Capítulo VIII

2207 Words
El taxi se detuvo a un lado de la dirección indicada, pero tanto Lydia, como el conductor se mostraron confundidos, aquel lugar era deshabitado, sucio y lúgubre. Resonaba una música popular, pero para nada parecía un lugar de fiesta adolescente —¿Estás segura de que es la dirección, hija? —preguntó el conductor confundido —Sí… —titubeó Lydia confundida —Me espero a que entres —dijo el señor —No, ¡Váyase ya! Tengo una fiesta y usted no es mi cuidador —espetó molesta y cerró de prisa la puerta al bajar. El conductor frunció el ceño con antipatía, pensando en lo grosera que era la chica, pero como no era su problema y él había cumplido con el viaje, se limitó a arrancar el motor e irse. Lydia miró alrededor, se miró el vestido con duda, y con temor se acercó a aquel lugar, era un edificio que parecía abandonado, pero tenía una puerta de lámina «¿Quizás es una fiesta temática de terror?» pensó Lydia, acercándose con lentitud. Empujó la puerta, provocando un ruido terrible. Ingresó y miró para encontrar frente a ella un lugar polvoriento, de piso de tierra. Chatarra y viejos objetos estaban esparcidos sobre el lugar. Caminó adentro y observó unas escaleras semi derruidas que daban a una planta alta. Tosió con fuerza, pues el polvo se había colado a su garganta. De pronto, aparecieron ante ella dos jóvenes de algunos veinte años, primero la miraron desconcertados, pero después Lydia sintió como aquellas miradas se volvían impúdicas, haciéndola sentir sucia. La niña tuvo que retroceder atemorizada —¿Te perdiste, cariño? —preguntó el joven más alto, esbozando una sonrisa que no disimulaba su ventaja, ni su osadía. Lydia observó que uno de ellos tenía consigo lo que parecía un frasco con pegamento, que provocaba un olor penetrante y adormecedor. Sintió que su corazón latía entre la adrenalina y el temor. —Ven con nosotros, chiquita, vamos a jugar un ratito —dijo el otro joven, con una voz tan divertida, que Lydia creyó que enloquecería de terror, mientras percibió que se acercaban a ella con pasos firmes George Orange llegó justo a aquella dirección. Ni siquiera apagó el auto, lo dejó en neutral y colocó el freno de mano, antes de salir, abrió un compartimiento debajo de la guantera, ahí tenía una pistola, envuelta en un pañuelo de tela roja, aquella arma la tenía desde que vivía en Minnesota, la guardaba en el auto, pues temía que Lydia pudiera encontrarla. Bajó del auto y observó aquel pésimo lugar. Como si tuviera un mal presentimiento, caminó para entrar a aquella casa en ruinas. Al hacerlo se topó con Lydia, quien intentaba correr para salir, tras de ella estaban aquellos jóvenes. George no dudó ni un segundo en tomar a Lydia del brazo, y colocarla tras de él, como si fuera su escudo protector, con rapidez apuntó aquella arma contra los jóvenes que lo veían dispuestos a atacar, pero al observar aquella pistola retrocedieron con angustia —¡Tranquilo, podemos compartir a la chiquita entre los tres! —gritó uno de los jóvenes entre risas, George pudo constatar que tenían las pupilas tan dilatadas, estaban drogados —¡Cállate, imbécil! —dijo George mirándolo con desprecio —¡No hicimos nada! ¡Ella vino sola, nosotros no la trajimos a la fuerza! —dijo el otro joven, George sabía que tenían razón, —Camina, Lydia —dijo George severo, y Lydia corrió hasta llegar al carro. George siguió apuntando a los jóvenes, mientras retrocedía, luego cerró la puerta de lámina, corrió hasta el auto, arrancó de prisa y de reversa, para girarse más adelante, y observar por el retrovisor como aquellos jóvenes corrían detrás, lanzando piedras que se rompían contra el suelo, mientras lo maldecían con palabras altisonantes. George manejaba muy rápido, iban de regreso a casa, tenía el rostro de piedra, su corazón aun latía con fuerza, y se sentía furioso —¡Te dije que esperaras por mí! —exclamó George tan enojado, que Lydia rompió en