Divorcio.
Derek llega en horas de la madrugada ebrio colandose en mi habitación, y por primera vez en años, comparte la cama conmigo. Sé que no está bien, pero lo necesito tanto que me dejo llevar, aunque soy consciente de que será la última vez que estaré en los brazos del único hombre que he amado con toda mi alma.
—Te deseo tanto, Samantha. Desde el día que nos casamos, no he estado con ninguna otra mujer porque ninguna de ellas es como tú. ¿Por qué me mentiste asi? —susurra Derek entre besos y caricias que me derriten, pero sus palabras me hieren. No quiero escuchar más. Esta será nuestra última vez juntos y prefiero ignorar el dolor que sus palabras traen consigo. Tendré tiempo para sanar mi corazón más adelante.
Desprendemos nuestras prendas con una urgencia que solo la desesperación puede provocar, y cada prenda caída al suelo parece un símbolo de lo que estamos perdiendo. Mi cuerpo responde a su toque, recordando cada caricia y beso de tiempos pasados, cuando nos entregábamos el uno al otro con amor y ternura.
—Te amaré por siempre, Derek. No recordarás esto mañana, pero siempre serás el hombre que ha sido mi mundo, todo lo que me importa —le confieso con el corazón en la mano, mis lágrimas deslizándose por mis mejillas.
Mientras nuestros cuerpos se encuentran en una sincronía dolorosa y perfecta, me dejo llevar por la pasión que aún queda entre nosotros, a pesar del dolor que me atraviesa. Derek parece estar tan inmerso en el acto como yo, sin responder a mis palabras, como si estuviéramos simplemente tratando de cerrar el capítulo de nuestro matrimonio arruinado.
Nos acercamos al clímax, y un último beso se posa sobre sus labios. Mis lágrimas se deslizan sin control, mezclándose con la intensidad del momento. La sensación de culminación es agridulce, un contraste entre la plenitud física y el vacío emocional que me consume.
—También te amo, Samy, pero no puedo. Lo siento —dice Derek con una mezcla de pesar y resignación. Y mientras ambos llegamos al final de nuestro ultimo encuentro intimo como pareja, sus palabras resuenan en mi mente como un eco doloroso, marcando el fin de una etapa que nunca esperé que terminara de esta manera.
La habitación se llena de un silencio abrumador una vez que todo ha terminado, y me siento sola en una cama que ahora parece demasiado grande. Las lágrimas continúan fluyendo, un reflejo de la tristeza y la desesperanza que inunda mi corazón. Aunque estoy en sus brazos, el calor de su cuerpo es efímero, y el abrazo que alguna vez me ofreció seguridad ahora solo me deja con un vacío inmenso.
El momento de despedida se siente como una última traición, una despedida en la que lo único que queda es la tristeza de un amor que no pudo contra su madre y sus malditos engaños e intervenciones. Con cada latido, el dolor se hace más profundo, pero también lo hace la aceptación de que este es el final inevitable.
—Me ire por la tarde, Derek. pero antes te dare la libertad que siempre quisiste, ya tengo los papeles de divorcio listos. Te amo, Derek, pero creo que merzco mas que odios de parte de tu familia y tus rechazos. Dices que me amas pero no me das una oportunidad, en tres años nunca me las diste.
—No podia elegirte, lo perderia todo si lo hago, mi amor. Es lo mejor para los dos. — Su voz suena mas clara ahora, como si tuviera control de sus actos, pero cuando pense que se iria, me abraza por la espalda y deja un beso en mi hombro.
Su respiracion tranquila me dice que ya se ha dormido. No he podido pegar un ojo desde que Derek llegó, anhelando disfrutar de estos momentos de cercanía antes de que despierte y me arrebate la tranquilidad con sus gritos tras una borrachera. Sin embargo, le doy un último beso en los labios, le susurro cuánto lo amo y acomodo con ternura su cabello rubio antes de salir en silencio de la alcoba para no despertarlo.
Me dirijo al cuarto de invitados cuando amanece y me doy una ducha larga, intentando lavar la tristeza que se ha acumulado en mi corazón. Son las siete de la mañana cuando llamo a Thomas Davis, mi abogado desde la muerte de mi padre. Le pido que venga para que me represente en el proceso de divorcio. Solo es cuestión de horas para poner fin a este matrimonio al que me aferre con uñas y dientes, perdiendo tres años de mi vida con alguien que ha demostrado día tras día que no le importo en lo más mínimo y que nunca me puso por delante de todo.
Mientras Derek sigue durmiendo, empaco algunas pertenencias de valor sentimental para mi y las bajo, preparándome para marcharme en cuanto llegue el momento.
A las once de la mañana, Thomas llega con lo que le pedi y lo invito al comedor para tomar una taza de café mientras espero a que Derek se despierte y baje a desayunar.
—Buenos días, señora Moore —saludo cuando nos sentamos en la mesa del comedor. Mientras tomamos un café, charlamos sobre cómo han prosperado mis empresas desde que asumí la gestión, y le explico por qué decidí mantener en secreto mi verdadera identidad desde el principio.
