Capítulo XVII

1588 Words
Lydia no comía, su abuela no dejaba de mirarla, pero ella no apartaba la mirada de la mesa —Come algo, cariño —repitió Magnus, pero Lydia no parecía oírla La puerta se abrió, ella alzó la vista, había un anhelo en la mirada azul de Lydia, pero después esa mirada se transformo en rencor, todo en su mente apuntaba a que su padre había pasado la noche fuera, no pudo arrancar de su pensamiento aquel video, el estómago le dolió con fuerza —Hola —dijo George con voz débil —Lydia no quiso ir a la escuela de nuevo, tampoco quiso recibir al pobre Pedro, que vino a traer los apuntes escolares. Lydia miró con enfado a la anciana —Lydia… —No me hables —dijo con voz furiosa, pero tranquila —George quiso decir algo más, pero no se atrevió —Bien, haz lo que quieras —dijo George con voz ronca, ella le dirigió una mirada cruel —Claro, ya conseguiste a tu nueva zorra con la que vas a casarte, y ahora te irás con ella —la mirada de Magna y George se sorprendió ante el lenguaje de la adolescente —Lydia ¡Por Dios! —Sé que ahora estás con… Avril —dijo ocultando el asco que le daba pronunciar su nombre. George frunció el ceño ¿Cómo sabía eso? —¿Cómo? —¡Yo lo se todo! —exclamó, intentó irse, pero detuvo su paso—. Haz lo que quieras tú, pero vete de la casa, mi abuela y yo no te queremos en nuestras vidas. ¡Lárgate de nuestra vida! —Lydia subió de prisa. Volvió a encerrarse en su recámara, puso música alta, para no escuchar a su abuela intentando hablarle. Lydia se acercó a su teléfono, releyó el mensaje que había recibido, donde le mostraban fotografías de su padre al lado de Avril. Vomitó en el baño. Una ira se apoderaba de ella, rasguñó sus piernas con fuerzas, solo para calmar el dolor que retorcía su alma. Lloró por la madrugada, hasta quedarse dormida sobre el suelo alfombrado. Lydia estaba lista para ir al colegio. Magna iba a llevarla, cuando George bajó las observó. Había pensado toda la noche, y por la madrugada habló largo con Magna. —Lydia, tu abuela y yo hablamos ayer, no quiero lastimarte y jamás ha sido mi intención —Lydia tenía la cara tiesa y el semblante furioso, oírlo le causaba náuseas—. Hemos llegado a un acuerdo. —Es algo temporal —aseveró Magna para mediar la situación —Me iré de casa, te quedarás con tu abuela y estaré al pendiente. Lydia se levantó seria —¿Te irás con Avril? George negó. —. Bien, haz lo que quieras —Lydia tomó su mochila, la voz de Pedro llamando tras la puerta principal impulsó a Lydia a abrir la puerta, antes tomó su mochila—. ¡Abuela me marcho! Magna y George corrieron a la puerta, Lydia nunca iba sola al colegio, pero ahí estaba el padre de Pedro Soler, les explicó que los llevaría y aceptaron con duda. —Lamento esto —dijo George con zozobra —Dejemos las lamentaciones, siendo sinceros esto tarde o temprano pasaría, debimos haber actuado diferente, pero no hay más que hacer. George se limitó a asentir, se veía cansado, subió a bañarse y empacó su maleta. Le dolía irse de casa y se quedaría en un hotel por ahora, mientras buscaba un mejor lugar. Cuando se alistó para ir al trabajo se miró al espejo, tuvo la sensación terrorífica de que algo andaba mal, tuvo que sentarse y respirar para calmarse. Bajó la escalera y se encontró con Magna que estaba en la sala con la mirada perdida —Ya me voy —George sostenía su maleta —No te vayas, George, mira hablaré con Lydia, ella entenderá —George titubeó—. Ayer soñé a Caroline, estaba en un jardín, todo era verde, estábamos en una especie de burbuja, parecía un paraíso. Me preguntó si me gustaba ese lugar, dijo que me esperaba —una lágrima corrió por el rostro de Magna, George se sintió conmovido, ella era una mujer fría y verla así, era raro —Todo estará bien. —Lo sé, pero ese sueño me perturbó. George abandonó la idea de irse. Fue a Yakamoz a firmar el trámite de vacaciones, decidió tomar un tiempo para poder aclarar las cosas con su hija. Cuando George llegó a Yakamoz fue recibido por Mar, ella le dio a firmar el formulario de vacaciones —Lic. Orange sus pacientes lo van a extrañar mucho. —Lo sé, pronto volveré. —Espero verlo pronto y verlo mejor —el hombre asintió, supuso que de todas formas se notaba en su rostro la angustia. Se marchó, y subió a su auto, estaba