Capítulo VI

1790 Words
George se sentía cansado, había mal dormido, bebió dos tazas de café expreso y aún se sentía desenfocado. Eran las cuatro de la tarde, cuando su último paciente ingresó al consultorio. Lo recibió con calidez, y el señor Llaneros se sentó en el diván —Tiene mala pinta, doctor Orange, creo que pasó un mal fin de semana. George negó sonriente, pero en el fondo sabía que era cierto. —Mejor hablemos de usted, ¿Que tal le ha ido? —He pensado mucho antes de llegar aquí, así qué tengo mucho que decir. George parecía complacido con su paciente. —Bueno soy todo oídos. —Quiero hablar sobre lo que significa ser un buen padre —dijo Maclovid enfocando su mirada en George que le observaba intrigado —¿Que significa para usted ser un buen padre? —replicó Orange —Antes de eso, me gustaría explicarme. Toda la sociedad siempre dicta que las madres son mejores que los padres, ¿Cierto? —preguntó, provocando que George sonriera, aunque se negó a responder—. No voy a quitarle el protagonismo a las madres, doctor Orange, pero es más fácil que las madres amen a sus hijos, que los padres. Nosotros lo tenemos siempre difícil. —Eso es interesante, Maclovid, necesito saber por qué —dijo George, y estaba realmente intrigado por las palabras de su paciente —Claro, doctor, las madres tienen nueve meses para amar a esa criatura, para acostumbrarse a ella y adorarla. Además, ellas dan a luz y todos sabemos que cuando más nos duele o cuesta algo, más lo adoramos, como si fuera un sacrificio y un triunfo. Las madres son capaces de todo por sus hijos, porque desde el nacimiento, entre ellos nace un vínculo. —Tiene razón, las madres y los bebés tienen un poderoso vínculo que permite la supervivencia del hijo —George intentó mostrar sus conocimientos, mientras buscaba que aflorarán los verdaderos sentimientos de su paciente, que parecía renuente a expresar sus emociones. —Pero los padres no nos enamoramos de nuestros hijos, hasta que los vemos. Debemos ser honestos. Quien diga que los ama desde que están en el vientre materno, miente. No se puede amar a quien no se conoce —Maclovid observó a George y descubrió un gesto de satisfacción que le invitó a proseguir—. Los padres amamos a nuestros hijos hasta que los vemos, cuando cargamos a ese pedacito de carne en nuestros brazos, entonces, sí amamos de verás. Entonces, sí entendemos lo que es la vida y la muerte, y descubrimos que haríamos lo que sea por proteger a esa criatura indefensa, los buenos padres nos convertimos en héroes y no hay nada que no haríamos por un hijo, desde la guerra, el amor y la venganza, ¿No lo cree doctor? —preguntó Maclovid, pero encontró la mirada pérdida de George. George había recordado, gracias a las palabras de Maclovid, el día que nació Lydia, rememoró cuando cargó su cuerpecito por primera vez e incluso pudo recordar el olor dulce que impregnaba, y hasta sintió el calorcillo de su pequeña estrellita entre sus brazos, ese día había aprendido a amar de verdad, Maclovid tenía razón, porque al ver a Lydia por primera vez, había descubierto el amor más grande y pleno latiendo en su corazón. La mirada de Maclovid se había vuelto oscura y tenía un gesto despreciable que George ignoraba al estar ensimismado. —Piensa en su hija, ¿Verdad? —aquellas palabras volvieron a George a la realidad—. Pero, en el mundo cualquiera puede ser un padre. La diferencia radica, doctor Orange, en que el mundo se divide en dos: los malos padres y los buenos padres. George frunció el ceño, el tono de voz de Maclovid estaba tan cargado de resentimiento que se preocupó. —Y usted, Maclovid, ¿Se considera buen o mal padre? —George lanzó un anzuelo en busca de un avance para la terapia, pero vio la ira relampaguear en los ojos verdes del viejo —Soy un mal padre, ¡El peor! —exclamó el anciano, mordiendo con furia cada palabra, mientras lágrimas calientes vagaban por su rostro sin que opacaran la firmeza de su voz, incluso parecía que Maclovid ni siquiera las notaba—. Un buen padre jamás permite que nadie lastime a su hija, un buen padre es capaz de matar con tal de proteger a quien ama, y yo soy un fracaso. —Maclovid debes entender que en la vida hay cosas irremediables, tú eres un buen padre, y no tienes culpa de lo que sucedió. —¡No mientas! —Maclovid gritó con rabia, sorprendiendo a George, quien le miró incrédulo—. ¡Soy un mal padre!, ¿Y tú? ¿Eres un buen padre? ¿Eres capaz de matar por tu hija? —Maclovid se puso de pie, lo miraba enojado, George pensó que estaba proyectando en él toda su ira, pero no sabía cómo aquel hombre estaba tan seguro de que tenía una hija —¿Por qué no te sientas y continuamos? —dijo George mediando la situación —Algún día descubrirá si es un buen padre o no —dijo Maclovid, y George sintió un escalofrío al mirar los ojos color esmeralda que le observaban inclementes—. Ya se acabó la sesión, doctor. George estaba confundido y cuando miró su reloj descubrió que pasaban de las cinco, se puso nervioso. —Parece que es tarde, debo irme. —Nos vemos en la siguiente