sollozos—. Dime, ¿Te hicieron algo? George intentó calmarse, pero como Lydia no contestaba, ni dejaba de llorar, se frustró —¡Dime que estás bien!, ¡Con un maldito demonio! —gritó con furia —¡Estoy bien! —exclamó entre el llanto—. Lo lamento, no quería desobedecer, pensé que no pasaría nada. —¡No vuelvas a desobedecerme, Lydia! —espetó y Lydia quedó en silencio —Iremos a casa de Erín. —¡No! —exclamó Lydia sollozando—. ¡No hagas eso! —¡Claro que sí! Ella tiene que explicar porque demonios te dio esta dirección —George estaba furioso —Quizás… equivocó la dirección. —Eso quiero escucharlo de su boca. —¡No, por favor! Papá no lo hagas, no me hagas esto —suplicó desesperada—. ¡Quiero ir a casa! Al final, George sucumbió a ir a casa, pues Lydia estaba demasiado nerviosa y estresada. Llegaron a casa y George estacionó el auto, pero encontraron ahí sentado sobre el pórtico a Fred Lawrence. Lydia bajó del auto y lo vio —¡Por Dios, mira que hermosa! —exclamó Fred y abrió los brazos, mientras Lydia corría a abrazarlo, pero la niña se deshizo en sollozos—. ¿Qué sucede, cariño? —dijo Fred confundido, observando a George que negaba con la cabeza —He tenido un mal día, tío Fred —repuso la adolescente Entonces llegó Pedro, cuando George lo vio no fue amable —¿Qué quieres aquí? —Ah… buenas noches, señor Orange, yo… Quería invitar a Lydia a comer al puesto de «La media luna» —dijo el joven, mientras Orange fruncía el ceño Lydia miró a su padre, con un gesto vulnerable —¿Quieres ir? —preguntó La niña asintió, con el rostro demacrado —. Está bien, pero no demoren mucho —George intentó sacar dinero y alcanzarlo al joven —Yo tengo dinero —dijo Pedro, pero George insistió y terminó obligándolo a que lo tomara —Les daré una hora, Pedro, vuelvan antes de las nueve o iré a tu casa a decírselo a tu papá —dijo George mirándolo con ojos tan enojados, que Pedro tragó saliva atemorizado y asintiendo. Los adolescentes caminaron hasta perderse de vista. Dejando atrás al mortificado padre. Lydia iba cabizbaja y sin ánimo, Pedro lucía nervioso —Te ves… rara. —Lo sé. —Pero, te ves bien, te ves linda. Una lágrima corría por el rostro de la joven, y la detuvo de inmediato —Iba a la fiesta de Erín, pero equivoqué la dirección. —¿Por qué? Si la fiesta de Erín fue en su casa, pasé hace unos momentos y todos están ahí —dijo Pedro —¡¿Qué?! —exclamó irresoluta—. ¿Por qué…? ¿Por qué Erín me hizo esto? —dijo trastornada, deteniendo el paso, luego se echó a llorar y Pedro la abrazó con fuerza. Fred y George estaban en casa. Fred se acercó a la barra de licores y sacó una botella de whisky —Necesito un trago —dijo George —Claro que sí, suegro —dijo Fred a broma —¡Basta! No seas idiota —dijo George molesto, ante las risas de su amigo—. He tenido un día de mierda y no quiero tus burlas. Hace un momento casi atacan a Lydia. Fred se puso serio ante aquella afirmación —¿Qué dices? —dijo pasándole a George el trago de whisky —Lydia se fue a una fiesta sin mí, y no era la dirección, llegó a un nido de drogadictos y maleantes que por poco la… Gracias a que llegué a tiempo, si no quien sabe lo que hubiera pasado. —Pero, ¿Por qué se ha ido sola? ¿Por qué no la has llevado tú? —Estaba en una sesión urgente de terapia y de pronto alguien me ha enviado un mensaje, me alertaron de que Lydia estaba en peligro, y fui hasta ahí. —¿Quién? —¡No lo sé, carajo! Todo lo que sé, es que era uno de esos teléfonos desechables, ese maldito acosador, ¡Estoy seguro de que tiene que ver con esto!, te juro que, si se atreven a tocar a Lydia, ¡Voy a matarlos! —Calma, quizás sea un ex paciente resentido, George. —Sea quien sea, ha de pagarlo. Te lo he dicho que están detrás de mí. —Si piensas en eso, te lo dije, Allison no tenía más familia que sus padres, su madre murió y su padre se ha vuelto a casar, en unos días tendremos las fotografías de confirmación. No tiene que ver con eso, debe ser algo más. George