CAPITULO VI. Sin control

1111 Words
FERNANDO En el elevador me va contando que descubrió la infidelidad de su prometido y por eso está así, que en su propia casa lo vio, a través de las cámaras, hacer el amor con su "mejor amiga", que una tal Carmelita le había advertido de ésto y le aconsejó tenderles una trampa. — ¿Recuerda que llegué tarde a la cena? — asentí con la cabeza — pues fue porque Samuel y yo llenamos mi casa de cámaras y micrófonos para... para que yo pudiera ver lo que pasaba entre ellos y quitarme esa estúpida venda de los ojos — Debe ser muy difícil para usted — Bastante. Yo lo amaba, íbamos a casarnos muy pronto y ella era mi mejor amiga desde la preparatoria, la dama de honor, hasta me ayudó a elegir el vestido y las invitaciones, ¡pero es una embustera! ¿Cómo puedo seguir llamándola “amiga”? ¡Dime! — me cuestiona molesta y exige una respuesta inmediata con esa mirada atormentada — No lo hagas, esas no son amigas – le respondo en tono calmado para intentar tranquilizarla — ¿Por qué me hicieron ésto? — sus lágrimas caen, rodando por sus mejillas, yo intento secarlas con mi saco mientras le respondo — No lo sé, creo que es parte de la naturaleza humana — ¡¿Qué rayos hice mal?! — ¡Hey, mírame! Estoy muy seguro de que tú no tienes la culpa — le digo mirándola a los ojos y la abrazo para confortarla, me doy cuenta que la tutee e intento disculparme por ello, pero justo en ese momento se abre la puerta del elevador en el piso donde debemos bajar. Su habitación está casi al final del pasillo, ella no coopera, quiere regresar al bar, pero no se lo permito, la convenzo de que me de su llave, aunque internamente muero por llevarla a mi habitación, mientras abro la puerta, se sienta en el piso y se queda dormida, al menos eso pienso, así que tengo que cargarla a ella y a sus tacones, pesa, pero disfruto poder tenerla entre mis brazos, eso me da una plenitud que no conocía, despierta en cuanto cruzamos la puerta y se baja de mis brazos para sentarse a llorar junto a la puerta, impidiéndome salir. El verla llorar tan desconsolada me causa tanta impotencia, así que lo único que puedo hacer es aceptar seguir bebiendo con ella y ayudarla a que desahogue sus penas conmigo. Le sirvo una copa y la llevo al sillón para que se siente, ya que está algo mareada, y me siento a su lado para seguir escuchándola, le explico que, desafortunadamente, ese tipo de cosas ocurren a diario, en todas las partes del mundo. Copas tras copa, bebemos hasta que siento que ya es suficiente, ella insiste en beber más, pero me niego a permitírselo. Para mi sorpresa, se sienta arriba de mí mirándome de frente, de pronto empieza a decirme cosas que me llevan al límite, haciéndome perder el control por completo, el poco control que intento mantener, me mira a los ojos y me dice con seriedad total — Señor Rivera, el problema de cuando bebo es que me dan muchas ganas de coger — ¿Qué? — tartamudeo al responder, no me salen palabras para decir otra cosa de lo nervioso que estoy, ella me besa y mi corazón late como nunca y la deseo tanto en ese momento que poco a poco voy perdiendo la cordura — Debo decirle que esa es una especie de maldición y bendición — lo dice entre risas y burlas, ¡y vaya que se lo creo! — Entonces, no debe beber así de nuevo. — Es divertido, además no pienso quedarme a llorar por un infeliz, no sería justo, ¿no cree? — sus expresiones son las de una niña caprichosa más que las de una dama herida — Está tan borracha que no se dió cuenta que en el bar tenía a un tipo a su lado, propasándose. — No, no se propasaba, yo le di mi permiso. Sé muy bien que cuando bebo me pongo candente así que, en cuanto llego al antro o al cualquier otro lugar para beber, busco con quién desquitarme, ¿sí me entiende, no? — Sí… supongo — ella comenzó besarme el cuello mientras yo intento decir algo, intento fallido, desde luego — Y bueno, ya espantaste a mi conquista de la noche, ahora debes pagar las consecuencias, señor Rivera — dice eso mientras se descubre los pechos. Quedo hipnotizado con la vista que tengo, sus pechos son hermosos, naturales, firmes y adornados con una especie de lencería erótica en joyería azul, un par de anillos de pezón para ser exacto. Sé que su despecho la hace actuar de esa manera, pero no me puedo contener, muero por probar sus senos. Quito la lencería con la boca y chupo cada uno de sus senos, jugueteo un poco con ellos y mi lengua, luego beso su boca, en segundos desabrocha mi camisa y menciona que yo soy su amor platónico, que suele comprar todas las revistas donde yo aparezco para coleccionarlas, mientras se desviste por completo, luego desabrocha mi cinturón y como puede saca mi pene, ya está muy duro, lo mete en su boca y me hace gozar como tanto he imaginado, estoy tan excitado que sé que pronto me provocará un orgasmo, así que la detengo, ella sonríe traviesamente y me besa, sentándose arriba de mí, de nuevo, pero esta vez introduciendo mi pene en su vaginae, su cara de placer cuando entra es algo que jamás olvidaré, se muerde los labios y la veo disfrutando — ¿Le gusta? — le pregunto — Ajá — me responde Ella me cabalga, lo hace sola y yo la dejo ser, quiero saber hasta dónde es capaz de llegar, mordisqueo su oreja y sus gemidos aumentan y con ello llega su primer orgasmo. La llevo a la cama y tomo el control de la situación, mis movimientos son suaves tendiendo a subir la velocidad gradualmente, provocando sus gemidos de nuevo, con señas, le pido que no haga tanto ruido ya que, todo el hotel podría darse cuenta de lo que está sucediendo entre nosotros, a lo que ella reacciona con un guiño burlón, lo cual me fascina. Lo hacemos hasta quedarnos dormidos. A la mañana siguiente el chófer de Luna, Samuel, nos despierta urgentemente, hay unas personas que me buscan en recepción y están intentando conseguir los datos de mi habitación para visitarme, se trata de los señores, Valdivia, ¡mis suegros!, así que tengo que salir corriendo de aquí…
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