La rutina del día a día me envuelve, una sucesión interminable de compromisos y deberes reales que debo cumplir como reina. Durante esas horas, puedo sumergirme en mi papel, sonreír para las cámaras y llevar a cabo las tareas que se esperan de mí. En esos momentos, puedo olvidar por un instante la infelicidad que me consume. Pero cuando la noche cae y regreso a mi habitación, la realidad vuelve a golpearme con fuerza. Me encuentro sola frente al espejo, despojándome del maquillaje que oculta los moretones que Carlos dejó en mi piel. Cada moretón es un recordatorio cruel de mi fracaso como esposa, de mi incapacidad para quedarme embarazada y darle el heredero que tanto está deseando. Las lágrimas brotan de mis ojos mientras observo mi reflejo en el espejo, odiándome a mí misma por no se