Capítulo XI

1622 Words
Era lunes, George dejó a Lydia en el colegio, pero entró un momento. Lydia estaba confundida, pues no creía que había alguna razón por la que su padre estuviera ahí. George la tranquilizó diciendo que vería el tema de unos pagos de la matrícula, pero no era verdad, el padre aprovechó para ir a la oficina de la señorita Arias y hablar largo con ella —Averiguaré lo que pueda, sinceramente me parece extraño, porque Erín y Lydia nunca han sido unidas. Pero, si se trata de un tema de bullying, tenga por seguro de que Erín recibirá un castigo ejemplar —dijo la maestra George quedó conforme y Avril le indicó que le avisaría cualquier información y al final George se marchó a su trabajo. Tras la hora del recreo, Lydia observó a Erín en la oficina de la señorita Arias, tuvo un mal presentimiento, que empeoró cuando volvieron a clases. Erín hablaba con sus amigas en secreto, ellas miraron a Lydia en forma de burla —Basta, no digan nada —escuchó decir a Erín, quien parecía no querer molestar a Lydia —Está enamorada de ti —dijo una amiga de Erín María, provocando la risa del resto de sus compañeros Lydia se sintió humillada, sus ojos se nublaron por lágrimas, sin querer miró a Erín, quien intuyó que la habían lastimado, al verla salir intempestiva fue tras ella, pero sus amigas la detuvieron —¡Lydia, espera! —Oh, déjala, es una perdedora —exclamaron las compañeras entre risas Cuando Pedro se dio cuenta de lo que sucedía intentó alcanzar a Lydia Lydia corrió hasta los jardines exteriores del colegio, se apartó detrás de un árbol sollozando en silencio. Temblaba y sufría, su corazón latía tanto, que la adolescente no podía respirar. Hasta que percibió que no estaba sola, a su lado, sentado sobre la tierra, estaba ese anciano, de unos ojos verdes que la miraban con profundidad y compasión. —¿Quién eres tú? —preguntó Lydia, escudriñándolo—. Espera ¿Yo te conozco? ¡Eres el señor del bosque de los cerezos! —Qué buena memoria tienes, Lydia, pensé que no lo sabrías. —¿Cómo sabes mi nombre? —Trabajó aquí, soy el conserje. —¡Qué raro! No te había visto antes. —Bueno, yo a ti sí, pero he creído que no querías saludarme. ¿Por qué lloras? Lydia comenzó a contarle sus problemas al conserje, por alguna razón ese hombre le daba confianza, en un momento se abrió ante él, contándole todo sobre Erin María —Yo te creo, dices la verdad, seguro de que esa niña se ha dejado guiar por sus malos amigos y por eso ha mentido de esa forma tan cruel. Debes mantener tu cabeza alta, Lydia, nadie debe hacerte menos, tú vales mucho. Debes hacerlo saber. —¿Cómo? —Pídele una explicación, escríbele una carta y veras que te responderá, confía en mí. Lydia asintió esperanzada por los consejos de ese señor. George esperaba en la oficina de la señorita Arias, estaba impaciente, cuando Avril entró en la oficina la miró aturdido deseando que comenzara a hablar —Señor Orange —dijo saludándolo—. Lo cité por el tema de la mañana, hablé con Erin María, ella me dio una versión distinta a la que usted me comentó. George frunció el ceño inquieto, no entendía nada. —¿De qué habla? —Erin dice que no tiene ninguna amistad con Lydia, incluso dice que no la invitó a ninguna fiesta —dijo Avril observando la inquietud del padre —Pero… Lydia no miente… —Señor Orange, se que hablamos de su hija, pero, no me dejará mentir, todas las personas mienten. Desconozco el motivo de la mentira de Lydia, pero al menos que usted me muestre la invitación o alguna prueba, no puedo actuar en contra de Erin María —dijo Avril George estaba sorprendido. No. El no tenía como probar lo que había sucedido, de pronto se preocupó, nunca había descubierto alguna mentira de Lydia y se preguntaba «¿Será está la primera vez?» —Los adolescentes mienten por muchas razones, sobre todo porque… —Necesitan atención —respingó severo, lo sabía, era psicólogo, pero antes era un padre, ahora George se sentía impotente, incapaz de ayudar a Lydia. Lydia tenía la carta de Erin, convencida de arreglar el problema dejó sobre las rejillas del casillero la nota, se alejó unos pasos cuando la voz de su padre la asustó —¿Qué sucede? —dijo George suspicaz —Nada. Me has tomado de sorpresa y me asusté. —¿Por qué? ¿Qué hacías? —Nada —Lydia estaba nerviosa y George lo notó —Te ves extraña, como si me ocultaras algo —dijo mirándola detenido —¡¿Qué?! ¡Claro que no! ¡Él único que actúa raro eres tú, te comportas como un gruñón y luego me