por arrancar, cuando sintió un metal helado que rozaba su sien, miró por el retrovisor, su sangre se heló. Era un hombre de algunos cuarenta años, con aspecto descuidado y un tatuaje en su brazo —¡Quédate quieto! Cualquier movimiento y te mato. George sintió que su sangre se congelaba, sintió miedo atroz, su corazón retumbaba y sudó —¿Qué quieres? —dijo con voz débil —. Llévate el auto, la cartera. —¿Quieres ver a tu hijita? George abrió los ojos enormes, el terror estaba en su alma —¡No te atrevas...! —¿¡Quieres volver a ver a tu hija? El hombre asintió, asustado y frustrado —¡No le hagas daño! —Entonces, maneja, vamos a ir por ella. Pero, si se te ocurre hacer algo mal, créeme que quien la tiene consigo acabará con ella. George sentía sus ojos llenos de lágrimas, pero aceptó y encendió el auto siguiendo el rumbo que el criminal le indicaba. Magna estaba esperando a Lydia. Veía televisión, sonó el timbre y se apuró a abrir la puerta. Era el señor Mac, Magna estaba feliz de recibirlo, entró en la sala, ella le ofreció una taza de café que el rechazó con cortesía, se sentó al filo del sofá —¡Hermosa familia! —dijo Mac admirando las fotografías en una mesa de cristal —Gracias. —Tu hija parecía una persona buena y dulce, dime algo, ¿George, el padre de Lydia, es tan bueno para ella? Magna lanzó un suspiro —Ya sabes, en los matrimonios siempre hay problemas, pese a todo George es un buen padre. Mac comenzó a reír, tan fuerte, como si Magna hubiese contado un buen chiste, la mujer arrugó el ceño, confusa, sonrió imitando la actitud del hombre, sin entender —Querida Magna, hay una frase graciosa «Ojos que no ven, corazón que no siente», pero no hay imbécil que cierre los ojos por tantos años, sin quedarse ciego —Mac se levantó —¿Por qué dices eso? —Magna se levantó siguiéndolo, el hombre fue al otro lado de la habitación, observando fotografías —Pudiste ser la mejor madre, la mejor abuela, una mujer admirable, pero caíste en su red, ¿Cierto? ¿Por qué? Tal vez por miedo. Magna se consternó, lo miró como un extraño, recapacitó hasta cierto punto ella desconocía sobre quien era Maclovid Llaneros. Dio un paso atrás —Hablemos otro día, Mac, por favor, márchate. Mac la miró con sus enormes ojos verdes, tan profundos, que la mujer se sintió temerosa —Puedo mostrarte una fotografía de mi hija —el viejo sacó una foto de su bolsillo y la mostró, Magna la tomó nerviosa, la vio un rato —Es muy hermosa. —Lo era, tan bella como tu dulce Lydia, ¿Verdad? —Mac sonrió nostálgico —. Un maldito hombre la enamoró cuando era una niña de diecisiete años, aprovechó su poder y la sedujo, cuando mi difunta esposa lo denunció ese miserable se declaró inocente, y todos creyeron en él, ayudado por su esposa y su amigo, el director del colegio —por un instante esa historia le pareció conocida. Magna estaba incómoda —Lamento interrumpirte, pero tengo un asunto pendiente, te llamaré después para charlar. Mac sonrió siniestro —¿Te pareció conocida la historia? —ella abrió los ojos con estupor, Mac caminó pasando de largo, dirigiéndose a la puerta—. Mi pobre Allison fue ultrajada por el maldito George, y tú, y tu hija, ¡Lo permitieron! —la voz del hombre se hizo grave, fuerte, decidida. Magna se turbó, inmóvil, impactada, no reaccionó. Mac volvió a ella, mostrando una navaja, la mujer se aterró, atinó a dar unos pasos, gritando, pero Maclovid —que en realidad era Clark Butler— Se acercó a ella, cubrió su boca con la mano, observándola con rabia —. ¡Maldita miserable! Acabaron con la vida de mi niña, y todos lo permitieron, nadie fue capaz de ayudarla y castigar al culpable. Ahora pagaran con la misma moneda —Clark encajó con furia la hoja filosa en el cuello de la mujer, la sangre escurrió como un río desbordado, ella fue cayendo al suelo, con los ojos desorbitados. Horrorizados. Clarke la observó bien. Magna se retorció del dolor, no había mucho por hacer, no podía respirar, la debilidad la invadía, no pudo pensar o sentir demasiado, un segundo después cerró los ojos y murió. Clark Butler esbozó una sonrisa tibia, sí, estaba feliz de ver a una de las mujeres que hicieron sufrir a su pequeña recibir el castigo que consideraba merecido.
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