Cap 1
Capítulo 1
Testamento
Me escapé de la vida que llevaba, persiguiendo el sueño de ser libre y encontrar la felicidad a mi manera. Sin embargo, esta madrugada, la llamada del hospital interrumpió mi nueva vida con la noticia de la muerte de mi padre, de quien no sabía nada desde hacía más de tres años.
Él nunca fue bueno conmigo ni con mi madre. Su crueldad y desprecio llevaron a mi madre a la depresión y, finalmente, al suicidio, dejándome a merced de un hombre que me consideraba un estorbo simplemente por haber nacido mujer.
Soy la única hija de Robert Moore, y como tal, se espera que me haga cargo del cuerpo de mi padre y de todos los trámites funerarios. Pero eso no es todo. Mientras me preparaba para salir de la cama, recibí una llamada del abogado de mi padre con la orden de presentarme en el aeropuerto en menos de una hora, pues enviarían a alguien por mí. A los dieciocho años, escapé de casa sin usar r************* , cambié mi apellido al de mi madre, cursé la universidad y trabajé para pagar mi propia renta, todo para no aparecer en el radar de mi padre. Ahora resulta que fue en vano, ya que tenían mi número de teléfono y sabían dónde encontrarme. Ahora me veo obligada a hacer algo que nunca quise: sepultar al último m*****o de mi familia.
Resignada y con cierto sentimiento de culpa en mi corazón, me preparé para abandonar la ciudad y cumplir con mi obligación de hija para despedir a mi padre.
Tal y como dijo el abogado, me esperaron en el aeropuerto, en un avión privado con azafata y un hombre corpulento que me ayudó a subir, pero que no me dirigió la palabra. Cuatro años huyendo para que, finalmente, el destino me alcanzara y me arrastrara a la ciudad que solo me ha dado sufrimiento.
Dos horas después, descendí del avión y reconocí al abogado de mi padre junto al auto que estaba a unos metros y me dirigí a él, tendiéndole mi mano a modo de saludo.
—Señorita Moore, lamento verla en estas circunstancias. —Sí, claro. La llevaré a su casa, y una vez allí, tendremos una conversación que no podemos dejar para después.
Apenas amanecía y necesitaba un café antes de ocuparme de todos los trámites que me retenían en esa maldita ciudad para volver a la normalidad de mi vida.
—¿Qué es tan importante que no puede esperar? —pregunté al hombre que había trabajado para mi padre desde que tengo memoria.
El abogado me abrió la puerta del vehículo y entró después de mí, manteniéndose en silencio. El auto arrancó y nos movimos por la ciudad hasta llegar al lugar que un día llamé hogar. Entré al despacho de Robert y me senté en su sillón de cuero.
Todo lucía exactamente igual.
—Espéreme un momento, por favor. Le traerán una bebida caliente en un momento. —Se fue y me dejó sola.
No debería perder tiempo aquí; debería estar en camino al hospital para terminar con todo esto de una vez por todas. Pero no, aquí estoy, esperando al abogado que se fue no sé a dónde, sintiéndome como una intrusa en este lugar.
Volvió después de un momento con un maletín y se sentó frente a mí, sacando un documento.
—Le voy a pedir que sea breve y deje de quitarme tiempo. ¿Qué es lo que quiere decirme?
Ahora recordaba por qué mi padre y este hombre se llevaban tan bien. La seriedad en su rostro y la mínima pizca de empatía del abogado se asemejaban a las de mi padre.
—Bien, como abogado de su padre y albacea, tengo que leerle el testamento del señor Robert Moore para dar por finalizado mi trabajo, y así usted puede ocuparse de sus tareas.
Primero me explicó todo lo que debía saber respecto a la enfermedad y muerte de mi padre, y luego comenzó con la lectura del testamento. Me pidió que firmara y, una vez finalizadas las firmas requeridas, me tendió su mano y se marchó.
Me puse de pie frotándome las sienes, y dos golpes suaves en la puerta me recordaron que en esa casa había empleados que se quedarían sin trabajo.
—Adelante —dije, y Matilde, la mujer que se había hecho cargo de esa casa desde que era una niña, ingresó con una bandeja con café y lágrimas en los ojos. ¿Lloraba porque se había quedado sin empleo o por mi padre? Como sea, no iba a preguntar.
Dejó la taza delante de mí y se quedó inmóvil, mirándome como si yo fuera algún tipo de fantasma o algo así. Parecía que quería decir algo; veía la duda en ella.
—Siéntate, Matilde. Parece que te vas a desmayar. —No solo parecía que se iba a desmayar, estaba sorprendida.
—Estoy bien de pie, señorita Samantha. ¿Necesita algo más?
—Sí, que te sientes —señalé el asiento frente a mí— porque tenemos que hablar.
Matilde obedeció y con las manos tomó el borde del delantal, que estrujaba nerviosamente. Su mirada no estaba en mí, solo miraba sus manos, esperando a que le dijera lo que ya sabía.
—¿Por cuánto tiempo trabajaste en esta casa al servicio de mi padre?
Me indignaba saber que trabajó allí por más de veinticinco años y que mi padre no la haya contratado formalmente. Estar allí solo me daría dolores de cabeza.
Después de prometerles una buena indemnización a ella y a los demás sirvientes en la misma situación que Matilde, abordé el auto que me trajo a casa para dirigirme al hospital.
Solo me tomó una hora hacer los arreglos para el funeral, firmar los documentos del hospital y reconocer el cuerpo de mi padre, que apenas observé. En pocas horas, hice un cambio de ropa, llegué al cementerio y me despedí de una vez y para siempre de mi padre.
Desde mi hogar en Texas, asumiré mis responsabilidades. No pienso cambiar mi estilo de vida ni quiero que se sepa quién soy, especialmente porque la familia de mi novio es complicada. Llevo una vida bastante buena en Austin y lo que dejé atrás quiero que permanezca allí, sin interferir en mi vida actual. Soy Samantha Williams, la mejor repostera de la región y dueña de mi destino.