«Casi como si yaciera en su tumba». La idea la asaltó de súbito y la hizo lanzar un gemido. Sólo ella sabía lo que significaría perderlo, pues él era todo lo que tenía en el mundo. Subió rápidamente la escalera y abrió en silencio la puerta del cuarto. Su padre estaba acostado en un diván que hacía las veces de cama, rodeado de almohadas que lo ayudaban a recuperar el aliento durante sus accesos de tos. Desde la ventana se veía la ciudad y a lo lejos el Bósforo y, más atrás, las verdes montañas. Como creyó que dormía, depositó sigilosamente la jarra en la mesita junto a la cama. «No lo despertaré», pensó, «Hamid tiene razón, el sueño es la mejor medicina, y tal vez se le baje la fiebre». Se quedó parada junto a la cama observando su recta nariz, las pobladas cejas y la amplia frente d