Capítulo XIX

1481 Words
—¿Qué haces, Maclovid? —¿Maclovid? —el hombre esbozó una sonrisa y rio a carcajadas—. ¡Eres un imbécil! No existe ningún Maclovid, solo un vil idiota como tú creería en eso. No, Orange, me llamo Clark, Clark Butler, ¿Ahora sabes quien soy? ¿Verdad? Miró sus ojos verdes tan brillantes, tragó fuerte y asintió —¿Dónde? —¿Dónde está Lydia?, ah, ya lo verás, aunque no volverás a ver a Magna, al final te libre de tan terrible suegra, no me des las gracias. —¡Por Dios! ¡Por Dios! —exclamó George, enloquecido —¡Cállate! No me digas que la extrañarás, porque no te creeré nada. George creía que era una broma, una siniestra mentira. —Camina —señaló Clark que siguiera derecho por el pasillo, aquel lugar era una vieja casa enorme, siguieron hasta una puerta corrediza semiabierta, dentro había un gran salón, con piso sucio, pero de cemento alisado color gris. No había nada ahí, solo al fondo había una escalera, que daba hacía una habitación con un ventanal de cristal—. ¡Apúrate! ¿No quieres ver a Lydia? George palideció, caminó de prisa, solo quería ver a su hija, su corazón retumbaba de terror al pensar que ese hombre le hubiera dañado. Llegaron a arriba, ahí había una puerta abierta. George entró seguido por Clark, entonces vio a su niña tendida en el suelo, visiblemente dormida, se arrodilló frente a ella tocando su rostro, intentó despertarla con ansiedad —¡Lydia! ¿Qué le hiciste, malnacido? ¡Hijita, responde! —Eres cínico, Orange, tranquilo, solo duerme, ya va a despertar, verás que soy un hombre de honor, no una garrapata como tú, a diferencia tuya, yo no le he tocado ni un pelo, pero, dime si estuvieras en mi lugar, ¿Qué le hubieses hecho tú? —George no respondió lo miraba con tanto odio, Clark sonrió feliz—. Ahora levántate, siéntate en esa silla y gírate. ¡Hazlo! —George obedeció, Clark le exigió que pusiera sus manos atrás, pero George intentó golpearlo, y Clark tuvo que golpearlo con el arma, la frente de George sangraba. Lo ató con unas esposas de metal a la silla —Por favor —chilló —Mi hija debió decirte que estuve en el ejército, en la guerra de Irak, es estúpido, quizás, como mientras yo peleaba por nuestra patria, tú te cogías a mi hija, ahora supongo que entiendes que no soy cualquier humano, voy a destruirte y lo sabes. George se arremolinaba en la silla, desesperado —. ¿Vas a responder mi pregunta al fin? ¿Por qué habiendo tantas mujeres en el mundo, elegiste a una pobre adolescente? George se quedó impávido, observando el rostro viejo del hombre, no pudo evitarlo, no pensó con lógica —Allison no tenía nada de inocente, antes de mi había pasado por muchos otros —espetó con cierto goce, los ojos de Clark se abrieron enormes, lanzó un puñetazo contra su rostro y cayó en la silla, luego se acercó agarrando con fuerza su pelo —¡Antes de hablar de mi hija, córtate la lengua! Sabes lo que haces, eres un hijo de perra, se te olvida que puedo hacer con Lydia todo lo que quiera —la respiración de George se volvió inestable, ahora sentía verdadero pánico—. No mereces una hija como ella, ¡Mírala! —ambos la miraron George gimoteó al verla tan frágil y lastimada —No te atrevas… —dijo con voz quebrada —Ella es buena, merece un buen padre, no una escoria como tú, que no pudo mantener cerrados sus pantalones, ¿Acaso alguna vez pensaste en ella? ¿Pensaste en lo que la dañarías? ¿Mientras abusabas de mi niña, pensaste que otro hombre igual de mierda que tú, haría lo mismo con tu hija? —una lagrima surco el rostro de Butler. Clark se alejó, sentía asco, se aseguró de que George no fuera escapar, y salió de ahí, cerrando con llave la habitación. Permaneció abajo, encendió su radio repitiendo cientos de veces la misma canción: «Blue Bayou de Roy Orbison» George no durmió, atormentado por la música y la experiencia aterradora, quería creer que era una mentira, estaba ahí sobre el suelo, atado a esa silla, su hija estaba en el suelo, tendida sin consciencia. Lloró con amargura, recordó