Capítulo II

1878 Words
Habían pasado nueve años desde la muerte de Caroline. Con el pasar de los años, George se acostumbró a Pueblo del Norte y su clima extremo y voluble, ahora era septiembre, aún era caluroso, estaban por dar las seis de la tarde. George estaba en su consultorio, dentro de la fundación Yakamoz, atendía a una paciente de treinta años, quien se encontraba enfrentando un duelo ante la pérdida de su padre, era una mujer con severos mecanismos de negación que impedían que la terapia avanzara, pero el licenciado Orange no se daba por vencido, seguro de que podría ayudar a la joven —Lucrecia, me gustaría que pudiéramos comenzar con el test de apercepción temática, nos ayudará mucho a poder conocer más de ti y avanzar. Porque creo que hemos llegado a un punto en que no podemos ir más allá. ¿Estás de acuerdo? La joven se limitó a asentir y en vísperas de que terminaba la consulta, despidió a la joven dándole algunas observaciones de la consulta y luego la acompañó a la puerta. George tomó su portafolio, donde llevaba su computadora portátil y sus expedientes, luego caminó a la salida, pues el horario había terminado. —¿Ya se va, licenciado? —preguntó Mar la recepcionista —Sí, ¿Hay algún pendiente? —Ninguno por hoy, pero aprovecho para decirle que le he asignado un nuevo paciente. Como dio de alta a la señora Anzúr, me tomé la libertad de colocar a alguien más. No le molesta, ¿Verdad? —No. ¿Quién es? Mar buscó el expediente y lo hojeó un segundo —Tiene un nombre muy raro. Se llama Maclovid Llaneros y tiene sesenta y nueve años. Pero es referido de la señora Anzúr, porque me dijo que quería atenderse con el mismo psicólogo que ella. —Está bien, ¿Dijo el motivo de consulta? —No, ya sabe cómo son algunos —dijo Mar con voz fastidiada—. Ética, ante todo. —No te preocupes, por cierto, ¿Se supo algo del robo? —preguntó George, hace un mes se había suscitado un extraño robo a la fundación Yakamoz, sin embargo, solo habían robado los expedientes de los empleados, provocando temor al personal —No se ha sabido nada. —Entiendo, debo irme, nos vemos mañana —dijo George y se retiró Lydia Orange estaba terminando de guardar sus libros en su mochila, era la hora de salida del colegio y no había momento más feliz para ella que esa hora. Cuando intentó caminar a la salida, entraron dos estudiantes. Eran Pilar y Marta compañeras de estudio, pero para la adolescente, sus archienemigas. Decidida a ignorarlas cargó su mochila y se dispuso a irse de ahí, pero antes de salir, un jalón a sus cabellos provocó que se volviera. Marta la chica más robusta y morena, saltó encima de ella intentando golpear su cara, pero Lydia había podido sostener sus manos, para evitar los golpes a su cara. Aunque la pobrecita sentía su cuerpo temblar por el pánico y muchas ganas de llorar, el instinto la hacía defenderse a uñas y dientes contra esa chica, estiraba sus cabellos y se limitó a arañar su rostro con toda la fuerza de sus uñas. Cuando Pilar quiso intervenir para ayudar a Marta, entró Pedro Soler al salón, silbó con fuerza —¡Bola de montoneras! —exclamó entre risas, refiriéndose a que la pelea era desigual—. ¡Mira ese rostro!, aparte de gorda, ahora estarás marcada. Marta se levantó llorosa —¡Mira lo que hiciste! —¡Tú empezaste! —exclamó Lydia con la voz rota por el llanto Pilar tomó de los cabellos a Lydia con firmeza, Pedro comenzó a grabar la escena con su teléfono celular —¡Suéltame! —¡Estúpida, envidiosa, no te metas con nosotras! —¡Déjame, yo no les hice nada! —dijo Lydia Entonces por suerte, Erin asomó su rostro al salón al escuchar el ruido, sorprendida comenzó a gritar a los maestros. —¡Oye, maldita chismosa! —exclamó Marta con rabia, pero provocó la furia de Lydia, quien sentía mucha admiración por Erin María, la estudiante más popular del colegio. Lydia encesto una tremenda patada a la rodilla de Marta y después la empujó con fuerza haciendo que cayera encima de un banco, que al no resistir su peso fue a dar al suelo. Pedro no paraba de reír, dichoso de grabar el video, mientras Pilar ayudaba a su amiga maltrecha. De pronto aparecieron dos profesores finalizando la pelea y llevando a los cuatro adolescentes hasta la dirección. *** Lydia, Marta, Pilar y Pedro yacían sentados sobre unas sillas afuera de la dirección, mientras sus padres estaban dentro. Pedro mostraba el video a Marta y Pilar, quienes lo ignoraban con furia, entonces cuando lo mostró a Lydia esbozó una sonrisa, que agradó al chico. Pero se le borró al mirar a su padre, que tenía un colérico gesto —¡¿Ahora qué demonios hiciste!? —exclamó —¡Nada, señor! —expresó Lydia deteniendo a Pedro, así como a la burla del resto de las niñas—. Me ha ayudado, porque estas niñas me han pegado. El padre estaba tan sorprendido, no podía creer lo que aquella chica decía —Sí, yo… ayudé. —Es un héroe, seguro de que usted le enseñó a defender a los más débiles —dijo Lydia con una sonrisa blanca y los ojos azules brillantes, provocando que el señor Soler se pavoneara orgulloso —Claro que sí, los hombres de la familia Soler somos muy heroicos. Luego la recepcionista