Capítulo VII

2006 Words
Lydia y George iban a bordo del auto. George decidió estacionarse en la plaza principal de Pueblo del norte —¿Qué hacemos aquí? —preguntó Lydia intrigada —Quiero comer helado, ¿tú? ¿no? Lydia sonrió divertida, ella amaba el helado. Salió del auto disparada y padre e hija caminaron hasta encontrar al vendedor de helado. Luego se sentaron en una banca, disfrutando de su postre, el cielo estaba nublado y no hacía demasiado calor, como otros días —¿Qué te dijo la señorita Avril? —Nada malo. Solo que debo cuidarte mucho. —¿Por qué? —Lydia parecía preocupada —Pues, porque eres mi más grande tesoro —dijo George con ternura y Lydia sonrió feliz —Yo no soy un bebé, papá, ya me puedo cuidar sola —repuso divertida al ver la negativa de George —Claro que no, siempre serás mi bebé y siempre te cuidaré —George se quedó un momento callado, mientras observaba a Lydia, su cabello oscuro se movía con el viento. Para George era la niña más hermosa del mundo. Luego se sintió triste, pensó en las palabras de su paciente—. Lyd, tú eres una persona valiosa y maravillosa, nadie es mejor que tú, siempre debes ser buena con otros, pero más buena contigo, no dejes que nadie te haga sentir que vales menos, porque tú vales todo el oro del mundo. Lydia sonrió a su papá, y él acarició su cabello. —Papi, quiero pedirte un favor —dijo Lydia y su padre la observó—. Habrá una fiesta de una amiga. —¿Qué amiga? —No la conoces, se llama Erin María. —¿No es la niña del colegio? —Sí. Me ha invitado —dijo Lydia con entusiasmo y ansiedad—. ¿Puedo ir? George se mostró pensativo, pero no podía negarse, sonrió con suavidad —Claro que sí. Lydia se abalanzó a abrazarlo —Papi, ¿Puedes comprarme un vestido? —¡¿Un vestido?! —esta vez George si estaba desprevenido, Lydia casi no usaba vestidos, y George sentía que perdía a su niña, que pronto sería una señorita—. Claro que sí, podemos ir a comprarlo ahora. —No, pero yo quiero ir con la abuela, ya sabes, es que eso es para mujeres, y tú no eres mujer… —Ahora me discriminas, vaya —dijo falsamente resentido, pero sonriente. George sentía el pecho cargado, por la idea de que su niña crecía de prisa y él quería cuidarla por siempre. Movido por ese sentimiento la abrazó con mucha fuerza, antes de irse. Cuando llegó el viernes de asueto, Lydia tenía todo bien planeado o al menos eso creía. Su abuela iba a ayudarla a arreglarse, pero no podría llevarla, debido a que también asistiría a la boda de la hija de su mejor amiga, que sería esa tarde. Así que abuela y nieta se apuraron a arreglarse, aunque la fiesta de Lydia sería hasta las siete de la tarde. George sería quien la llevaría a la fiesta, ya tenía la dirección, pero aún no ubicaba bien el lugar. El padre miraba televisión sin preocuparse, comía nachos y bebía soda. Veía el partido de fútbol. —Ya debo irme, George, ¿seguro de que tú llevas y recoges a Lydia? —No te preocupes, Magnus, tu diviértete, te ves muy guapa —dijo George sonriente, mientras Magnus se acomodó su chal de seda color azul celeste, que combinaban con su color de ojos —Gracias, ya debo irme, Lydia ya está lista, se ve preciosa, así que dale mucho ánimo que la he sentido insegura —dijo Magnus, luego se despidió y se marchó en su camioneta George volvió a sentarse en el sofá, entonces escuchó resonar su teléfono, era un número desconocido y se alertó, pero contestó —Hola. —¡¿Doctor Orange?! —dijo una voz que parecía enloquecida —Sí, ¿Quién habla? —Maclovid, ¿Me recuerda? —George parecía consternado —Claro, Maclovid, ¿Está bien? ¿Sucede algo? —Necesito verlo, miré, necesito hablar —dijo el anciano, cuya voz parecía atormentada