Capítulo I

1670 Words
George la imaginaba. Desnuda, hermosa y descarada, sumergida en la piscina, mirándolo con esa lujuria que siempre terminaba por enloquecerlo hasta caer en su seducción. Era una criatura hermosa y la deseó más de lo que estaba dispuesto a admitir. Ahora Allison Butler estaba muerta. —Señor Orange, hemos cerrado el trato —dijo la agente de bienes raíces, pero al no obtener atención del hombre, tuvo que tocar su hombro. Aquello hizo que Orange volviera su rostro desconcertado —. Hemos cerrado el trato —repitió la agente y acercó a su mano aquel cheque de seis cifras. George esbozó una ligera sonrisa, y sostuvo aquel cheque. Había vendido aquella casa cerca del lago Minnetonka. Aquella excentricidad la había adquirido cuando percibía un gran sueldo al ser coordinador académico del colegio Abraham Lincoln, pero esa propiedad nunca fue su hogar, y pocas veces estuvo ahí con su familia, pero con ella sí. Allison Butler y él habían vivido casi todo su tórrido y prohibido romance en esa casa, que ahora vendía a aquella pareja de recién casados. Antes de irse, George volvió a admirar la magnífica casa. Miles de recuerdos golpearon su mente. ¿Cuántos errores había cometido al dejarse llevar por sus bajos instintos? «La vida cambia en un solo segundo» pensó y se sintió afortunado de que a pesar de todo lo acontecido, las consecuencias de su gran error habían sido pocas a lo que creía merecer, por lo menos para él. Salió de aquella casa y caminó a su auto, pero antes de encenderlo recibió una llamada. Su sangre se congeló y su estómago se revolvió tanto que creyó que vomitaría. Sus ojos azul grisáceos se habían vuelto llorosos. Cuando colgó la llamada comenzó a llorar, recargando su rostro contra el volante. Luego se recargó en el asiento del auto, estaba más tranquilo, pero aún temblaba. —Caroline… Lo siento tanto, perdóname. Donde quiera que estés, perdóname —dijo George. Su esposa Caroline había muerto hace unas horas, la mujer padecía cáncer de estómago, desde hace ocho meses. George limpió sus lágrimas, estaba por arrancar el auto e irse, hasta que un recuerdo afloró a su mente sin poderlo detener: «Aquel día había llegado muy temprano del trabajo, estaba apurado y nervioso. No era para menos. El video s****l donde lo implicaban, había sido enviado a los celulares de todos los estudiantes y trabajadores del colegio Lincoln y por supuesto al de su esposa Caroline. Cuando entró a su habitación encontró a Caroline sentada sobre la cama. Lo miraba con un profundo odio y esta vez no llevaba su clásica peluca o aquel pañuelo que cubría su calvicie provocada por las constantes quimioterapias —¡¿Cómo has podido hacerme esto?! —había exclamado la mujer con los ojos nublados —Yo… —aunque George había querido mentir, nada se le había ocurrido—. Lo siento. Recordó su rostro triste y su llanto de falso arrepentimiento, pero eso no conmovió a Caroline que era una mujer fría y lista —Te odio tanto, has acabado con todo lo bueno que tenías. Todo por sexo. ¿Qué clase de hombre eres realmente, George?, todo por un impulso s****l, pudiste hacer cualquier cosa, incluso si hubieras buscado una prostituta cualquiera, yo lo hubiera entendido. Pero, ¡Una alumna!, ¡Una adolescente!, ¿Acaso no pensaste siquiera en tu reputación? —Caroline había llorado tanto, que hasta ese momento George pudo comprender la magnitud de lo que había hecho —¡Sí! —había gritado tan fuerte, como defensa—. ¡Me equivoqué!, me dejé seducir, ella no es una niña… —Me das asco… —esas palabras habían estrujado el corazón de George —¡Entonces me iré, no volverás a verme! —¡No te atrevas! —Caroline lo había detenido—. No te irás, te quedarás y limpiarás tu desorden. O si no… —¿O si no que?, ¿Qué harás? —Entonces, te quitaré lo único bueno que tienes en la vida —Caroline había salido de la habitación y corrió hasta el jardín, perseguida por un temeroso George que había deducido su actuar. Caroline había arrebatado a Lydia de su juego en el jardín, las muñecas y el juego de té se quedaron esparcidos por el césped, mientras la mujer obligaba a la niña a caminar a regañadientes. George asustado entró en la habitación de la niña, donde Caroline ya empacaba su ropa —¡Nos vamos a ir, Lydia!, ¡Despídete de papá, porque nunca más volverás a verlo! George recordó los ojitos de Lydia llenos de lágrimas que lo observaban aterrados, mientras rompía en sollozos de dolor por no entender lo que sucedía. La pequeña Lydia de cinco años había abrazado a George con tanta fuerza que el hombre se había estremecido —No, Caroline, por favor —suplicó —Era