Capítulo XVI

1500 Words
Lydia lloraba hundida en la cama, mordía su almohada para ahogar su sollozo. Magna entró a la recámara, miró a la niña, un dolor oprimió su corazón —Cariño… —dijo tocando su cabeza, pero ella se alejó—. Hija, tu papá no es perfecto. Cometió un error en el pasado, pero no puedes juzgarlo, los hijos no deben juzgar a sus padres —dijo con voz dulce —¿Lo sabías? Dime, ¿Sabias que mi padre engañó a mamá? Magna palideció, asintió Lydia se levantó furiosa, la miró con el rostro rojo —¿Por qué no me dijiste nada? ¡Eres mala como él! Sabes lo que mi madre sufrió por eso. —¡Lydia! Esa historia pertenece a tus padres, no te atrevas a juzgarlos —sentenció la abuela —¡Lárgate! ¡No quiero verte! —exclamó la adolescente, la abuela la miró irresoluta, dudó, pero dio media vuelta. Lydia lanzó un portazo y cerró con llave. Caminó hasta el closet, abrió un cajón y sacó una muñeca. Se sentó sobre el suelo, frente al espejo. Lloraba. Abrazó la muñeca, era de cabello rubio y vestido celeste, en el cuello tenía escrito su nombre «Clara Luz» su madre se la había comprado cuando tenía cinco años. La muñeca «Clara Luz» tenía en la espalda una diminuta mochila, cuando Lydia la abrió por curiosidad sacó de ahí una paleta de sombras de colores arcoíris. Lydia manchó cada uno de sus dedos con esa pintura, sus dedos brillaban, las lágrimas corrían por sus mejillas, su vida era una tortura, todo lo que creía ya no era cierto, no podía entender como el hombre que más amaba, se había convertido en su peor enemigo. Su corazón estaba roto. Con sus dedos tocó sus mejillas, delineando los colores en su cara. Sonrió entre sollozos, su mente estaba confundida. Miró su reflejo que parecía extraño. La persona en el reflejo no era ella, cuando creyó que era cierto intentó gritar, pero se sintió ahogada, no podía respirar, lo último que vio antes de desmayarse fue que todo se volvía de un color rojo. George no pudo dormir, se quedó despierto sin cambiarse, hasta la llegada del amanecer. Cuando se reunió con Magna en la cocina, encontró que la abuela también estaba devastada —Lydia no irá a la escuela hoy, será mejor que descanse y pueda hablar con ella —dijo la abuela, George asintió—. Ve a trabajar, si se da cualquier cosa, yo te llamaré. George se marchó, su alma estaba angustiada, pero era mejor si la niña no lo veía en casa, por lo menos por ahora, necesitaba espacio, él necesitaba respirar y pensar. Aunque George intentó cumplir sus sesiones terapéuticas, tuvo que cancelar por la tarde, se sentía devastado. Habló con Magna y ella le aseguró que todo estaba bien, pero Lydia seguía mal. Decidió no volver a casa, al menos hasta la noche, manejaba sin rumbo, hasta que se detuvo en una esquina. No tenía a nada, ni a nadie, pensó en Allison Butler, pudo recordar cuando la conoció: «Ella era una alumna nueva en el colegio donde él llevaba cinco años laborando. La notó luego de que ella tuviera tres meses de ingreso, fue porque una profesora la encontró junto a un alumno, estaban acariciándose en el baño, la llevaron ante él orientador, pero llegó ante él, porque ese señor estaba de vacaciones, no evitó pensar en que había un hilo del destino que inevitablemente los unía. La reprendió con severidad, pero pudo notar esa mirada en la chica, una lujuriosa, intentó pasar desapercibido, fue imposible, ella no lo olvidó y él tampoco. Las acciones de Allie siempre la trajeron ante él, ese maldito día, uno de lluvia intensa, cuando todos se habían marchado, y la encontró en la esquina empapándose, pudo haberla dejado sobre la acera, sin embargo, su instinto lo detuvo, se ofreció a llevarla a casa. En un semáforo Allie terminó por besarlo, quiso alejarse, quiso de verdad rechazarla, no era correcto, pero era excitante, en aquellos labios por fin podía olvidar su caótica vida; donde era él responsable de otorgar una vida lujosa para su ambiciosa esposa, además, debía soportar un trabajo soso que detestaba. Algo en su mente lo excitó, esa fue la primera vez, ella le indicó el camino al hotel, supo desde ese momento que Allison Butler no era una chica común, sino, un alma libre y sin prejuicios, la primera vez que hicieron el amor lo