y sollozante —¿Ahora? —Sí —dijo determinado —Bueno, Maclovid, justo ahora es asueto, y estoy ocupado. —Necesito verlo, ¡Ayúdeme!, voy a suicidarme si no lo veo —espetó el anciano con la voz quebrada, provocando que George se conmoviera, y sintiera un hormigueo de temor en el estómago —¡No lo hagas, Maclovid!, escucha, todo tiene solución. Te veré en quince minutos en el consultorio, yo tengo llaves. —Está bien, yo iré ya mismo —dijo Maclovid y colgó la llamada. Lydia bajó las escaleras y miró a su padre que le daba la espalda, la adolescente se sentía tan insegura, nunca antes había usado un vestido, y tampoco se había maquillado, ni peinado como ahora. George estaba angustiado, ya llevaba puesta su chaqueta y tenía las llaves del auto en sus manos, cuando se giró se encontró con su hija y la observó impresionado. Titubeó un momento, y después sonrió, se veía hermosa; con un vestido de color rosa en corte A, zapatillas plateadas, su cabello estaba peinado en largos rizos y llevaba un labial rosado, al igual que sus mejillas, y sus pestañan estaban rizadas, haciendo que sus ojos azules se vieran tan grandes, como brillantes. George sonrió casi conmovido —¡Te ves hermosa! —¿De verdad? —¡Claro!, ni siquiera quiero que nadie te vea, porque eres demasiado hermosa —dijo bromeando y la abrazó, pero su celular volvió a sonar, era Maclovid, George no contestó—. Lydia escucha, tengo que ir a Yakamoz, y volveré antes de las siete, lo juro. Lydia parecía preocupada, no quería llegar tarde, pero tuvo que entender, porque su padre le dijo que era una emergencia. George salió de la casa y tomó su auto para manejar de prisa hasta el consultorio. Cuando llegó a Yakamoz, estacionó el auto y caminó de prisa hasta el consultorio. Afuera estaba Maclovid, cabizbajo y con el rostro pálido y ojeroso. George lo saludó y abrió de prisa la puerta, invitándolo a entrar. Ambos fueron al consultorio, Maclovid se sentó sobre el diván —¿Qué sucedió, Maclovid? —Soñé a mi hija, me reprochaba por ser un mal padre. Ella decía «¡Eres un mal padre, ni siquiera has podido vengarme!» y cuando desperté todo lo que quería era colgarme de un árbol —dijo Maclovid, intentando detener el avance de las lágrimas que caían por su rostro —Maclovid los sueños siempre reflejan nuestros impulsos más íntimos. Una parte de ti sigue queriendo una absurda venganza, tú hija está muerta, pero sigues atormentándote con ese odio, intentas depositarlo en los demás, pero en realidad siempre vuelve a ti. —Siempre vuelve a mí, tiene razón, pero de algún modo también lo golpeará a él. Eso se lo aseguro —aseveró con inclemencia, mientras George negaba decepcionado —Maclovid tienes que decidir, si tus últimos días quieres vivirlos en medio del odio y la frustración, o si eres capaz de vivir en paz y honrar la memoria de tu hija. —¡¿Y qué debo hacer?! —exclamó con furia—. ¿Debo perdonar a ese maldito hombre, y dejar que sea feliz con su hija? George lo miró confundido, no esperaba aquella reacción, pero una duda lo atormentaba —¿Cómo estás tan seguro de que ese hombre tiene una hija? Maclovid bajó la vista y titubeó. George presintió lo peor —Maclovid, dime la verdad, ¿Has buscado a ese hombre? —preguntó George con preocupación —Yo… lo he buscado a través de esas r************* —dijo Maclovid, mientras limpiaba sus lágrimas—. Vive en Wisconsin, tiene una hija, es casi de la edad de mi hija. —No. No. Maclovid, no puedes hacerlo —espetó con gran consternación—. No puedes planear una venganza donde lastimarás inocentes. Yo no puedo permitirlo. —¿Por qué? ¡Mi hija se suicidó por culpa de ese hombre! ¿Por qué lo defiendes? —exclamó