Capítulo X

1582 Words
La rubia sintió aquella presión sobre su cuello, asfixiándola, no podía gritar y aunque lo hiciera ¿Quién le haría caso?, sus ojos eran enormes, color marrón y brotaba una lágrima que corría por su rostro hasta bajar por el cuello, y cuando rozó la mano de George, lo volvió a la realidad Espantado de su acción la soltó con brusquedad y volvió al piso. El hombre estaba atormentado, porque no podía huir de ese maldito pasado que venía contra él, una y otra vez. La prostituta rubia salió como si su alma fuera perseguida por el mismo demonio. George se vistió de prisa, lanzando a un bote de basura el preservativo. Salió empujando la cortina con coraje. Mientras el ruido, el olor a alcohol envolvían sus sentidos. Estuvo fuera del bar unos segundos después, se sentía demasiado descolocado. Su adrenalina estaba al tope, incluso a pesar del orgasmo. Su corazón latía con fuerza y una rabia invadía su cuerpo. Cuando se giró a la entrada, observó a aquella mujer, era la misma castaña que había estado con él. Al hacer contacto visual, ella intentó escapar, pero hábil la tomó con fuerza de la nuca haciéndola volver y arrinconándola a la pared. La mujer estaba asustada, sentía la cercanía del rubio, miraba sus ojos de un gris azulado que destellaban en ira —Tranquilo, caballero, podemos resolverlo, puedo darte otra noche gratis —chilló, mientras buscaba a alguien de seguridad que le ayudara —Ninguna noche, ¡¿Qué mierda fue esa?! ¿Quién era tu amiguita? —No... no lo sé. George le apretó la quijada obligando a que le mirara, estaba aterrorizada —¡Llévame con ella o juro que te mató! —aquellos ojos de loco hicieron que la mujer aceptara Entraron al bar y George la amenazó diciéndole que, si era una trampa, la iba a lastimar, incluso insinuó que él era un hombre peligroso, la mujer tuvo más miedo, no sabía que George mentía y después de todo, ahí abundaban los hombres peligrosos, aunque aquel señor le parecía atractivo, la forma en que sucedieron las cosas le hacía pensar que de verdad era un tipo de cuidado. La mujer lo llevó hasta el camerino de las mujeres, ahí estaba la despampanante rubia —Sally —dijo la castaña y cuando ella abandonó su teléfono se levantó asustada al mirar a aquel hombre —¿¡Que quiere?! —inquirió defensiva —¿Por qué demonios me llamaste así? ¿Quién te lo dijo? —dijo acercándose peligroso y Sally retrocedía La mujer castaña permaneció quieta y con la mirada baja —Mira, hombrecito, a mí me pagaron, solo es trabajo. —¿Quién te pagó? —la mujer le miraba sarcástica, retadora e incluso coqueta. La observó bien, era hermosa, pero no era Allie, aquel cabello rubio ni siquiera era natural, ni sus ojos eran azules como los de Allie, ni tampoco tenía esa juventud, Sally parecía tener más de treinta años. George sacó quinientos dólares y a Sally le brillaron los ojos, estuvo por tomarlos, pero él se alejó —¿Dime quién te pagó para hacer esa broma? —No sé quién sea, era un tipo de mala pinta, tendría algunos cuarenta años, yo que sé... Nos pagó cincuenta grandes, y apenas llegaron tu amigo y tú, nos pidió que los lleváramos arriba. Y a mí me dijeron que debía hacer y decir, eso fue todo. No es nada personal, guapo, si tú me gustas, además lo haces muy rico y la tienes muy grande —cuando la mujer intentó tocarlo, George atinó a hacerse atrás Un hombre entró en la habitación recriminado el por qué estaban ahí. George lo reconoció y se le fue encima —¡Oye tranquilo! —¿Quién te pagó para meterme a ella en el privado? El hombre se deshizo del agarre asustado, porque el rubio era muy alto y fuerte —¿Por qué? ¿Qué te hizo esta perra? —¡Yo no hice nada! Luego el hombre recordó —Ah, eres «el de los cincuenta mil», lo siento, fue un tipo, pagó mucho para que hiciéramos el cambio, me dijo que quería consentirte con una rubia porque te gustaban las güeras, y fue claro en que debía llamarte «Gio» dijo que era tu apodo. —¿Te dio su nombre, sabes cómo era? —Pues... era un tipo de estatura baja, mal vestido, moreno y canoso, flaco. Hasta a mí me sorprendió que tuviese dinero, excepto por el otro hombre, era un viejo, ojiverde y canoso, ese si se veía más duro, pero, no me dieron su nombre. George estaba horrorizado de ese