invitó al señor Soler a entrar a la dirección. *** Dentro de la dirección se encontraba el director Méndez, la madre de Pilar, el padre de Marta y George Orange. Todos sentados en unas sillas y a la llegada del señor Soler se hizo un silencio, mientras se quedaba de pie —Mi niña me ha dicho que hay una niña en clase que siempre se burla de que es gorda y la llama así, quizás fue esa muchachita y por eso mi hija actuó de esa manera —dijo el padre de Marta —Permítame la palabra, pero mi Lydia es una de las niñas más inteligentes y con una conducta intachable, además jamás se burlaría del físico de ninguna alumna —dijo George defensivo —En el video las niñas dejan claro de que Lydia es grosera con ellas —espetó la madre de Pilar —Aun así, no es una justificación para que Marta y Pilar hayan golpeado a Lydia. Esa violencia no la justifica nada —dijo George molesto La puerta de la dirección se abrió y entró Avril Arias, la consejera escolar —Lamento la demora —dijo la mujer y miró a los padres—. No ganaremos nada buscando culpables, tenemos un plan para detener el bullying, que ya hemos iniciado. —¿Y está dando resultados? —exclamó Orange escéptico, provocando la molestia de Avril —Usted es el licenciado Orange, Psicólogo, ¿Verdad? —Así es. —¿Psicólogo? ¿Y así educa a su hija? —exclamó el padre de Pilar provocando que Orange le mirara irónico —Preocúpese por su hija, no por la mía. El señor Soler sonrió satisfecho: primero de no ser el padre acusado y después porque le agradaba el descaro del señor Orange —Queremos que los alumnos convivan en paz, pero si los padres ponen semejante ejemplo, ¿Cómo lo lograremos? —Díganos usted, para eso pagamos el colegio —dijo Orange firme y fue apoyado por los padres, quienes comenzaron a quejarse de lo costosas que eran las cuotas y lo que trabajaban para cubrirlas, como para que encima no les apoyaran. Avril miró con ojos empequeñecidos al señor Orange, no estaba satisfecha de la actitud de aquel padre, pues esperaba que al ser psicólogo fuera mucho más comprensible que el resto. —A partir de mañana comenzaremos una terapia grupal con sus hijos, además cada uno tendrá una terapia privada para ayudarlos con cualquier situación que necesiten —dijo Avril —¿Nos informarán del avance de nuestros hijos? —preguntó Orange —Por supuesto, cada viernes los veré para compartirles el avance. —Bueno, mientras tanto los chicos deberán firmar una carta de mala conducta —dijo el director Méndez —Pero, mi Pedro no hizo nada —exclamó el señor Soler —Grabó el video y no defendió a nadie, aunque si no fuera por el video no constaría quien inició la pelea. Aun así, su hijo Pedro, tiene un historial de conducta mala tan largo que tomara la terapia, señor. El señor Soler quedó desarmado y se limitó a firmar la carta de mala conducta, igual que el resto de los padres. *** Lydia y George caminaron al estacionamiento. La adolescente iba cabizbaja, pensaba que su padre estaba molesto. Entonces gritaron el nombre de Lydia. Erin se acercó a ella entregándole una libreta —Hola, mira es tuya, la olvidaste en el salón, me la dio el nuevo conserje —dijo Erin, Lydia tartamudeó un gracias, y tomó la libreta, la vio irse, su rostro se había enrojecido. Ella admiraba supremamente a Erin María, tanto, que soñaba con volverse su mejor amiga —¿Qué te pasa? —preguntó George a Lydia cuando un suspiro escapó de sus labios —Nada… —Vamos a casa —dijo George subiendo al auto. Mientras conducía, el padre no dejaba de mirar de reojo a Lydia —¿Estás muy molesto? —No. ¿Por qué te peleaste? —Ellas me pegaron primero. Lo juro, ellas me odian. —¿Por qué no me habías dicho? —Nunca me habían pegado, siempre me dicen cosas o se burlan de mí, pero antes no me habían pegado. —Lydia, ¿En qué quedamos? —exclamó con voz fuerte—. Dijimos que siempre nos diríamos toda la verdad y que no habría ningún secreto entre nosotros. ¿Acaso no somos tu y yo? —Sí, pero… prometo que no volverá a pasar. —Bien —dijo satisfecho. Entonces Lydia hojeó su libreta, descubriendo una carta entre las hojas, era un sobre rosado, pero tenía escrito: «Para Lydia Orange, de Erin María». Lydia esbozó una gran sonrisa, sintiendo una ilusión en su interior que le recomponía el mal día. George parqueó el automóvil en el jardín de la casa y Lydia salió del auto. El padre se encargó de verificar que todas las puertas del auto estuvieran bien cerradas antes de entrar a casa. Luego caminó a la entrada. El fresco viento le hizo mirar hacia atrás, su casa estaba en la última calle del residencial y era la penúltima propiedad antes de finalizar la calle que delimitaba con el bosque de los cerezos, observó un momento, aún no oscurecía y le pareció ver a alguien entre los árboles. Desdeñó la idea cuando escuchó los gritos de Magnus llamándolo para cenar. Entonces George entró a casa. El hombre que estaba detrás del árbol de cerezo más grande salió del escondite, llevaba un pasamontañas y lentes oscuros, miró las fotos en su cámara —¡Qué bonita pequeña familia! —exclamó con los ojos verdes centellantes de odio.
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