Capítulo XIII

1809 Words
Habían pasado varios días desde la muerte de Fred, George no asistió al funeral tal cual lo había dispuesto Sophie. Pero, la noche del festival se había plantado ante la policía, solo para descubrir que nadie le creía, incluso aunque mostró los mensajes de texto, para la policía no había delito, pero le indicaron que tratarían de rastrear el número de móvil que lo acosaba. George salió de la comisaría hecho una furia, antes de irse fue detenido por una agente —Señor, disculpe a mi jefe, ha tenido una semana pesada. —¿Acaso cree que estoy en la gloria? —espetó antipático —Supongo, miré, llámeme si vuelve a recibir algún mensaje —la mujer le tendió su tarjeta y él leyó su nombre «Romina Arias», pero fue su apellido que le pareció conocido—. Mi prima Avril, me contó de usted. Ahora entendía, era la prima de Avril Arias, asintió, siendo más cordial —No es una broma, de verdad, alguien me acecha. —Trate de mantenerse en lugares públicos, ahora iré detrás de usted hasta su destino, y revisaré que nadie esté cerca, pero comprenda, después de los casos ocurridos, no podemos trabajar sin algún móvil. Cuando el jefe de la agente asomó sus narices afuera, los miró desconfiado, se acercó a la chica, apartándola —¿Qué crees que haces, Romina? —Tranquilo, Reséndiz, escoltaré al señor, así veré si miente. —Ya di mi veredicto, joder, no me hagas enojar, acá no pasa nada, está paranoico —espetó con crudeza —Te estás convirtiendo en un Quintero cualquiera, ¿No dijiste que siguiera el instinto? No queremos otro «caso Gante» —esas palabras estrujaron la conciencia de Reséndiz, que aún no podía superar, bajó la mirada, y resolvió todo diciéndole que hiciera lo que quisiera y Romina Arias, así lo hizo. Cuando Lydia regresó al colegio nada volvió a la normalidad, al menos para ella. Se sentía rara, diferente. Pero sobre todo molesta. Era la hora de salida, su padre le había llamado, diciendo que llegaría tarde, que la señorita Arias la llevaría a casa. Al caminar por el pasillo alzó la vista y encontró al otro extremo a Erin María, Lydia sintió que una valentía descomunal, desconocida, se apropiaba de ella. Avanzó hacia la chica. Cuando estuvo en frente, se plantó con firmeza, sin importarle las amigas de ella que la miraban reprobándola —Erin María, necesito hablarte, ahora —Erin parecía sorprendida, sonrió con una mueca que parecía pícara y a la vez sonrojada, pero Lydia no pudo reconocerla. Erin pidió a sus amigas que le dejaran hablar con Lydia —Dime, Lydia —la chica se sintió intimidada, Erin era tan bella y popular, que a su lado se sintió pequeñita —¿Por qué me escribes esas cartas, y después me ignoras? —dijo Lydia por fin hablando con honestidad, Erin frunció el ceño, confuso. Pedro Soler había llegado al pasillo, pero se escondió observándolas hablar —¿De qué hablas? Yo no he escrito ninguna carta. Lydia estaba irresoluta, pronto le mostró las cartas que tenía a su nombre, así como los mensajes de texto. Erin de verdad estaba confundida, incrédula, Sacó una libreta, mostrándole que la letra no correspondía —Parece un mal chiste, pero te juro, no tengo nada que ver con ello. Si me lo hubieses dicho antes hubiera detenido al bromista, pero créeme, Lydia, jamás me burlaría de ti —dijo Erin segura, y sujetó su mano, entre sus manos, Lydia estaba extrañada de su actitud, los ojos de Erin la miraban brillantes—. Me encantaría ser tu amiga, desde hace mucho lo he anhelado, pero siempre eres tan… apartada, que pensé que no te agradaba. La chica estaba sorprendida, con los ojos bien abiertos y una sonrisa feliz —¡Claro que sí! Yo siempre he querido ser tu amiga, ha sido mi sueño desde que te vi, porque… bueno, tú eres popular y bonita, y yo nunca… he tenido una amiga o una hermana. Erin sonrió ilusionada, estaba embelesada —Me encanta, ven conmigo, Lydia, vamos a platicar por fin, solo tú y yo. Lydia sonrió feliz y tomó su mano, caminaron, saliendo del colegio. Fue el jardinero quien las dejó salir, pues ayudaba al portero —Gracias, Mac —dijo Lydia y él sonrió —¿Lo conoces? —Sí, es mi amigo —dijo contenta —Te juro que eres bien rara, ¿Cómo puedes ser amiga de un anciano? —Quizás mi alma es vieja. —Creo que sí —dijo Erín sujetando su mano con más firmeza—. Y eso me encanta. Las chicas caminaron mucho, hasta llegar al borde del bosque de los cerezos. Llegaron más allá, casi a las faldas de la colina de Chaise —Dicen que ahí era un orfanato, ¿Lo sabes? —preguntó Erín y Lydia asintió—. Dicen que los fantasmas de los niños que vivieron ahí, siguen deambulando. —He oído de tantos fantasmas, que ya no me dan miedo. Erín sonrió, se sentaron sobre un tronco —Eres valiente, Lydia, ¿Acaso te gustan los fantasmas? —Pienso que todos podríamos ser uno, algún día, prefiero tenerles respeto y no miedo. —Quizás todos tenemos fantasmas, en nuestro interior. —¿Cómo? —Ya sabes, cosas que no contamos a nadie, que son nuestras, ocultas