lugar, antes de salir lanzó los dólares, mientras aquel trío se abalanzaba a tomarlos. Otra vez, fuera del bar, sintió como el aire fresco de la madrugada lo golpeaba, miró su reloj pasaban de la una de la mañana. Atinó a enviar un mensaje a Fred, diciendo que lo vería afuera del lugar. Caminó unos pasos, hasta que no pudo más controlar su estómago y vomitó en un contenedor de basura. Después de hacerlo, se sentó sobre el borde de una calle, estaba agotado, su rostro estaba pálido, recordó a Allie; su forma de hacer el amor, su perfume, el sabor de sus besos, el sonido de su voz y esa manera de llevarlo al orgasmo «Volví tantas veces, las mismas que juré que dejaría de hacerlo, Allie, me hacías olvidar todos mis tormentos» pensó George casi se echaba a llorar, pero escuchó a Fred buscándolo y se levantó —¿Qué te pasó? —Nada, vámonos ya —dijo George, pero entonces divisó a lo lejos a un hombre mayor, idéntico a Maclovid, podía ignorarlo y pasar de largo, pero sus miradas se cruzaron de frente. Maclovid Llaneros parecía tan sorprendido. —Doctor Orange, me alegró verlo —dijo acercándole la mano parecía alegre quizás hasta ebrio, y George devolvió el saludo —Hola, señor Maclovid, me alegro de verlo mejor, ya nos vamos. —Gracias, doctor Orange, nos vemos. Fred y George siguieron el camino al estacionamiento, mientras Fred preguntaba quién era aquel hombre y George le decía que era su paciente —Siento que lo conozco de algún lado, pero no sé de dónde —dijo Fred Luego subieron al auto, para volver a casa. Al llegar a casa pasaban de las dos de la mañana, George caminó hasta la barra del bar y sacó la botella de whisky y hielos —¿Vas a beber más? —¿Acaso necesito tú permiso? —Por lo visto el sexo no te mejoró el carácter —dijo Fred burlón, pero al notar la falta de ánimo de su amigo, se dio por vencido —. Bueno me largo a dormir, hasta mañana. Fred subió hasta la recámara de huéspedes y George tomó la botella de whisky y el vaso con hielo, y abrió la puerta al jardín trasero donde se sentó, iluminado por las lámparas y la luna, comenzó a beber. Tras unos veinte minutos de beber George ya estaba ebrio, había llorado, y sus ojos estaban enrojecidos Lydia que había bajado por agua, lo encontró ahí —¿Papá estás bien? George la miró confuso, su lengua estaba adormecida y hablaba mal —No me pasa nada, ve a dormir, Lydia. —¿Por qué lloras?, papi quiero ayudarte, no quiero verte triste —Lydia intentó acercarse a su padre, pero la rechazó de prisa sin permitir que le tocara —¡No me toques! ¿Eres sorda? Te dije que te vayas a dormir. —Pero ... —Pero, nada, Lydia, ¡Estoy sucio, soy un asco! ¡Y tú solo piensas en tocarme! ¿Acaso quieres estar inmunda como yo? —Eso no es cierto, papito —Lydia comenzó a llorar —¡Claro que sí! soy un asco, una basura. Soy lo peor —dijo George luego se echó a llorar, consternando a su hija que se acercó para consolarlo —Tú eres el mejor papá del mundo, eres bueno. George miró a su hija, sus ojos azules acuosos, lo miraban suplicantes, pero él estaba tan amargado. —Eres lo único limpio que tengo en la vida, Lydia, lo único puro e inocente —George abrazó con fuerza a Lydia. Pero la apartó de sí —Por favor, Lydia, vete, estoy sucio ahora. Lydia le miro con tristeza, pero obedeció. George se sintió muy mal de aquella escena, se levantó de inmediato y cerró bien la casa. Fue a su recámara y se dio un largo baño, una vez que se puso su pijama, caminó a la habitación de Lydia, ya había pasado su borrachera. La vio dormida, acarició su cabello y besó su frente. Y pensó en cuanto la amaba. Si Allison Butler lo arrastró a sus más bajos instintos haciéndolo caer en un placer infernal en el que se había quemado, Lydia era la otra cara de la moneda, ella lo elevaba hasta sentirse uno con el universo, provocando que fuera mejor de lo que jamás había imaginado, solo para ella. Lydia abrió los ojos y sonrió a su papá —Papi, ¿Estás mejor? —él asintió —. Ven, duerme conmigo, como cuando era niña, ¿Te acuerdas? George volvió a asentir y se recostó a su lado, abrazando con fuerza a su hija. Así, junto a ella, volvía a sentirse limpio y la paz volvió a su mente, haciéndolo dormir de inmediato.
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