—Quería que me quisieran por lo que soy, y no por lo que tengo. Si les hubiera contado quién soy desde el principio, solo habrían mostrado su falsedad. Derek es muy influenciable por sus padres, y temía que solo me vieran como una fuente de riquezas para su propio beneficio. Mi plan era esperar a que pasara la luna de miel para irnos juntos y vivir lejos de todos ellos, donde pudiéramos empezar una vida sin sus manipulaciones.
Continuamos nuestra charla amenamente, pero, como no es sorpresa, mi suegra entra por la puerta principal con una sonrisa en el rostro y su abogada caminando detrás de ella. La señora Johnson, parece estar en control absoluto, como si fuera la dueña de la casa y del destino de todos nosotros. Su presencia y la de su abogada son una carga más en un día ya suficientemente pesado.
—Se te acabaron tus tres años viviendo del dinero de mi hijo, perra interesada.—Esperaba su comentario cargado de veneno.— ¿Dónde está Derek?
Asiento, reconociendo que finalmente me liberaré de su presencia, y veo cómo Thomas alza una ceja ante el desprecio en las palabras de la mujer.
—Arriba, durmiendo en mi habitación. Llegó ebrio anoche, y me vi obligada a refugiarme en la habitación de huéspedes.— Miento a medias.
—Al menos tuviste la decencia de dejarlo descansar lejos de tus tentáculos interesados —responde con una mueca de asco y odio que, para mí, es una expresión cotidiana desde el momento en que me casé con su adorado hijo.
Sube la escalera con paso firme, dirigiéndose hacia su hijo, mientras la mujer que reconozco como la abogada de los Johnson permanece de pie, claramente incómoda con la situación. Le ofrezco asiento y una taza de café.
Ella es joven, atractiva, con un aire de profesionalismo que parece apenas ocultar su incomodidad. Se sienta y comienza a sacar documentos de su elegante maletín de cuero.
—No sé si me recuerdas —dice con una voz suave pero segura—, pero fui quien redactó las capitulaciones previas a tu boda, a pedido de la familia Johnson.— Desliza una carpeta sobre la mesa y comienza a extraer los documentos que también tengo en mi poder, cortesía de mi abogado. Thomas, en silencio, examina los papeles con la seriedad que exige el momento. —De acuerdo a lo pactado, te corresponde parte de la fortuna Johnson y… —Continúa, su voz firme a pesar del entorno tenso pero levanto mi mano para que no continúe con lo que ya tengo claro.
—No quiero nada que provenga de esta familia —declaro con determinación—. Hablaremos cuando Derek baje y firme mis documentos; los tuyos no me interesan en absoluto.
La expresión de la abogada de los Johnson se endurece, pero asiente y se reclina en la silla, tratando de ocultar su incomodidad y descontento. Los minutos pasan lentamente, alargando la tensión en la sala mientras los abogados intercambian miradas de incomodidad.
Finalmente, después de casi una hora de espera, Derek baja las escaleras. Se ve claramente afectado por la resaca, su rostro cansado y su andar perezoso. A su lado, su madre, con una sonrisa estirada que no se ajusta en absoluto al ambiente sombrío, parece disfrutar del espectáculo. Sus labios, meticulosamente pintados, se curvan en una mueca que solo acentúa la maldad de su presencia.
—Bien. No sé quién sea este —dice la abogada de los Johnson, señalando a Thomas con desdén—, pero nuestra abogada y yo tenemos los documentos listos para el divorcio. ¡Haremos una gran fiesta después de esto, maldita! Te llevarás varios millones, pero que dejes a mi hijo en paz vale cada maldito centavo.
Thomas, con su expresión profesional e inalterable, toma la palabra. Su voz es firme, pero cargada de una fría determinación que contrasta con el tono agudo de la mujer.
—Soy Thomas Davis, el abogado de Samantha. Me encargaré de asegurar que todo esté en orden, según lo estipulado en el acuerdo de separación. —Se vuelve hacia Derek—. Derek, aquí están los documentos que necesitas firmar para formalizar el divorcio.
Derek no responde, su mirada perdida en el vacío mientras se sienta a la mesa. Thomas coloca los papeles frente a él, y con un gesto calculado, se asegura de que todo esté en su lugar. La abogada, a pesar de su actitud hostil, parece contenerse ante la profesionalidad de Thomas.
Mientras escucho a la abogada leer los documentos, me esfuerzo por mantener la compostura. La tristeza se mezcla con una sensación de alivio al ver a Derek firmar, y aunque me duele profundamente, trato de no dejar que mi emoción se desborde.
Cuando finalmente es mi turno, tomo el bolígrafo con manos temblorosas. Mi corazón está roto, pero mi determinación es firme. En un impulso de rechazo, rasgo los papeles en pedazos frente a ellos. Mi suegra se queda estupefacta y la abogada parpadea sorprendida, mientras yo declaro:
—Que se meta sus diez millones por donde más le guste. No necesito nada de esta familia pretenciosa y sin modales. Si mi padre la hubiera conocido antes de morir, estoy segura de que me habría desheredado por terminar en una familia de linaje tan bajo y poco distinguido como el de usted.