enfrentándolo George estaba confundido, él no sabía que la hija de Maclovid se había suicidado, aquella historia le recordó a Allie y un escalofrío lo recorrió —No defiendo a nadie, Maclovid, quiero lo mejor para ti, y la venganza te dará una satisfacción mínima, pero después te hundirá en el remordimiento. Maclovid parecía destruido, sus ojos verdes estaban hundidos —. Lamento demasiado lo que ocurrió con tu hija, ella tomó una mala decisión, pero debes recordar lo mejor de ella y ser feliz por su recuerdo. —Lo sé, pero pienso, si ese hombre no la hubiese lastimado de la forma cruel en que lo hizo, ¿Mi hija estuviera viva ahora? —dijo Maclovid. George no se atrevió a responder, pero sentía demasiada pena por el anciano. No podía encontrar una forma de ayudarlo a avanzar y eso le hacía frustrarse, era el paciente más difícil que había tenido y quería sanarlo, no solo porque era su trabajo, sino porque de alguna manera sentía que se lo debía a él mismo. Lydia estaba desesperada, faltaban cinco minutos a las siete y su padre no llegaba. Tenía el regalo de Erin envuelto en papel celofán, pero quería llegar temprano, así, podría hablar con la cumpleañera. Estaba estresada llamó al móvil de su padre, pero le desvió las llamadas y su abuela tampoco respondía, la frustración se estaba convirtiendo en enojo. Volvió a llamar a su padre y cuando no respondió de nuevo, enfurecida, decidió pedir un taxi por Internet. Tomó algo de dinero de sus ahorros y aunque estaba temerosa, pues nunca andaba sola por lugares, debido a la sobreprotección de su familia, decidió que iba ir sola. Cuando el taxi llegó lo abordó de prisa, ya le había especificado la dirección y emprendieron el camino. George se había olvidado del tiempo, como cada vez que tenía una sesión, hasta que miró el teléfono y descubrió que eran las siete con quince minutos. Apurado tomó su teléfono y se disculpó para llamar Lydia le contestó tan enfurecida como nunca antes: —¡Me iré sola, he tomado un taxi! —dijo con rabia —¡Estás loca! —exclamó George preocupado—. ¡Por Dios! ¿Dónde estás, Lydia? Déjame hablar con el conductor. —¡No soy un bebé, ya puedo cuidarme! —¡Lydia, estás matándome, comunícame con el conductor ya mismo! —aulló rabioso, sin darse cuenta de que Maclovid lo estaba escuchando —Ya tienes la dirección de donde estaré, te avisaré cuando haya llegado, lo prometo —dijo Lydia y luego colgó la llamada, George casi enloquece e intentó llamarla, pero Lydia no respondió George estaba enrojecido del coraje —Tranquilo, Doctor Orange, los adolescentes son rebeldes —dijo Maclovid, la respiración de George era entrecortada—. Vaya con su hija, yo estaré bien. George asintió disculpándose, pero entonces, su teléfono sonó, era un mensaje de texto de un número telefónico desconocido, y se apuró a leerlo: «¿Sabe a dónde se dirige su hija, en realidad? Tenga cuidado, tiene una hija o quizás pronto ya no la tenga» Aquel mensaje le heló la sangre. Intentó llamar al número que había enviado aquel siniestro mensaje, pero no obtuvo respuesta —¿Sucede algo malo? —¡Sí, debo irme! —exclamó George —¡Claro, vaya, no quiero que otro padre pierda a su hija! —inquirió con inocencia Maclovid, casi como si no supiera el daño de aquellas palabras, que el pobre George recibió con terror, y tras salir y cerrar la fundación, corrió de prisa al auto. George iba a toda velocidad, rumbo a la dirección dónde sería la fiesta, ese lugar le era desconocido, y su corazón empequeñecía, pues al ver en el GPS descubría que aquel lugar estaba ubicado en la zona más peligrosa de Pueblo del Norte.
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