CAPITULO LXIII. Paseo escandaloso

1006 Words
FERNANDO Luna me pidió que la llevara a pasear a algún parque o algo así, Carmelita y la bebé nos acompañan, obviamente, no sé a dónde llevarlas, la verdad tengo miedo a que la gente me reconozca y me rechace, a veces pueden ser muy duros los comentarios y las críticas, suelen ser destructivos y aunque no me interesa el qué dirán, es un punto sensible para mí el que me acusen de haber matado a Giselle y al hijo que esperaba, en ocasiones, aún me pregunto si el bebé era mío o de su amante, o quizá, de alguien más, con eso de que nunca llegué a conocerla realmente. LUNA Noto a Fernando un poco nervioso, hace cinco minutos pasamos por una calle y él se quedó mirando hacia ese rumbo, quizá su antigua casa queda en esa dirección, pero no me atrevo a preguntarle, no deseo incomodarlo más, creo que no debí pedirle que nos trajera a pasear, compraré un helado y le pediré que regresemos bajo algún pretexto para que se quede tranquilo. — ¡Muero por un helado! — exclamo — ¿Verdad que también se te antoja uno, Carmelita? — El día ha estado perfecto para un delicioso helado de vainilla — responde ella — Podemos comprar unos helados en el puesto junto al parque — comenta Fernando — Sí, por favor — le respondo — ¿, Tú también quieres uno, verdad? — Hace mucho que no saboreó un helado de limón — responde — Por alguna extraña razón, sabía que ese era tu favorito — menciono — ¿Y el tuyo es de fresa, o me equivoco? — lo miro expresando una rotunda negativa, pero sólo bromeo — ¡por supuesto! ¿Cómo lo supiste? — Del mismo modo que tú sabías cuál era mi favorito Lo miro con cara pensativa y luego él nos ayuda a bajar a mí y a Carmelita, nos ayudamos a armar la carreola y acomodamos a la niña para darle un pequeño paseo, se ve feliz pues sonríe bastante y se emociona con todo lo que pasa a su alrededor, estira sus manitas tratando de alcanzar todo a su paso y hace una especie de grititos que me indican lo feliz que se siente por estar allí, en ese lugar. Fernando va empujando la carreola mientras Carmelita y yo caminamos a su lado observando el hermoso lugar por el que vamos, es un parque muy grande y muy bonito con muchos árboles alrededor, el camino es de piedra aunque muy liso, hay césped por todas partes y flores de varios colores decorando el lugar, se alcanza a ver un kiosko en medio y unas mesas cerca de él con personas conviviendo y comiendo elotes, helados y otra s comidas chatarras, hay mucha gente esta tarde, los niños se atraviesan corriendo por todos lados, los pajarillos van volando de árbol en árbol y se escuchan cantar y, hay algunos vendedores ambulantes, además de un músico que toca genial la guitarra y canta muy bonito, cuando paso por enfrente de él le dejo unas monedas y él me agradece con una linda sonrisa, tiene talento así que, espero que pronto pueda escuchar su música a través de la radio. Llegamos al puesto frente al parque, hay personas atendiendo y una fila con cinco personas adelante, parece ser un buen lugar, ya que he visto salir mucha gente de aquí en el poco tiempo que caminamos hasta aquí. Luego de varios minutos, una jovencita nos atiende amablemente. — Buenas tardes, ¿ya saben qué van a llevar? — Sí, señorita — responde Fernando — por favor, deme tres helados, uno de vainilla, uno de fresa y otro de limón — Enseguida, señor — mientras la joven atiende nuestro pedido, la persona que sigue en la fila se nos queda viendo con desprecio — Giselle debe estarse revolcando en su tumba, Fernando — ¡Samantha! — responde Fernando educadamente — Es un gusto volver a verte, ¿cómo has estado? — Mucho mejor que tú, por lo que veo — No entiendo a qué te refieres — Su pedido, señor — regresa la joven con nuestros helados y él saca un billete para pagarle — muchas gracias, por favor, quédese con el cambio — No te hagas tonto, por ésta mataste a mi hermana — Yo no maté a nadie, Samantha — ¡Escuchen todos! Este hombre es un asesino! ¡Mató a su esposa embarazada para poder quedarse con su amante y con toda la fortuna de mi hermana! — exclama la loca esa y todos comienzan a vernos con desprecio — ¡Eso es una vil mentira! — exclamo — Y te exijo que antes de dirigirte a mí lo hagas con respeto y educación — ¡Tú a mi no me exiges nada, zorrita! — responde Samantha — Ay, la loquita no sabe de modales ni de clase — me burlo — ¡Basta! — exclama Fernando y me toma del brazo llevándome hacia la salida mientras Carmelita lleva la carreola tras nosotros. Para cruzar la calle de regreso a la camioneta, Fernando vuelve a tomar la carreola y todos caminamos con seriedad, incluso la niña ha comenzado a llorar por lo que he optado por cargarla en mis brazos. Con el mal momento ni pude disfrutar de mi helado favorito como esperaba, sólo nos apresuramos para subir al vehículo y volvimos a la casa de Andrés, pero él y Samuel ya no estaban, de seguro ya andan con esas amiguitas que tanto ansiaban ver. ANDRÉS Ya llegamos al lugar de la cita doble, a Samuel le encantarán estas chicas, son dos rubias preciosas que les encanta divertirse y no tienen ni la más mínima idea de lo que es la vergüenza, son un poco peligrosas, pues suelen sacarle dinero a los hombres a base de chantajes y berrinches y no sé qué otras artimañas, pero conmigo se portan siempre muy bien y sé que no le harían algo así a un amigo mío.
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