Diego, no dejaba de llorar abrazado al pequeño cuerpo de su hija, en ese momento aquel hombre no encontraba consuelo para su dolor, se culpaba de la muerte de Dulce María, gritaba a los cuatro vientos que era un asesino, que él la había matado. —Diego, levántate —pidió el cirujano Moreno—. Ya no hay nada que podamos hacer. El doctor Serrano, no entendía razones, abrazaba el cuerpo inerte de su pequeña sin parar de llorar. —¡Despierta! ¡Abre tus ojitos mi amor! —exclamaba sosteniendo sobre su pecho el cuerpo de Dulce María. La escena era muy desgarradora, las enfermeras amigas de Diego, no dejaban de llorar. El doctor Moreno, procedió a inyectarle un tranquilizante a Diego, para preparar el cuerpo de la pequeña y emitir el acta de defunción. ***** En la sala de e