repitieron por dos veces más, ninguno fue a casa e inventaron excusas. Ambos conocían las consecuencias de sus acciones, pero a veces, caminar por el fuego se vuelve tan placentero. Y ahora, George Orange por fin probaba el infierno, uno cruel y despiadado, uno que lastimaba al único ser puro que conoció en su vida: Lydia» George volvió a la realidad cuando lo llamaron a su celular, se apuró a responder, era Avril, preguntando por que Lydia no fue a clases, George inventó que la niña estaba enferma, pero algo en su voz despertó la duda de la psicóloga, —¿Puedo ayudarlo, señor Orange? —No creo que nadie pueda hacerlo… —Déjeme intentar. ¿Puedo verlo? —George cedió, vería a la mujer en su casa, donde además era su consultorio terapéutico. Quizás era arriesgado, George pensó que si ella supiera quien era él, quizás no lo hubiese ofrecido su ayuda, su propia percepción sobre él era mediocre, pero todos necesitamos consuelo y George se sentía vulnerable. Manejó hasta ese lugar. Avril lo miraba con cierta compasión, ya le había contado toda su verdad, casi por una hora. Lo observó atenta, parecía desesperado, era un hombre atractivo, sus ojos grises verdosos le daban cierto aire felino, y parecía tan serio, como intrigante —Todos cometemos errores, el problema es que, si tú no te perdonas, no puedes aspirar a que Lydia lo haga. Cometiste un error, estás arrepentido, debes demostrarlo. —¿De que sirve, Avril? Siento que mi vida está destruida, a donde quiera que voy, el pasado vuelve por mí, no deseo esto ni siquiera a mi peor enemigo —dijo bebiendo su tercer trago de whisky que Avril le ofreció —Mientras haya vida, todo se puede remediar. Tú no eres culpable de la muerte de Allison, ella decidió acabar con su vida, y eso no tiene que ver contigo. —Lo tiene. Yo fui quien la arrastró a ese punto, fue por mi culpa, yo era el adulto, debí parar. —Creo que en la vida todo tiene un inicio y un final. Y la gente usualmente muere. Creo en el destino, hay una hora, una fecha que será el final, y no tiene que ver con nadie. Deja la memoria de Allie en paz, concéntrate en recuperar el amor y la confianza de Lydia —dijo Avril Él asintió. Caminó a la puerta para despedirse, estaba por irse, la mujer se detuvo en la puerta. —Gracias, Avril, pero sobre todo gracias por tus palabras, por no juzgarme. —Claro que no, somos humanos, George, cometer errores es usual, no hacerlo sería raro —ella intentó besar su mejilla, pero George terminó por moverse, confundido, y terminaron por besarse, primero fue un roce de labios, pero Avril logró capturar sus labios y besarlo con apremió, George no se detuvo, no deseaba hacerlo, el calor envolvió los cuerpos y ella cerró la puerta, mientras lo dirigía a su alcoba. El sexo fue gratificante, mientras lo hacían la mente de George estuvo en blanco, todo su dolor desapareció, solo por un instante, por lo menos consiguió algo de paz, pero al terminar, la sensación de vacío y preocupación volvió a él. Se recostó en la cama al lado de Avril, no sabía que pasaría con ella, no había vuelto a sentir nada por ninguna mujer, desde la muerte de Caroline, creyó que tal vez, después de tanta oscuridad podría aparecer un poco de sol en su vida. Lydia despertó en su cama presa del pánico, soñó que su padre estaba herido. Lo odiaba, pero era lo mismo que amarlo, salió de la cama y corrió a su habitación, no lo halló, lloró desconsolada, abrió el armario para encontrar su ropa ahí, tomó un suéter, un viejo cárdigan azul, olfateó el olor a madera fresca y menta, abrazó aquella prenda, no quería soltarla. Una nostalgia abrumaba su ser, se recostó en la cama, se sentía débil, como si el mundo se hubiese terminado. Lydia pensó que, algún día sería el fin del mundo, pero estaba convencida de que antes de eso, las personas experimentaban múltiples finales de su propio mundo. Recordó el libro de «pensamientos azules» que su padre le leyó hace un año: «Y la tierra tembló desde sus cimientos, la escuché crujir, gritar, sollozar, enloquecer, enfurecer. Todo daba vueltas, les juro que parecía el fin del mundo, Pero, no era así, no era el fin, solo el fin de mi propio mundo…»
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