lo que querías lograr, perder lo único que amas. Vámonos, Lydia —Caroline había intentado liberar a la niña de los brazos del padre, pero se aferraban uno al otro—. Suéltalo, Lydia, entiéndelo de una vez, tu padre no te ama. —Papi, ¿Por qué no me amas? —preguntó Lydia con la vocecita rota de llanto, mientras George sufría con amargura —¡Yo te amo… yo te amo, mi estrellita! —dijo abrazando a la niña—. Por favor, Caroline, no lo hagas, juro que lo enmendaré, juro que remediaré todos mis errores, pero no me quites a mi hija» Mientras manejaba, George obligó a su mente a dejar de recordar el pasado. Solo quería irse de Minnesota y viajar a Pueblo del Norte, en México, ahí vivía con su esposa y su hija, desde hace un mes, pero ahora debía ir a enterrar a su esposa y a criar a su hija solo. El funeral de Caroline había sido muy triste, aunque Magna, la madre de Caroline estaba deshecha, esta vez había sido muy cordial con George. Realmente George creía que se debía al terrible momento, pero Magna pensaba en su nieta, ahora no había nada que retuviera al hombre en aquella casa, y la abuela tenía miedo de perder lo único que le quedaba de su hija muerta —Quizás no es el mejor momento —dijo Magna cuando se encontró con George sentado en el jardín—. Pero, quiero saber qué planes tiene ahora. —Bueno, en realidad, no he tenido tiempo de pensar en nada —dijo visiblemente agotado —Tienes casi un millón de dólares en el banco, ahora eres viudo, y me imaginó que puedes hacer lo que quieras y basándome en tu pasado, creo que es lo que harás. No voy a meterme en tu vida, porque no me interesa —dijo severa—. Lo único que me interesa de ti es mi nieta, Lydia. Si quieres puedes tomar el dinero e irte, yo puedo criarla sola. George frunció el ceño, consternado, miró a la anciana incrédulo. —¿Cree que voy a abandonar a Lydia y me iré? —No. Tú puedes venir a verla, pero ella estará mejor aquí. ¿O planeas llevarla a vivir con una adolescente? Los ojos de George centellaron de furia, sabía a lo que Magna se refería —Hablemos claro, Magna, cometí un error, engañé a Caroline con una estudiante y destruí mi carrera y mi reputación. Ni siquiera debería de tener mi cédula profesional, lo sé. Pero estoy enmendando mi error. No volveré a hacerlo, he cambiado. No voy a abandonar a Lydia y tampoco la alejaré de ti. Todo el dinero lo guardaré para los estudios y el futuro de mi hija. Y si lo permites viviré aquí contigo y con mi niña, me dedicaré únicamente a cuidarla. Magna parecía sorprendida ante esas palabras, le costaba creer que ese hombre había cambiado, pero tenía la esperanza de que, si fuera cierto, podría criar a su nieta por el resto de su vida. —Puedes vivir aquí junto a Lydia, nada me haría más feliz. Responde una duda que tengo, George, es cierto que esa niña, tu amante, ¿Está muerta? El semblante de George palideció, asintió con rapidez y la anciana estuvo conforme, después dio la vuelta y volvió a la casa. Aquella pregunta había quebrado la paz de George. Allison Butler estaba muerta, se había suicidado. Aquello había provocado que se mudara con su familia a Pueblo del Norte, luego del escándalo provocado en el colegio y ante la sociedad. George recordó el día que se enteró de su muerte. Aquel día estaba grabado en su memoria. George se había encerrado en el baño por horas, había temblado y llorado como nunca antes. No era la tristeza que lo consumía, no, era la culpa de haber dañado a una persona. Y desde esa noche, no había vuelto a dormir tranquilo, pensando que quizás Allie no era la mejor persona que había conocido en su vida, pero ella era una mejor persona, antes de conocerlo a él. —Papi, ¿Estás bien? —Lydia se había acercado a su padre que estaba sentado sobre una silla mirando el cielo, cuando la escuchó sonrió con suavidad, asombrado de la fortaleza de su pequeña hija —Estoy bien —dijo limpiando sus lágrimas —No llores, papi. Yo tampoco lloraré, porque mami dijo que donde quiera que estuviera me iba a cuidar. Mira esa estrella brillante —Lydia señaló la estrella de sirio, sentada sobre el regazo de su padre que parecía conmovido—. Mami dijo que todos los que van al cielo, están ahí y están felices, porque alguna vez los volveremos a ver. Los ojos de George se llenaron de lágrimas y abrazó a Lydia con fuerza. Ella era su fortaleza y su fe. —Te amo, estrellita, estaremos siempre juntos, en esta y en todas las vidas, ¿Sí? —Sí. —Mi alma gemela —dijo George mientras acariciaba su oscuro cabello y permanecía abrazándola a su pecho intentando consolarse.
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