Capítulo XVIII

1242 Words
Lydia y Pedro venían juntos del colegio, él la llevaría a casa y después iría a la suya. Las clases habían sido tediosas. Cuando pasaron cerca del bosque de los cerezos, el joven recogió una dalia azul, la arrancó del suelo y se la entregó a Lydia, quien la tomó sorprendida —¡Es linda! —Como tú —dijo Pedro, sonrojándose, ella también se puso colorada, bajó la mirada. Pero, se puso aquella flor al lado de su broche dorado, en su pelo —Gracias, Pedro. —Lyd, yo… —Pedro estaba nervioso, sus manos sudaban, temblaban —. Yo quería preguntarte si tú… —¿¡Que?! —exclamó desesperada —¡¿Qué si quieres ser mi novia?! —gritó casi con fastidio y nervio, los ojos de Lydia se volvieron enormes por la sorpresa—. Bueno, si no quieres… —¡Sí quiero! —exclamó emocionada Pedro sonrió feliz, tomó su mano, pero se alejaron rápido por timidez. —Entonces, ¿Somos oficialmente novios? —preguntó Pedro, Lydia asintió—. Creo que es el día más feliz de mi vida. —Pedro Soler, eres muy dulce —esbozó la joven, él sonrió —No lo digas a nadie, solo seré dulce contigo. —Yo también soy feliz. Pedro tomó su mano y siguieron caminando rumbo a casa —Pedro promete que siempre seremos novios —pidió Lydia —Prometo que seré tu novio hasta el día de mi muerte —dijo riendo, ella sonrió con una mueca burlona, tomó su mano, siguiendo a casa. Llegaron a casa, Lydia encontró la puerta entreabierta, se sorprendió, le dijo a Pedro. Ella empujó la puerta, asomó la cabeza, llamando a su abuela, entonces miró su silueta sobre el suelo, ella gritó y Pedro entró con ella —¡Abuela! ¡Abuela! —exclamó, intentó moverla, pero la sangre derramada la hizo gritar y llorar —¡Dios mío! —gritó Pedro al ver—. Llamaré a mi mamá —dijo titubeante, Se levantó, sacó su móvil, estuvo por llamar, entonces una mano lo tomó del cuello. Lydia se levantó irresoluta. Pedro dio una patada a la pierna del viejo, haciéndolo caer por el dolor, tomó la mano de Lydia —¡Ayuda! —gritó la niña —¡Corre! —exclamó Pedro sujetando su mano. Clark se levantó furioso, con fuerza y grandes zancadas alcanzó a los niños antes de que salieran de casa, sujeto de la camisa a Pedro, hizo que volviera, y soltara la mano de Lydia. Tomando la navaja dio una puñalada a su espalda, luego otra, y otras cinco más. Lydia gritó, escuchó la voz de Pedro gritar que corriera, quejarse adolorido. Pedro cayó al suelo, el dolor lo envolvía, la sangre era un mar que lo asfixiaba, un cansancio lo arropó, fue perdiendo la consciencia, pero no dejaba de pensar en Lydia, hasta que el sueño lo venció, y durmió para no volver a despertar. Lydia corrió al patio trasero, no había salida, el portón estaba cerrado, decidió escalarlo, estaba por llegar a la cúspide, entonces Clark apareció, la tomó de la cintura y la hizo caer, se golpeó con fuerza, ella intentó manotear, pero Clark roció un gas en su rostro, mientras cubría su cara con una mascarilla. ¡Ella gritó! Hasta que perdió el conocimiento, todo se volvió oscuro, sintió que unas manos fuertes la cargaban, y después no supo más. George manejó hasta la salida de Pueblo del norte, por la carretera del Este, llegó a pueblo del Centro. El hombre ordenó que se detuviera en un baldío, a lo lejos podían observar los campos de siembra. Bajaron del auto, George caminaba obligado, con esa arma apuntando a su cabeza, tenía demasiado miedo, escuchó que el hombre recibió una llamada —Ya casi llegamos a los campos de siembra, de ahí estaremos cerca de la casa, tranquilo, no demoramos. Ya mandaste al otro mundo a la vieja, ¡Genial! —exclamó, un miedo enloquecía a George, intentó una maniobra para huir, pero el hombre lo amedrentó. Caminaron a los campos de siembra. —Por favor, tengo un millón de dólares en mi cuenta, déjame ir, deja a mi hija, te lo daré todo —el hombre rio maléfico —Hombre, tu plata me vale una mierda, no ofrezcas nada. George estaba desesperado, escuchó a lo lejos el ruido de una hoz cortando la siembra, gritó por ayuda, y escuchó unos pasos, pero ese miserable que lo apuntaba no parecía preocupado. De pronto, apareció Maclovid, George abrió los ojos enormes, el anciano también parecía sorprendido —¿Doctor Orange? ¿Qué hace aquí? ¿Qué sucede? —cuestionó al mirar a ese hombre apuntando al doctor —¡Ayúdame! El criminal se echó a reír, con histeria. Ante el asombro de los hombres —¡No te ayudara! ¡Imbécil! No ves que él está de mi lado —exclamó. Maclovid negó, confuso. —. Vamos, deja de joder, hagamos esto rápido —inquirió el hombre Maclovid lo miró fijamente, luego en un ataque sorpresa lo apuñaló con la hoz que sostenía en sus manos, el tipo cayó al suelo, sorprendido, tratando de detener de forma inútil la sangre derramada, Maclovid atinó a alejar la pistola con su pie, luego la recogió. —¿Está bien, doctor? —dijo cuando se alejaron del hombre, George estaba impresionado, temblaba, no tenia idea de quien era realmente Maclovid —¿Lo conoces? —Sí, es un maniático, que se la pasa deambulando por mi propiedad, le dije que tenía un campo de siembra a las afueras de Pueblo del Norte. ¿Qué ha pasado? Ese hombre era un psicópata, un criminal de poca monta, ¿Cómo se metió en líos con él? —¡Mi hija! Maclovid, tengo que buscarla, debo llamar a la policía —inquirió con apuro —¡Vamos a mi casa! Allá tengo un teléfono. —George estaba aturdido, no sabía si debía confiar, su cabeza era una maraña de dudas y nervios, pero no tenía otra alternativa, caminó al lado de Maclovid Llaneros. Lydia venía a su mente, seguro de que no podría soportar perderla. La casa de Maclovid era vieja, de madera y enorme. Al entrar un olor a humedad hizo que George se sintiera asqueado, lo peor era ver que ese lugar estaba semiderruido por dentro, aquel lugar era una casa abandonada, miró a todos lados, sintiendo como el temor lo invadía. —Doctor, el teléfono está arriba —señaló Maclovid con cordura, George miró hacia arriba, observando las terribles escaleras—. Mire doctor, permítame enseñarle una foto de mi preciosa niña. Siempre quise mostrársela, pero no tuve la fortuna de llevar una a la consulta —dijo Maclovid, ofreciendo la fotografía, bocabajo de manera en que aún no pudiera verla. George no quería tomarla —Ahora no es un buen momento. —Por favor, se lo suplico, hágame ese honor. Quiero que la conozca —dijo con la voz suave, George se estremeció y terminó aceptando, más por educación que por convicción, George giró la fotografía, miró ese rostro, esos ojos azules, ese cabello rubio: ¡Era Allison Butler! Se quedó sin aliento —Dígame, doctor, ¿Era más hermosa en la fotografía, o era más hermosa en su cama? —los ojos de Clark le miraban con furia, le apuntó con la pistola, George apenas respiraba. Clark sonrió satisfecho, su venganza comenzaba ahora.
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