sesión —dijo George quien se apuraba a recoger sus cosas Maclovid lo miraba desde una esquina, sin que lo notará, no se sentía convencido de volver a otra sesión, luego el anciano dio media vuelta con un aire de fracaso y se retiró. Cuando George se sintió observado alzó la vista, pero Maclovid ya no estaba ahí. Lydia estaba sentada en la oficina de la señorita Arias. Avril la observaba dibujar, mientras revisaba su prueba de DFH*, revisó su reloj y observó que faltaba un cuarto para dar las seis de la tarde, hizo un gesto de fastidio, reparando en lo irresponsable que consideraba al padre de Lydia, pues no tenía ninguna excusa para faltar a una reunión, y además, ni siquiera había tenido la cordialidad de avisar que no llegaría a la cita. Cuando Lydia le entregó el último test psicológico, pidió un permiso para ir al baño y Avril se lo concedió. George Orange caminaba muy de prisa al entrar al colegio. Sabía que era muy tarde y le avergonzaba lo ocurrido, si hubiera pensado a tiempo, quizás hubiera llamado a Magnus para que asistiera en su lugar, pero ahora solo le interesaba llegar y disculparse. Cuando llegó a la oficina de la consejera escolar, tocó la puerta con firmeza y abrió con apuro, al mirar los ojos de la señorita Avril supo que estaba molesta y decepcionada con su actitud, sin embargo, con cordialidad le invitó a pasar —Disculpe la demora, por favor, señorita Arias —dijo George sentándose sobre una silla frente al escritorio —Entiendo que tuvo algún inconveniente, pero debe comprender que su hija siempre debe ser una prioridad —espetó con firmeza, observando los grandes ojos grises del hombre, quien se veía apenado —Mi hija es mi prioridad, pero, tuve un incidente de trabajo y me demoré, lamento no haber avisado —dijo tratando de concluir el tema Lydia volvió del baño y atinó a saludar sonriente a su papá —Lydia, ¿Por qué no esperas un momento en el patio?, mientras tu papá y yo conversamos —solicitó Avril Lydia asintió y salió de la oficina dejándolos solos. Avril tomó unos papeles y se los mostró al señor Orange, estaba nerviosa, pero no lo demostraba, sabía que George era un psicólogo con experiencia y se sentía amenazada ante él, porque ella también era psicóloga, pero temía que George Orange fuera tan enigmático y altivo como su apariencia —He realizado estas pruebas psicológicas a Lydia y creo que es evidente que la niña tiene problemas de autoestima y seguridad —la mujer lo miró con franqueza, esperando como siempre cualquier tipo de rechazo por parte del progenitor. George tomó aquellos dibujos y los observó por largo rato. Tenía la misma opinión que Avril, Lydia proyectaba en sus dibujos una excesiva timidez y retraimiento con tendencias a la ansiedad. George suspiró con un gesto preocupado —Sí, Lydia siempre ha sido demasiado introvertida, pero no creí que eso le afectara tanto —dijo sintiéndose culpable —Quizás ahora no sea algo que afecte demasiado, señor Orange, pero es claro que si continúa con esta actitud más adelante podría desarrollar problemas para relacionarse con sus pares. —Entiendo, hablaré con ella e idearé estrategias para que pueda socializar con sus compañeros y al mismo tiempo también reforzaré su autoestima —dijo George con seguridad y Avril estaba complacida por su proactividad —Lo agradezco, aquí seguiré trabajando con ella y podríamos considerar más adelante la visita a un psicólogo —dijo Avril, pero George se mostró dudoso —Me gusta la idea, pero, eso debo hablarlo con Lydia, si ella desea ir a terapia yo estaré feliz, pero si ella se niega, no puedo obligarla. —Sí, tiene razón, Lydia es muy inteligente, ella estará bien —dijo Avril, mientras George asentía. Lydia caminaba por los pasillos, hasta llegar a su casillero. Tenía una sonrisa boba en su cara, la carta parecía ser de Erín María y en ella le expresaba su deseo de que asistiera a una fiesta de cumpleaños secreta, que se realizaría el próximo viernes, que además era día feriado. Lydia estaba más que feliz, imaginaba todas las posibilidades que le deparaba el futuro, pensaba que llevaría un vestido que todos elogiarían, y que además ese día por fin la reconocerían como amiga de Erín, y así se volvería una chica popular y querida por todos. Su imaginación seguía volando y era muy feliz. Al llegar al casillero de Erín colocó por encima de una rendija una carta de respuesta, sabía que mañana Erín lo encontraría ahí, y sabría que ella aceptaba su invitación. Lydia se alejó de ahí y caminó a buscar a su papá, en el camino tropezó con el intendente, un hombre de edad avanzada y ojos verdes que le sonrió con amabilidad ante su disculpa, la adolescente le observó un segundo, mientras pensaba que le parecía familiar, pero siguió su camino sin detenerse. El intendente caminó por el pasillo de los casilleros y se detuvo en el de Erín María para tomar con agilidad aquella carta, después caminó al cesto de basura y la rompió, depositando los restos en el contenedor.
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