su vida, lo mal que había hecho, si pudiera cambiar las cosas, seguro de que lo haría, pero ahora, no podía hacer nada. Trato de pensar, buscar alguna salida, tratar de meterse en la mente de Clark para salvar a Lydia, pero no podía pensar, ya no creía en si mismo. Pensó en Allison, ¿Por qué había cometido semejante error? Se había quedado huérfano joven, pero nunca le había pesado la soledad, excepto ese vacío de nunca sentirse satisfecho por nada, ni nadie, hasta el nacimiento de Lydia, sí, solo con ella se sentía entero, capaz de hablar todo el tiempo, era la única persona en el mundo que lo hacía sentirse en paz, pero Caroline era imposible para él. Siempre exigiendo dinero, lujos, el sueño americano que él no quería. Fue así que cambió su trabajo de psicólogo clínico por esa coordinación de colegio, ahí ganaba tanto dinero que ni siquiera lo gastaba todo, sus ahorros crecieron, pudo comprar un carro lujoso, una casa de lago, pero ¿De que le sirvió? Eso no lo hacía feliz. Entonces apareció Allison, antes de ella, jamás había sido un hombre de impulsos sexuales, pero ella era como tocar el fuego sin quemarse, era un placer que lo tentaba, no resistió, y conforme el tiempo avanzó y nadie los descubría, siguió ahí, sin meditar en su culpa. Cuando George volvió al presente vio a Lydia moverse y levantarse, estaba maniatada, se enderezó asustada, miró a su padre con sus enormes ojos azules que le hablaban del terror que sentía —¿¡Papá?! —Lydia ¿Estás bien? —¡Mi abuela! ¡Está muerta! —exclamó mientras las lágrimas caían por su cara —. ¡Pedro, lo acuchilló, papá! —intentó desafanarse, pero no pudo —Tranquila —susurró siseando—. Vamos a salir de aquí. —¿Qué está pasando? La puerta se abrió y Clark entró, sonrió al mirar a la adolescente despierta —Hola, Lydia, bienvenida. Ella le miró con dolor —¡Mataste a mi abuela y a Pedro! ¡Eres un monstruo, Mac! —No me llames Mac, yo no me llamó así. Mi nombre es Clark. —¿¡Por que eres tan cruel?! —exclamó en un gritó sollozante —Porque no se lo dices tú, papá —dijo señalando a George, quien contuvo el silencio—. Ah, claro, nunca dejarás de ser un cobarde. Lo diré yo; Lydia, yo tenía una hija, mientras yo peleaba una guerra por vengar a nuestros muertos, en Irak, tu padre la sedujo y abusó de su inocencia, luego la abandonó, provocando su suicidio. Sí, mi Allison está muerta por su culpa y ahora, yo me vengaré de él, y tú sufrirás las consecuencias. Clark se levantó, salió y cerró la puerta, seguro de que había dejado una guerra de furia y odio ardiendo en el lugar. Una guerra como la que él peleaba. Una herida tan profunda como la que lastimaba su corazón. Entonces la recordó: «Allison se abrazaba a las piernas de Clark con ímpetu —¡No te vayas, papito, no me dejes! —¡Vamos, suéltame ya, niña! Se me hace tarde. Tengo que irme, tengo que pelear por nuestra patria —Por favor, papi, yo te necesito —Allison era una chiquilla de diez años, de cara pecosa, rubia y de ojos azules —¡He dicho que me sueltes! —espetó con firmeza, lanzándole un manotazo al rostro, la niña chilló y su madre se apuró a tomarla en sus brazos, alejándola —Clark eres terrible, vete a pelear tu guerra, ve a fingir que eres todo un hombre, puedes ser un buen soldado, un tipo rudo y feroz, pero ¿De qué te sirve? Serás lo que quieras, pero ¿Serás un buen padre? Espero que cuando regreses, si es que vuelves, obtengas tu respuesta —¡Ah, ya! Deja tu drama, volveré como un héroe y entonces, ustedes tendrán la respuesta, se avergonzarán de ser tan cobardes. Clark salió por la puerta, tan feliz y orgulloso, escuchó los berridos de Allison suplicaba por él. Subió al auto, solo una vez volvió la vista a la ventana, la niña lloraba, con la mirada tierna. El padre volvió la vista, mientras el auto avanzaba» Cuando Clark volvió a la realidad, subió el volumen de la música, bebió un trago de whisky, y entonces se rompió en un buen llanto de culpa y dolor.

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