como fantasmas para que nadie las descubra, porque si salieran, tal vez nos temerían. —No creo que podría temer de ti —dijo Lydia sonriente—. Quiero saber que música te gusta, así, sabré quien es tu artista favorito. Erin asintió sonriente —Sabes, Lydia, nunca le había dicho eso a nadie, desde hace tiempo, pienso en ti, demasiado. Lydia se quedó quieta, por un momento se sintió confundida, algo iba bien, pero algo era extraño. Algo que ella no entendía. Pero, Erin, sí, ella era lista, precoz para su edad, observó a la tímida chica que enrojecía con facilidad, su corazón latía —. Mírame, Lydia —ella alzó su mirada, encontrando los ojos marrones de Erín que la veían fijamente, la chica se acercó despacio. Desviaba la mirada a sus labios y entrecerraba sus ojos. Lydia tenía ojos enormes, se quedó quieta, sin mover ni un músculo, esperando, congelada, no sabía cómo actuar, aquella situación no estaba en sus planes. Sintió los labios suaves y cálidos sobre los suyos, se quedó estática, pero, Erín profundizó el besó, obligándola a que abriera su boca para acariciarla con su lengua. Lydia ya no pudo soportarlo, se alejó casi con terror, asustando a Erín María —¡Yo…! —Lo siento, no te gustó, ¿Verdad? —Yo nunca… —Nunca habías besado, lo se. Pero, yo puedo enseñarte —Lydia tenía la mirada más aterradora que Erín jamás había visto, hizo una mueca triste, cuando supo por su cara, que no sería correspondida, porque esa chica no gustaba de ella, ni de ninguna otra chica—. Debo irme, Lydia. Aunque esto parezca un desastre, quiero que sepas que, si necesitas una amiga, yo estaré aquí. Lydia no dijo nada, vio a la chica irse, estaba ahí de pie, con las ideas enmarañadas y una sensación irreal. —¡Las he visto! ¡Maldita sea, que las he visto! —gritó Pedro, casi como un gruñido —¡Maldición! ¡Pedro, me has asustado! —exclamó Lydia con el corazón perturbado —Dijiste que no te gustaba —dijo Pedro apuntándola —¿Qué dices? —Erín, ahora lo sé, son… —el chico titubeaba, tenía el rostro rojo, enojado, amargado—; Son lesbianas. Lydia abrió los ojos al borde de la risa, aquella palabra sonaba tan rara en los labios de su amigo —Oye, afirmas algo que no te consta. —¿No es suficiente con lo que vi? ¡La besaste! —Pedro estaba celoso, se notaba en cada gesto y grito que daba —En realidad, Erín me besó, yo… ¡No puedo creerlo, ha sido tan raro! Pedro estaba inconsolable, caminando de un lado a otro —¿Acaso te gustó? Lydia se quedó pensativa, no sabía que responder, no le había disgustado, pero tampoco era algo que le hubiese fascinado, si ella pensaba con sinceridad sobre el amor, nunca nadie había despertado algo así; solo conocía el amor por su familia, sobre todo el amor por su padre, que era lo profundo que tenía. A veces tan intenso, que creía que eran uno mismo, pero ahora que Pedro preguntaba, ella no sabía exactamente sobre eso —No había besado a nadie, ¿Cómo podría saberlo? —Pues no me gusta, no me gusta, Erin. —¿Y eso qué? —dijo descortés, Lydia atinó a irse, pero Pedro la detuvo con todo el coraje rugiendo en su interior, estaba frenético e impulsivo, atinó a tomar el rostro de la chica y la besó. Lydia se quedó quieta, esta vez, el beso era rápido, apremiante, ella apenas pudo corresponderle, se sentía torpe, pero pronto lo hizo bien. La humedad de la boca de Pedro y la fuerza con que sujetaba su cintura, la hizo sentirse acalorada, eso le gustaba, ese cosquilleó en su estómago, y ese aturdimiento que le impedía pensar estaba enloqueciéndola, sus hormonas despertaban, ahí entre sus brazos se sentía bien, sintió que su corazón latía y algo más, algo que no supo que era, pero que le hizo sentir placer. Cuando detuvieron el beso, los ojos de Pedro estaban oscuros de deseo, Lydia sintió temor, no de él, sino de la humedad en su pantaleta, salió corriendo como alma que persigue el diablo, y Pedro no pudo alcanzarla. Cuando Lydia llegó a casa subió a toda prisa a su recámara, llegó al baño y se mojó la cara enrojecida. Secó con una manta su rostro y volvió a la cama. Se detuvo al mirar en medio del colchón un cuaderno, lo sostuvo en sus manos. Era de pasta dura y rosada, cuando lo abrió tenía unas letras de periódico «Diario de Allie Butler», Lydia frunció el ceño, cuando su padre abrió la puerta la hizo pegar un susto, y lo resguardó bajó las sábanas —¿Por qué te asustas, que hacías? —¿Yo? Nada —dijo nerviosa, alertando a George, que se acercó a ella espiándola con sutileza —¿Te siente bien? —el padre tocó sus mejillas para comprobar si no tenía fiebre, a juzgar de sus mejillas encendidas, el contacto con su piel hizo que Lydia se estremeciera, se alejó brusca ante la sensación—. ¿Qué te pasa? —¡¿Quiero estar sola?! ¡Quiero privacidad! —George se sintió ofendido, dio media vuelta y se marchó. Lydia cerró la puerta detrás poniéndole pasador, dejando al padre atónito ante su actitud.
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