Capítulo V

1244 Words
Al día siguiente George despertó muy temprano y cocinó el desayuno. Hizo los hot cakes con cajeta y miel que le encantaban a Lydia, era sábado día de descanso, así que George quería aprovechar para resarcir el daño que había ocasionado a su hija. Magnus bajó la escalera y observó a George cocinando. Se acercó olfateando el delicioso olor a dulce que desprendía la comida —Huele delicioso —dijo la abuela, George se giró a mirarla sonriente—. Ya debo irme, Dalila y Sara me esperan en el bingo. —¡Qué te diviertas! —exclamó George, mientras observaba que Magnus se retiraba a jugar al lado de sus viejas amigas como cada sábado lo hacía. Cuando Lydia bajó a la cocina, ni siquiera quiso mirar a su padre, abrió el refrigerador y tomó un jugo, luego se encaminó apresurada a su habitación, pero la voz de su padre la detuvo. Lydia no era tan rebelde, como para dejarlo hablando solo y se detuvo —Buenos días, estrellita —dijo George con dulzura, pero fue ignorado por Lydia—. Lydia, no te atrevas a ignorarme —dijo severo Lydia tuvo que detener sus pasos y se giró a mirarle —Buenos días. George se acercó sutil y su mirada se mostró afable y tierna —Necesitamos hablar —dijo con el rostro desesperado —Quiero ir a ver televisión —repuso Lydia —Siéntate, vamos a desayunar, por favor. Lydia tenía un alma sumisa y noble, incapaz de llevar la contra, se dispuso a tomar un lugar en la mesa, mientras su padre servía el exquisito desayuno que le había preparado. Terminaron el desayuno en completo silencio y las únicas palabras que Lydia había articulado eran para enfatizar lo delicioso que estaba el desayuno. Ella se levantó de inmediato, ayudando a su padre a recoger la mesa. —¿Vamos a caminar? —preguntó el padre Lydia se mostró dudosa, pero aceptó tras la insistencia. George y Lydia caminaron por el bosque de los cerezos, el mismo bosque donde ayer habían peleado con fuerza. George se sentó sobre un tronco y Lydia hizo lo mismo, estaba silenciosa, jugaba con una rama de un árbol haciendo figuras sobre la tierra —Lamento mucho todo lo que dije ayer —aseveró el padre, con un rostro deprimente y esperanzado a la vez—. Lo lamento de verdad. Lydia alzó su mirada azul celeste y observó a su padre, conteniendo la respiración, su pecho dolía y su pulso estaba acelerado, no tenía idea de cómo reaccionar, pero se sentía triste, con deseos de llorar muy fuerte —¿Por qué dijiste todo eso, papá? —Lo siento, soy un estúpido y me equivoco mucho, regularmente. —¡Eso no es cierto! —Lydia replicó apasionada—. Tú no eres estúpido, papi, pero me hiciste sentir muy triste —una lágrima recorrió el rostro de la adolescente George se acercó a ella y se colocó de cuclillas frente a ella, mientras con sus dedos detenía el avance de aquellas lágrimas sobre su rostro —Mi estrellita, querida, tienes que aceptar que tu padre no es perfecto, nadie lo es, y tal vez, algún día entenderás que soy solo un humano que comete errores y a veces esos errores no tienen solución —George sentía que su corazón latía con fuerza, los ojos de Lydia le miraban con negación. Pensó en su pasado, ¿Qué pasaría si Lydia conociera su peor error?, George se estremeció solo de imaginarlo. —¡Olvidemos todo, papi! —exclamó Lydia con emoción George afirmó divertido y siguieron paseando por el bosque. Al cabo de una hora, decidieron volver a casa. Caminaron y antes de llegar, fueron interrumpidos por el sonido de una llamada al celular de George, contestó, aunque no reconoció el número telefónico. Al contestar escuchó claramente su propia voz hablando con Lydia, George estaba muy confundido, frunció el ceño, y puso atención, aquella conversación parecía ser la misma de ayer, pues él y su hija discutían. Lydia se había detenido y observaba a su padre intrigada al ver el semblante de George que palidecía y después comenzaba a enrojecer. George sintió que su corazón latía y el sudor perlaba su frente, aquella reacción se debía al temor que experimentaba al comprender la lógica de lo que oía; alguien había grabado su conversación de ayer, ¡Alguien los acechaba!, cuando George dedujo aquello, su respiración se aceleró —¡Entra a la casa, Lydia! —exclamó con voz fuerte, entre la angustia y el terror Lydia titubeó, pero replicó su orden y la niña ingresó de prisa a casa. George observó a todos lados, tratando de encontrar al culpable de aquella histeria, pero se dio por vencido y entró a casa, cerrando bien la puerta tras de él. —¿Qué pasa, papá? George observó los ojos de Lydia que lo veían atemorizados, mientras se maldecía en silencio por preocuparla de esa forma. George intentó localizar a Fred, pero no tuvo suerte. Mas tarde llegó Magnus, pero George no le contó nada de lo ocurrido para no asustarla, y puesto que Lydia no comprendía nada de lo sucedido, ella tampoco dijo nada. Cuando el lunes volvieron a la rutina, Lydia le recordó a su padre que debía asistir a la plática con la consejera escolar —Debes venir por mí una hora antes —dijo Lydia, mientras bajaba del auto y caminaba a la entrada —Cuídate, estrellita, te amo —dijo George, antes de arrancar el auto, pudo vislumbrar a Pedro en la puerta principal, fingía comprar algo a un vendedor ambulante, pero George sabía que esperaba por su hija. Aunque George se quedó preocupado por Lydia, siguió su camino. Aquel fin de semana había sido estresante, aquella llamada lo estaba enloqueciendo y aunque pensaba que podría ser una broma de mal gusto, seguía siendo desconcertante. Aquel teléfono no estaba registrado, parecía ser desechable, lo había bloqueado, pero de poco servía porque su mente seguía preocupada. Al menos había podido hablar con Fred, quien le había tranquilizado, no había encontrado familiares de Allison Butler y su padre, que parecía ser su único pariente vivo, había rehecho su vida formando una nueva familia en Missouri. Por ese lado George se sentía en paz. George llegó a Yakamoz y comenzó a dar sus sesiones terapéuticas a sus pacientes. Lydia no había dirigido ninguna palabra a Pedro, se sentía avergonzada por la actitud de su padre y no sabía cómo disculparse, pero Pedro apareció a su lado cuando ella abría su casillero —¿Qué tal tu fin de semana? —preguntó divertido y con una sonrisa blanca—. Mi papá nos llevó a mi hermano y a mí al acuario de Estela. —¡Qué bien!, quiero disculparme por la actitud de mi padre —dijo con la mirada triste —¡Ah, no importa!, los papás están locos. ¡Mi padre es un loco! Y el tuyo también, así son todos, quizás algún día nos toque ser como los adultos. Lydia sonrió divertida, ante el pensamiento de Pedro. La campana resonó con fuerza, y Pedro caminó hacia el salón, Lydia abrió el casillero y sacó un libro, pero ahí descubrió un sobre de color blanco que tenía su nombre escrito en letras mayúsculas. La adolescente dibujó una gran sonrisa, sentía un cosquilleo en su estómago al imaginar que aquella carta era de su favorita: Erin María.
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