acusas de que escondo algo! —las palabras de Lydia salieron con impulso, la adolescente se sonrojo de inmediato George terminó de asustarse, la actitud defensiva de Lydia no era normal. Al final volvieron a casa en completo silencio. Por la noche, George acompañó a Fred al aeropuerto, su amigo debía volver a Minnesota junto a su esposa que estaba por volver de sus vacaciones, pero antes de irse le prometió que tendría la información sobre el padre de Allison Butler. La paranoia de George crecía y Fred quería tranquilizar a su amigo. A la mañana siguiente Lydia corrió a su casillero, entonces encontró ahí la nota, se apuró a abrirla y leerla, era de Erin: «Lo lamento, mis amigos no te aceptan, por eso he tenido que mentir. He encontrado una forma de que te quieran. Ya será el festival de «la rosa de la vida», te daré un traje que deberás usar para la fiesta, así, mis amigos serán los tuyos y seremos las mejores amigas, para siempre» Lydia sonrió satisfecha. Caminó a clases, cuando encontró la mirada de Erin, le sonrió sutil, la chica le regresó la sonrisa, aquello bastó para que la joven reafirmara la nota y se sintiera confiada. Durante su jornada laboral, George se mantuvo preocupado, Lydia lo tenía atormentado. Además, no lograba localizar al paciente Llaneros, llamaron a su teléfono celular y no consiguieron contactarlo. —Ya me voy, Mar —dijo George —Dejaron esto para usted —Mar le entregó una caja enorme George lo llevó a su oficina. Lo puso sobre una mesa y se apuró a abrir la caja, dentro había una especie de caja mas pequeña. Cuando la abrió se quedó perplejo, sintió un escalofrío que lo hizo temblar. Era una casa de muñecas de color rosa, dentro tenía muñecas pequeñas, pero en las caras tenía fotografías con los rostros de su familia; su madre, padre, su hija, él, incluso estaban también Magna y su amigo Fred. Todos hacían parte de los rostros de esos muñecos. Se sorprendió al mirar a una muñeca envuelta en un papel. Al desenvolverla, miró una fotografía, era ella; ¡Allison Butler! George atinó a dar unos pasos atrás. Sintió pánico, luego rabia. De pronto sin evitarlo comenzó a romper aquella casa de cartón, provocando un ruido terrible. Mar entró deprisa, observando la situación —¡¿Qué sucede?! George se controló lo mejor que pudo, pero el daño estaba hecho. Tras decirle que era una mala broma, salió de prisa, condujo como pudo hasta llegar a casa. Al llegar encontró a Magnus y Lydia en el jardín trasero, tenían rastros de haber hecho un asado, había carne y verduras sobre unos platos —¿Qué hicieron? —Una deliciosa comida, papi, siéntate —dijo la niña intentando que su padre comiera, pero George tenía un puño de preocupación en su estómago que apenas lo dejaba respirar —No tengo hambre. ¿Cómo asaron la carne? —preguntó al ver el asador usado, la abuela y la niña no sabían cómo, y él tenía intriga —Papi, mi abuela tiene novio —susurró la niña, George frunció el ceño confundido —¿Qué dices? —dijo incrédulo—. Magnus, ¿Quién asó la carne? —Vino un amigo a comer con nosotras, lo conocí en la boda de la hija de mi amiga. es adorable, ¿verdad, Lydia? —dijo la anciana sonrojada George miró a su hija afirmar —Sí, el señor Clarke… —¿Clarke? —No. Se llama Mac, bueno, así le gusta que le digan. —¿Mac? —preguntó dudoso—. ¿Por qué pensabas que se llamaba Clarke, Lydia? Lydia se puso nerviosa, recordó que le había prometido jamás revelar su nombre, ella sabía que era Clarke, el mismo conserje de su escuela, había jurado que sería su secreto de amigos por siempre —Tiene cara de Clarke. Magnus se echó a reír, George esbozó una sonrisa, vio a la anciana ilusionada, deseó que fuera algo bueno, al menos para ella. En Minnesota, Fred esperaba a su mujer e hijo, pronto llegarían en un taxi del aeropuerto, entonces escuchó el timbre, creyó que eran ellos. Abrió sin pensar, pero no encontró a su mujer tras la puerta. No. Era un hombre de algunos cuarenta años, cabello grisáceo, sus brazos tenían tatuajes referentes a la muerte, usaba gorra y pantalones holgados. —Buenas tardes. —¿Eres Frederick Lawrence? —Sí, ¿Por? —Tengo un mensaje de Allison Butler —dijo, los ojos de Fred se abrieron enormes, pero no pudo decir nada, porque el hombre le enrolló el cuello con una cuerda delgada, que tenía en sus manos, y comenzó a asfixiarlo. Fred intentaba sobrevivir, pero al final, terminó por dejar de respirar. Murió.
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