Capítulo IX

2228 Words
Cuando Fred se acercó a los chicos, estos saltaron lanzando un grito, que asustó al hombre —¿Qué pasa? —¡Oh, tío Fred, nos has dado un susto de muerte! —dijo Lydia, con las manos puestas en su pecho—. Pedro ha dicho que ha visto a un hombre, allá por gran árbol, pero no veo nada. Fred miró hacia el bosque, tratando de ubicar lo que el niño había visto, pero fue inútil, ahí no había nadie. Cuando Fred les convenció de que habían imaginado todo, se trasladó al interior de la casa y encendió la enorme lámpara, que estaba afuera de la puerta del jardín y que con su luz iluminaba cerca de aquellos árboles. Entonces los niños desdeñaron la idea y pudieron cenar en paz. Magna llegó apenas unos minutos después, y cuando se encontró saludó a Fred con frialdad y amabilidad —Gracias pro permitir que me quede aquí —señaló Fred —Magnus, Lydia no fue a su fiesta, que te explique ella y yo te daré mi versión cuando vuelva —dijo George mientras tomaba su cartera y las llaves del auto —¿Van a salir? —preguntó Magnus con curiosidad —Sí, quiero mostrarle a la ciudad a Fred —dijo George, la anciana asintió, no estaba feliz de ver a George salir con Fred, pues consideraba al último como una mala influencia, pero no era capaz de expresarlo, después de todo pensaba ¿Quién era ella para prohibir algo a George Orange? —Entiendo —dijo Magnus Los hombres se encaminaron a la puerta principal, dispuestos a salir. —Ya casi es hora de que ese muchachito se marche —dijo George refiriéndose a Pedro —Sí, no te preocupes, lo enviaré a casa apenas terminen la cena. Luego los hombres salieron y subieron al auto, para marcharse. Magnus no se quedó conforme y se mantuvo preocupada por George Orange. George condujo hacia el centro de Pueblo del Norte. Aquel pueblo era distinto a Minnesota, aunque se empeñaba en modernizarse, seguía siendo un pueblo, quizás el más industrial del país, pero pueblo aún. El centro era una maravilla para los pobladores, pues ahí se encontraban los mejores centros comerciales, restaurantes y bares. Además, a unos minutos de ahí estaba la zona mas exclusiva del pueblo, donde vivían las familias mas pudientes de la región, cuyas mansiones se veían desde lejos, y resplandecían con sus lujosos autos. George no era precisamente pobre, y vivía en una zona bastante acomodada, pero no como aquellos lugares que mostraba a su amigo Fred. —Mira esa casa —dijo Fred—. Se parece a la que vendiste en Minnetonka. Aquello no le gustó a George, ¿Por qué siempre le recordaba el pasado que se empeñaba en enterrar? Hizo una mueca de fastidio y le ignoró. Llegaron a un bar llamado la «malvarrosa» y en cuanto ingresaron, comenzaron las quejas de Fred —¡Vamos! Has escogido el bar mas aburrido de todos —dijo con pesar —Ni siquiera llevamos ni diez minutos y ya te estás quejando —replicó George —Debemos ir al que te indique. Está a unas cuadras, venga, vamos —Fred insistió un poco más y George cansado tuvo que ceder. Caminaron dos cuadras hacia el sur, las calles eran empedradas, y el calor se había vuelto un clima fresco y agradable. Caminaban, y se topaban con un montón de gente de diferentes edades, era un enjambre de diversidad, había mujeres exuberantes, jovencitas que apenas debían ser mayores de edad, hombres con sombreros y botas, otros con trajes elegantes y relojes rutilantes. Había algunos bares gays de donde provenían estruendosos sonidos que imaginaban un ambiente festivo. Hasta que al fin arribaron al afamado «bar Lagunero», George frunció el ceño desconfiado, había escuchado un par de anécdotas de aquel lugar, por ejemplo, que estaba abierto hasta media mañana, pues hasta esa hora duraba la juerga. —¡Esté es el lugar perfecto! —exclamó Fred tomando una mesa al fondo. Aquel bar estaba iluminado por luces de colores, apenas se sentaron y una mesera vestida en ropa interior color rojo y medias de red negras les recibió, sonriente y coqueta, Fred la observaba con ansias —. ¡Mira esta belleza! George se sentó frente a Fred, lucía bastante incómodo, no quería siquiera mirar a la mesera, Fred encargó un «Old fashioned» mientras George volvió a pedir un trago