asintió y de un solo sorbo se tomó todo el whisky. —Estás demasiado estresado, necesitamos desfogarnos. Vayamos a un bar, he visto uno bueno de camino, además había mujeres muy guapas —dijo guiñándole un ojo —No. No tengo ganas. —Pues por eso estás así de amargado, George, ¿Hace cuánto que no tienes sexo? —¡Cállate! Déjame en paz. —Relájate, George. Te entiendo, es que conseguir un reemplazo para Allison Butler es muy difícil, es que esa niña estaba divina, con ese cuerpecito y esa cara, Allie era perfecta… —dijo Fred atrayendo los peores recuerdos a la mente de George, que le miraba enojado —¡Cállate! ¡No hables de Allie! —¿Quién es Allie? —preguntó Lydia quien entraba a la casa, seguida por Pedro George abrió sus pupilas enormes, su corazón latía con rabia y sintió que le faltaba el aire, tanto había luchado porque Lydia no supiera nada y de pronto ahora, el nombre de «ella» estaba en sus labios —¡¿Por qué demonios te metes en conversaciones de adultos?! —exclamó George con furia Lydia casi rompió en llanto, ante el temor del enojo de su padre. —Cálmate, George —dijo Fred —¿Qué hacen aquí? —preguntó George más sereno —Es que «La media luna» estaba cerrado —dijo Pedro nervioso —Ah, bueno, vayan a la mesa del jardín, les pediré una pizza —dijo George Lydia se giró molesta, y caminó hacia el jardín, mientras Pedro le devolvió el dinero a George y siguió a Lydia —George, no seas tan injusto con Lydia —dijo Fred —¡Es tu culpa! —exclamó George, frustrado—. ¡No debiste pronunciar ese maldito nombre! —No volveré a hacerlo. Estás muy nervioso, vámonos a un bar, ahí podremos hablar sin problemas —dijo Fred George decidió que era una buena opción, pero debían esperar a que Magna regresara. Lydia estaba sentada en una de las sillas del jardín, observaba la oscuridad de la noche que envolvía el cielo, Pedro se sentó justo a su lado, no decía nada, y Lydia aprovechó para limpiar las lágrimas que bañaban su rostro —Tranquila, los papás siempre son bien regañones, deberías de ver a mi papá, a veces nos da nuestros buenos golpes —dijo Pedro, y luego pasó su brazo por los hombros de Lydia, intentando consolarla. Cuando George llegó hasta ahí, trayendo consigo refrescos, platos y vasos, miró aquella escena, frunció el ceño molesto, y Pedro giró su vista, alejándose de inmediato cuando observó la furia relampaguear en los ojos del padre —Ya no debe tardar la pizza —dijo George y observó con firmeza a Pedro, quien solo pudo bajar la mirada —¡Lo odio! —espetó Lydia molesta Pedro lanzó una risita burlona —Nadie puede odiar a sus padres, es imposible, solo que, nos hacen enojar. —Te digo que ahora mismo lo odio —dijo Lydia con rabia —Sí, seguro de que sientes eso, pero solo odiamos lo amado. Eso dice mi mamá, cuando yo le digo que odio a papá. Lydia observó bien a Pedro, tal era la forma de su mirada, que parecía que era la primera vez que lo veía, en realidad, Lydia comenzaba a ver al chico, dándose cuenta de que no era tan irrelevante como creía, sonrió de pronto y Pedro atinó a imitarla. —Entonces el amor, se puede volver odio, pero sigue siendo amor, ¿Qué es lo contrario del amor? —preguntó Lydia —Pues… —Pedro pensaba, quería decir algo asombroso, que impactara a Lydia, pero no encontraba ninguna respuesta buena—. Tal vez no sentir nada. —La indiferencia… —susurró Lydia y pensó en Erín, se preguntaba si podría dejar de sentir algo por ella. De pronto Pedro se levantó como un resorte, inquietando a Lydia. Frente a la reja de ese jardín, estaba el bosque de los cerezos que se erguía entre frondosos árboles, maleza y caminos campestres —¡¿Viste eso?! —exclamó el jovencito —No. ¿Qué ves? —preguntó Lydia de pie e incrédula —¡Es un hombre! ¡Detrás de aquel árbol! —Pedro apuntaba hacia el árbol más grande del bosque Lydia no veía nada, aunque intentaba, pero un escalofrío de miedo invadía su cuerpo.
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