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El color de la venganza.

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Paloma Borrero, a sus dieciocho años creyó haber encontrado el hombre de sus sueños, atento, caballero, educado, era el hombre con el cual había soñado toda su vida.

El amor a veces no entiende de razones, ella lo dejó todo por él, y él se acercó a ella solo con un propósito: La venganza, la condenó a una vida llena de humillaciones y maltrato.

¿Cuál fue el motivo que llevó a Iván Arellano a destrozar la vida de la persona que amaba?

¿Logrará Paloma, recomponer su corazón recogiendo los pedazos que se quebraron después de aquel engaño?

¿Existirán las segundas oportunidades? ¿Se podrá volver a creer y confiar en la misma persona?

Obra registrada en SafeCreative

Código de registro: 2003123287998

Registrada en el Instituto de Propiedad Intelectual de Ecuador.

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Introducción.
Cuatro años habían pasado en un abrir y cerrar de ojos para Paloma, quién aún estaba tratando de reconstruir su vida; todavía quedaban trozos fragmentados de aquel corazón que se rompió en miles de pedazos, cuando ella entregó su cuerpo y su alma a un hombre que la destruyó por completo. Sus hijos fueron el motor que la impulsó a olvidar y superar su triste pasado; aunque las profundas heridas que aún tenía en su alma, no le permitían sanar por completo. Desde el día que huyó de su verdugo, no había vuelto a saber de él. Paloma, era consciente que algún día tenía que enfrentarlo, ya que estaban de por medio sus dos niños, aquellos pequeños seres que fueron concebidos en un ambiente de engaños, mentiras, de una cruel y terrible venganza, que la llevó casi al borde de la locura. Paloma, sonriendo como era su costumbre, llegó al hospital donde ahora laboraba de asistente de un prestigioso ginecólogo; en sus manos llevaba dos vasos de caffe latte, que le gustaba a ella y su jefe; saludó a sus compañeras y enseguida tomó el ascensor. Apenas el elevador se abrió, salió con la alegría reflejada a flor de piel. Suspiró profundo al mirar la puerta del consultorio del doctor Serrano, entonces caminó sin prisa hasta el counter. De pronto su respiración se acortó, y un escalofrío le recorrió la piel, el miedo la invadió por completo, la sonrisa se le borró del rostro, se paralizó al observar que frente a ella estaba el hombre que más daño le causó en la vida.  —¡Paloma! —exclamó él con la mirada iluminada, mientras se ponía de pie.  La joven parpadeó, y lo observó a los ojos, disimulando el temor que sentía; notó entonces que ya no era aquel apuesto caballero que conoció años atrás en una fiesta de la universidad, y que la cautivó apenas sus miradas se cruzaron. Iván, era mayor a ella con doce años, pero ahora parecía que el tiempo le había cobrado bien caro sus mentiras. La mirada de Paloma, reflejaba frialdad: eso era lo único que ahora él, le inspiraba. De aquel amor que alguna vez sintió por ese hombre no quedaba nada, entonces la joven respiró profundo y haciendo un esfuerzo porque las piernas le temblaban caminó hacia su escritorio, dejó sobre la mesa los vasos de café y su bolso; inhaló y exhaló, tomando valor para enfrentar al tirano.  —¿Qué quieres Iván? —averiguó, sin dejar de verlo a los ojos. —Vine a recuperarte —declaró él, con la voz enronquecida, entonces su entristecida mirada la recorrió de pies a cabeza. Mientras él se veía demacrado, acabado, envejecido; ella estaba radiante, más bella de lo que la recordaba. Su hermoso cabello n***o le caía en ondas por la espalda, sus preciosos ojos oscuros, lo observaban con desamor, y sus labios... Aquel hombre recordó el sabor de sus besos, el calor de su cuerpo, la sangre se le encendió, respiró profundo para disimular todas las emociones que su aún esposa despertaba en su ser.  —¿Te volviste loco? —cuestionó arrugando el ceño, su voz trataba de sonar natural, necesitaba mantener la calma para no provocar a aquella bestia que tenía a su frente. —Loco me volví cuando me dejaste —gruñó con desespero—, te he buscado día y noche con un solo propósito... Pedirte perdón —suplicó con la voz entrecortada, caminando hacia el sitio en donde su esposa, permanecía de pie.  Paloma se llevó las manos al pecho, lo observó arrugando la frente. Negó con la cabeza, resoplando: le parecía algo insólito, que después de todo el daño que le había causado, se presentara como si nada a pedirle perdón. Con un gesto de su mano detuvo el paso de Iván, no iba a permitir que volviera a acercarse a ella.  **** El doctor Serrano finalizó de revisar la historia clínica de una paciente, a la que tenía que operar en horas de la tarde, observó su reloj, frunciendo el ceño, se le hizo extraño que su asistente, aún no llegara, con su latte, entonces se puso de pie y salió, la observó recargada en la madera de su counter. —Paloma: ¿Qué pasó con mi café? —averiguó con la voz serena que él tenía, sonriendo con aquella expresión tan dulce, muy distinta a la del hombre que estaba de pie, en la sala de espera. —Di... Perdón doctor, me surgió un problema personal —respondió la joven, señalando con sus ojos a Iván. Diego, giró su rostro y observó al hombre, examinándolo con la mirada, se quedó en silencio, por varios segundos, entonces se dirigió a su asistente: —¿El señor es familiar tuyo? —averiguó. —Sí, soy el esposo de Paloma —respondió de inmediato el hombre. La expresión del rostro de Diego, cambió, al observar el semblante lleno de temor de nuevo en Paloma. La miró con preocupación, sintiendo su pecho agitado. Él fue testigo de lo mucho que luchó la joven para superar los traumas que su esposo le había causado. Sabía que todavía su corazón estaba tratando de reconstruirse; pero confiaba en que ahora ya tenía la valentía y la madurez para enfrentarlo. —Paloma puedes utilizar mi consultorio...la primera cita es a las diez de la mañana —indicó con amabilidad Diego, observando a su asistente, en señal de que el momento de enfrentar a Iván había llegado, entonces le brindó una mirada cargada de ternura, para darle ánimo. Paloma exhaló un suspiro, se reflejó en la apacible y tierna mirada de Diego, asintió con la cabeza. —Ven por aquí —indicó a Iván, con profunda seriedad. Fue inevitable que el esposo de la joven, no observara aquella extraña interacción, entre el médico y Paloma. En su corazón el miedo lo inundó por completo, era consciente que ella era una mujer maravillosa, y que cualquiera podía amarla, como se merecía, resopló profundo, antes de ingresar con su aún esposa, al consultorio. Diego se quedó cerca, no podía dejarla sola, a merced de aquel hombre, sin embargo, guardó distancia, por educación. Una vez que Paloma, estuvo en privado con Iván, se dirigió a él: —Eres un cínico —espetó, mirándolo a los ojos—. No tienes vergüenza —declaró, colocando sus puños sobre el escritorio—, después de todo el daño que me causaste vienes como si nada a pedir perdón. —Resopló Paloma—. Me arruinaste la vida, fui a tu lado la mujer más infeliz de la tierra —expuso, acusándolo con su dedo. Iván inclinó la cabeza, avergonzado, mientras trataba de limpiar aquellas lágrimas que brotaron de sus ojos al escucharla, presionó sus labios, sabiendo todo el dolor que le causó. —Sé que no merezco tu perdón —murmuró, sollozando—; sé que me equivoqué, que cometí un error; pero soy un ser humano... ¡No soy perfecto! —exclamó llevándose las manos a la cabeza afligido. —¡Se trataba de la vida de mi hermano! —gruñó desesperado. —Yo era inocente, te casaste conmigo con engaños, me hiciste creer que me amabas y no fue así —reclamó Paloma. —Yo si te adoraba... Aún te amo —afirmó Iván. —¿Amor? —cuestionó ella, bufando—. Cuando se ama de verdad a alguien, no se lastima, no se humilla, no se hiere, no se denigra, como tú, lo hiciste conmigo —declaró la joven con mucho dolor. Ese hombre en el pasado le había quitado hasta las ganas de vivir. —Yo solo quería hacer justicia —volvió a repetir Iván, cubriéndose con las manos al rostro. —Con la persona equivocada... ¡Maldito! —bramó—. Yo era inocente de lo que me acusabas —vociferó Paloma, observándolo, llena de ira, enojo, resentimiento—. Yo creí y confié en tí, dejé todo por irme contigo. —Sollozó— abandoné a mi familia, mis amigos, mis estudios...— lloriqueo Paloma, recordando como aquel hombre le rompió el corazón y, destrozó sus ilusiones. Iván, no encontraba las palabras para decirle y demostrarle su arrepentimiento, entonces utilizó el último recurso que le quedaba. —Quiero conocer a mis hijos, tengo derecho... Soy su padre —aseveró, mirándola a los ojos. Paloma palideció por completo, el día al que tanto temía había llegado, sabía que así ella se negara, la ley le iba a conceder derechos, por ser su legítimo padre. —Yo no quiero que les destroces la vida a mis hijos, tal como lo hiciste conmigo —habló con miedo. Sus pequeños no merecían un hombre así de padre, era en esos momentos cuando la culpa se apoderaba de nuevo de cada por de su ser. Se recriminó durante un largo tiempo, el haber sido tan ingenua y no considerar en aquella ocasión, los consejos de su familia. —Déjame demostrarte que no soy el monstruo que piensas —suplicó Iván, caminando hacia el escritorio, con la mirada llena de tristeza y remordimiento—. He pagado muy caro mi error, sufro como un condenado, porque no tengo a mi lado, sé que te hice mucho daño —confesó, con el rostro desencajado y un dolor muy agudo en su pecho, que le quemaba por dentro—. Hasta el peor criminal merece reivindicarse —expresó en un susurro, sin dejar de llorar. Paloma, jamás lo había visto así, solo conocía su lado cruel, inhumano y no le interesaba saber más de aquel hombre. — ¿Y quién me devuelve a mí todos los sueños e ilusiones que me robaste? —cuestionó la joven sin dejar de verlo, mientras él no tenía el valor de contemplarla a los ojos. —Solo dame una oportunidad —sollozó Iván, destrozado por completo al darse cuenta de que la mirada de Paloma, ya no era la misma de hace años atrás, y que ya no lo observaba con amor, sino con frialdad. Ese gesto se clavó como una daga en lo más profundo del corazón de aquel hombre, que dejó que el odio se apoderara de su ser, cegándolo por completo. —Tendría que estar loca para volver a caer en tus mentiras —afirmó Paloma, colocando sus manos en la cintura, irguiendo su barbilla, con seguridad—. Gracias a tu engaño, aprendí a quererme y valorarme... No volverás a hacerme daño Iván Arellano, ni tú, ni nadie...  

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