doble de whiskey. —¿Tenías que escoger este bar? —¿Y que tiene? ¡Me encanta! Aquí esta para no arrepentirse —dijo mientras miraba con malicia a las mujeres que pasaban por su vista, pero George parecía desganado—. ¿Y a ti que jodidos te pasa? —¿De qué? —Parece que no eres hombre, que le pasa a tu amiguito —dijo refiriéndose a su órgano s****l, George que lo adivinó, le miró con ojos empequeñecidos de rabia —. Me asustas ¿Acaso cambiaste de gustos? —¡Jódete! —Ah, ya se, es que a ti te gustan más chiquitas ¿Verdad? George palideció de coraje, y tomó a Fred de forma salvaje del cuello de la camisa, pero llegó la mesera con los tragos y ambos hombres tuvieron que relajarse —Solo era una maldita broma, controla tu temperamento feroz, o van a sacarnos. Pasaron veinte minutos, hablaron sobre todo de aquellos extraños eventos que perturbaban la mente de George, pero Fred sabía muy bien como sacarlos de la mente de su amigo, dándole respuestas concisas y realistas del caso, que al cabo dejaban conforme a Orange. Unas mujercitas se acercaron a los hombres, aquellas debían pasar los veinte años de edad. No eran las típicas meseras, sino unas bailarinas, seductoras y como las demás carentes de ropa. —Hola, caballeros, ¿Nos invitan un trago? —sugirió la morena de labial rojizo —Yo te invitó un trago y te invitó a la luna —dijo Fred sonriente —Puedes llevarme a la luna allá arriba —apuntó la mujer con ingenio, haciendo que los hombres miraran hacia arriba, encontrando un segundo piso, que estaba cubierto por una larga cortina negra —¿Qué es ahí? —Un lugar donde podremos divertirnos. Fred lanzó una carcajada, sabía bien a lo que se refería —¿Cuánto cobras cariño? —Trescientos dólares —dijo con rapidez —¡Ah, vaya! ¿Cobras en dólares? —Fred rio de nuevo, aquella mujer le había escuchado el acento americano y ahora quería quitarle su plata, no era tonto, pero el precio le pareció justo —. Bueno, cariño, yo voy, pero si convencen a mi amigo que anda deprimido. George le alzó las cejas, enojado. —Yo paso —aseveró el hombre bebiendo el último sobre de whisky, peor la otra mujer de cabello castaño que llevaba amarrado con una pañoleta, se sentó sobre sus piernas y comenzó a coquetearle. George sonreía incómodo, mientras la mujer aligeraba su ya pronunciado escote, y con un tono de voz tan chillante trataba de convencerlo —Déjame darte un masajito, seguro de que te va a gustar, vamos cariño. George se reía y estaba ruborizado, la mujer era insistente, y se negaba a aceptar un no por respuesta. George alzó la vista al techo y finalmente aceptó. Subieron al segundo piso, Fred estaba muy animado, riendo y gritando. Iban de la mano de las chicas. Fred y su pareja ya estaban listos para entrar. Pero, la mujer que venía con George fue detenida por otro hombre y todos se detuvieron. —¿Qué pasa? —preguntó Fred, pero cuando George le dijo que nada, se despidió de él, entrando del otro lado de las cortinas negras. George esperó paciente. Aquel hombre tenía tomada a la chica de un brazo con firmeza, y luego le dijo algo al oído, mientras observaba fijamente a George, aquella mirada sospechosa hizo sentir a George fuera de lugar, para cuando la mirada de la mujer volvió a él, parecía desconcertada. Sin embargo, la mujer volvió a George como si nada hubiese pasado y caminaron detrás de las cortinas negras. —¿Todo está bien? —preguntó George al verla nerviosa, ella dijo que sí con una sonrisa suave—. ¿Qué incluyen los doscientos dólares? —preguntó George para saber a que atenerse, mientras pensaba que tenía casi quince años sin estar con una prostituta —No te preocupes, como tú eres muy guapo, contigo lo incluye todo —aseveró la chica acercándose a George seductora Aquel lugar era lúgubre, tenía una enorme cama y estaba dividido por una pared, no había puerta salvo aquella cortina. La mujer le acercó un preservativo a George quien lo tomó con cierta timidez. La chica comenzó a desvestirse ante su mirada, y George se sentó al borde de la cama. Tenía mas de nueve años de no estar con una mujer. Ella era tan atractiva. Cuando toda la ropa cayó al suelo, no evitó mirarla, tenía unos senos perfectos