío lo recorría y se quedó mudo—. Seguro me va a decir que es un enfermo mental, todos dicen eso, pero, ¿Usted lo cree, doctor?, dígame, ¿Qué clase de hombre tiene relaciones sexuales con una adolescente? De pronto el sonido de la alarma del reloj de Orange resonó en la habitación, advirtiéndole que la consulta había terminado —Bueno, creo que terminó la consulta, volveré la próxima semana —dijo el anciano poniéndose de pie y caminando a la salida —Nos vemos —dijo George y lo dirigió a la salida. George regresó a la oficina y tomó su maletín con la laptop, estaba por salir para irse a casa, pero las palabras del último paciente se introdujeron a su mente «¿Qué clase de hombre tiene relaciones sexuales con una adolescente?» George sintió angustia, su corazón retumbaba y sus manos estaban heladas, recordó a Allison Butler y todo su idilio fallido. George sintió una gota de sudor recorrer su espalda, cuando las palabras de Maclovid volvieron a su mente, un mareo sacudió su cabeza, no quería responder. Entró al baño antes de irse y al mirarse al espejo mojó su rostro con el agua fresca del grifo. —Un hombre como yo… —dijo en voz alta para sí mismo, respondiendo la pregunta que el paciente le había hecho. Su rostro enrojeció y se sintió asqueado.
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