Cap 3

1247 Words
—Tú no te ves nada mal tampoco. Ya quiero ver a mi amiga en un vestido más hermoso que el mío. ¡Qué demonios esperas para proponérselo! —se sorprende por mi queja con una sonrisa, mientras se rasca el cuello, nervioso ante la mención de la palabra “boda”. —Ya deja de darle tantas vueltas, o convenceré a mi amiga de que te demande por hacerle perder cinco años de su tiempo. Emily se ríe ante mi broma a Eliot, y él parece a punto de desmayarse con la amenaza juguetona. Son tan adorables juntos que paso por alto el hecho de que Eliot todavía no ha dado ese gran paso. —Hablaremos de mi boda con Emily después de que tú te cases con Derek. Y si sobrevives al primer aniversario, le haré la mejor propuesta del mundo, haciendo que la de mi mejor amigo parezca ridícula en comparación —le guiña un ojo a Emily, que se entusiasma con las palabras del hombre que ama. —Ahora tenemos que bajar, porque siento que Derek se va a morir de nervios si te demoras un minuto más. Asiento feliz, apartando de mi mente todo lo que me mortifica, y abandono la habitación con una sonrisa, descendiendo las escaleras junto a mis padrinos. El sonido de mis tacones resonando en el mármol se mezcla con el suave murmullo de los invitados que esperan abajo. La familia Johnson es la más acaudalada de la región; son dueños de prácticamente todo, y esa riqueza les ha conferido una arrogancia desmedida, casi palpable en el aire. Eliot, siempre tan atento, se ofreció a llevarme al altar y ocupar el puesto junto a Derek después, ya que no tengo familia. Es un gesto noble que me conmueve, aunque sé que no tiene el mismo significado para los Johnson. Mientras camino por el único pasillo que se ha dispuesto para esta boda, no puedo evitar notar las miradas que recibo de los invitados de alta alcurnia. Mujeres elegantemente vestidas con trajes de diseñador y joyas que brillan con un resplandor opulento, hombres con trajes hechos a medida, todos ellos luciendo una expresión de superioridad, como si mi presencia fuera una mancha en la perfección de este evento. Susurros y miradas de reojo me rodean, juzgándome, midiendo mi valor en términos de riqueza y linaje, algo que siempre he tenido y he tenido hasta ahora lo he sabido esconder . Algunos de ellos, con sonrisas forzadas, apenas ocultan su desdén. Pero yo los ignoro. Mi mirada permanece fija al frente, donde Derek me espera, su sonrisa cálida y sincera siendo todo lo que necesito para borrar cualquier duda o temor. Él es el hombre que a partir de hoy será mi compañero para el resto de mi vida, y ese pensamiento me llena de una felicidad que eclipsa cualquier cosa que pueda ocurrir a mi alrededor. —Te ves más hermosa que un ángel, mi amor —dice Derek cuando finalmente llego a su lado, su sonrisa ampliándose mientras toma mi mano. Sonreímos juntos durante toda la ceremonia, intercambiamos votos y nos besamos delante de todos, sellando nuestra unión de una manera que se siente casi mágica. Sí, soy la mujer más feliz del mundo, y quiero que eso se note. No me importa que no me quieran aquí, ni ser una huérfana sin familia en el día más importante de mi vida. Solo disfruto del hombre que no suelta mis labios y de las pocas personas que aplauden con genuina alegría por nosotros. —Te amo —susurro, sintiendo cómo el amor fluye entre nosotros. —Yo más —me responde Derek, apretando mi mano cuando el sacerdote nos indica que podemos irnos a celebrar. Como mencioné antes, la boda es bastante íntima. Nos movemos al jardín decorado con velas y flores blancas en todos los rincones, un escenario que parece sacado de un cuento de hadas. Derek decide que solo nosotros dos nos sentaremos en la mesa principal, evitando así cualquier incomodidad para mí. Aunque no lo diga, sé que lo hace para que no me sienta mal por no tener una sola figura familiar a mi lado, y por eso lo amo aún más. A pesar de todo, me siento feliz y completa con él. Derek ha sido mi roca, mi apoyo incondicional desde que nos conocimos hace seis años. Mientras brindamos y compartimos la cena, la alegría de estar finalmente casados nos envuelve. Nuestros amigos en común y los pocos familiares que nos muestran apoyo se acercan para felicitarnos y brindar por nuestra felicidad. Entre risas y anécdotas compartidas, siento la calidez y el amor que nos rodea. Agradezco a Emilie y Eliot, nuestros padrinos de boda, por estar a nuestro lado y hacer este día aún más especial. La música suave y las risas llenan el aire mientras disfrutamos de la compañía de nuestros seres queridos. La noche avanza con bailes y momentos de complicidad entre Derek y yo, sellando así el inicio de nuestro camino juntos como pareja. Cada mirada, cada gesto, refleja la promesa de un futuro lleno de amor y complicidad. La fiesta termina y los invitados se retiran a sus hogares. Me quito los zapatos que me están matando y, antes de entrar a la casa, Derek me alza en brazos y entra conmigo, sacándome risas cuando me llena la cara de besos hasta que entramos a la alcoba que ocuparemos solo por hoy. Nos besamos una vez cerrada la puerta, pero somos interrumpidos por Margaret, mi suegra, que entra sin permiso y me abofetea, desconcertándome. No entiendo qué le pasa ni por qué me golpea con tanta fuerza. —¡Te volviste loca, mamá! ¿Qué demonios te pasa? —Derek me deja detrás de su espalda para protegerme de su madre, que parece fuera de sí. El ardor en mi mejilla se intensifica y las lágrimas comienzan a brotar, fruto del dolor y la humillación de haber sido golpeada por primera vez en mi vida. Mi corazón late desbocado, ahogado por la angustia y la confusión. —No puedes entrar así a mi habitación y golpear a mi esposa. ¡Discúlpate! —Le exige a su madre, su voz cargada de furia y desesperación. Pero Margaret, lejos de ceder, se abalanza hacia mí una vez más, sus ojos ardiendo con un odio visceral. ¿A qué familia he venido a parar? —Tu esposa no es más que una zorra aprovechada que se casó contigo solo por nuestra fortuna. —Su voz rezuma veneno, y su mirada me atraviesa con desprecio. —Acabo de escuchar de su propia boca lo que es un hecho indiscutible, y lo peor de todo es que no puedes divorciarte de aquí a tres años o la mitad de todo lo nuestro le pertenecerá a esta cualquiera. Las palabras se enredan en mi mente. No entiendo nada. ¿Qué está diciendo? Yo nunca he mencionado nada de lo que esta mujer afirma. Derek, aún tratando de sacarla de la habitación, lucha contra su propio desconcierto, mientras Margaret señala con un dedo acusador algo que no había notado antes: unas pequeñas cámaras discretamente instaladas en las esquinas de la habitación. Mi cuerpo se congela. ¿Qué es lo que he dicho que pudo haber desatado semejante ira en esta mujer? ¿Qué ha escuchado para que se atreva a destrozar el único día en que debería sentirme la mujer más feliz del mundo?
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