y grandes, una pequeña cintura decorada con una cadera ancha y unas piernas torneadas. Ella se acariciaba para él, mientras los ojos de George comenzaban a oscurecerse, sumiéndose en el deseo que se acrecentaba cada vez que ella se tocaba, como incitándolo a hacerlo. Después la chica se sentó encima de él, besándolo con pasión, George correspondió con fuerza e ímpetu, luego saboreó su cuello, para deslizarse hasta sus senos succionándolos como un bebé recién nacido, mientras aquella mujer disfrutaba de las caricias, ella comenzó a ayudarlo a deshacerse de la ropa, hasta desnudarlo. Se hicieron de caricias y besos, era una entrega por puro instinto, sin culpas, ni compromisos, ahora George ya no pensaba, solo disfrutaba. La mujer lo recostó sobre la cama y ella volvió a colocarse encima de él, pero se quejó amargamente, aquella postura no era su favorita —Tranquilo, déjeme jugar un poquito y después le devuelvo el control, caballero —dijo la mujer con una voz tan sensual como entrecortada, solo así convenció a George de quedarse quieto, pero tomó de su cabello aquella pañoleta y lo amarró por encima de los ojos de George quien estaba confundido —¿Qué haces? —A oscuras es mejor, ya veras —dijo ella y después de anudar bien el pañuelo rojo, comenzó a besarlo con locura. George no se sentía tan a gusto, no le agradaban mucho esos jueguitos donde perdía el control, porque era un hombre controlador y territorial, así que ahora se sentía vulnerable, pero cuando la mujer comenzó a acariciar su pecho y siguió descendiendo hasta acariciar su m*****o con vigor y firmeza, no pudo mas que aceptarlo, le gustaba la sensación que le provocaba, lo hacía de una forma que le resultaba placentera, cuando sintió la humedad de su boca en aquella zona, gimió de satisfacción. Ella seguía con esos movimientos que tenían tan excitado al hombre. Luego desvió la mirada, George no podía ver que otra mujer había entrado a la habitación y se acercaba con lentitud a la cama, quitándose una bata y exhibiéndose totalmente desnuda. Ella le hizo una seña a la castaña para que se retirara, cediéndole el paso, entonces la mujer se alejó con una mirada de pesar y salió de ahí desnuda y con sus ropas en mano —¿Por qué te detienes? —preguntó George con la voz ronca y agitada, entonces sintió una mano que volvía acariciar su pene, regresándolo al placer. Esa mujer comenzó a hacerle sexo oral, pero esta vez era diferente, George intentó articular algunas palabras, pero fue inútil, porque aquello era tan delicioso, brutal y pasional que ya no podía controlarse —Estoy a punto de… —George no terminó de hablar, porque la mujer detuvo su actuar. Mientras abría un preservativo y lo iba colocando en el m*****o erecto de George, cuando el hombre atinó a quitarse la pañoleta, lo impidió —No. —dijo con firmeza y George creyó que su voz era mas aguda de lo que recordaba Entonces esa mujer se colocó encima de él, y comenzó a introducir el pene en su v****a con rapidez. George se desconcertó no era lo que el quería, pero la mujer comenzó a menearse de una forma tan satisfactoria, que el hombre tuvo que disfrutar, perdido en el deseo. Ella alzó las manos de George invitándolo a acariciar aquellos senos, que eran mas grandes que los de su anterior compañera. Embebido en el deseo George disfrutaba, respiraba rápido, su corazón latía muy fuerte, y exclamaba lo rico que aquello era. Hasta que incapaz de evitarlo eyaculó y sintió como sus músculos se contraían, estremeciendo por el placer, estaba en pleno éxtasis y esa mujer le retiró la pañoleta —¡Eres delicioso, Gio! —exclamó la mujer. George recuperaba el aliento, pero aquellas palabras le helaron la sangre, apenas podía verla porque sus ojos no se acostumbraban aún a la tenue luz del lugar, entonces la vio borroso, era tan rubia, con unos ojos que le parecían azules como la porcelana, una sonrisa blanca y descarada ¡Era ella! ¡Era Allie Butler! George salió de ella, y gateó por la cama hasta caer al piso, tomando de forma inútil una sábana para cubrirse, pero ella no era Allison Butler ¡Allie estaba muerta!
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD