CAPITULO XXXIX. Una mañana excitante

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ANDRÉS ¡Oh, Dios! Sálvame de la tentación, por favor. Esa cintura, esas piernas y esos pechos de Luna... ¡uff! Hacen que mi temperatura escale desmesuradamente, puedo escuchar palpitar a mi corazón y sentir como la sangre recorre por mis venas atravesando todo mi cuerpo desde mi cabeza hasta la punta de los dedos de mis pies, el calor me hace sudar y quisiera arrancar la camisa que traigo puesta, pero debo controlar mis impulsos si quiero conservar la valiosa amistad de Fernando. No puedo evitar imaginar lo que la tela en color rosa de su vestido esconde, más allá del escote y la falda sé que hay unas hermosas curvas que innegablemente me atrevería a probar sin temor alguno, creo que sería uno de esos momentos en los que la amistad saldría sobrando, luego de un momento de divagar, Lun

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