El rey abusador

2243 Words
Mis pasos resuenan en el suelo de mármol del palacio mientras me acerco a mi tía, con determinación en mis ojos y un nudo en la garganta. Ha pasado tanto tiempo desde que estuve frente a ella, pero su presencia sigue siendo tan intimidante como siempre. —Tía Sorine —digo, mi voz apenas un susurro en la vasta sala—. ¿Por qué me quieres casar con el rey de Inglaterra cuando ni siquiera lo conozco? Yo...yo no quiero casarme. Mi tía me mira con desdén, sus ojos fríos y calculadores mientras me responde con una voz que hiela la sangre en mis venas. —Amelia, querida, tú no entiendes. Esta no es una cuestión de querer o no querer. Es una cuestión de necesidad. Dinamarca necesita una alianza con Inglaterra, y tu matrimonio con el rey Carlos Arturo es la única manera de asegurarla. Sus palabras me golpean como un puñetazo en el estómago, la cruda realidad de su desprecio por mí y por mi felicidad tan clara como el día. Para ella, soy solo un peón en su juego de poder, un simple instrumento para lograr sus propios fines. —Pero tía, ¿no te importa mi felicidad? —pregunto, mi voz temblando con la emoción contenida—. ¿No te importa el hecho de que me estás obligando a casarme con un hombre al que no conozco? Ella ríe con desdén, como si mi sufrimiento fuera algo insignificante, una mera distracción en su búsqueda de poder y prestigio. —Amelia, querida —dice, condescendiente—, la felicidad es un lujo que no podemos permitirnos en la realeza. La familia siempre viene primero, y tú eres parte de ella. Es tu deber hacer lo que se te pide, sin importar tus propios sentimientos. La frialdad de sus palabras me golpea como una bofetada, la realidad de mi situación cayendo sobre mí como una losa. En los ojos de mi tía, no soy más que un peón en su juego de poder, una pieza que puede ser sacrificada en aras de sus propios intereses. Con el corazón lleno de tristeza y decepción, me doy cuenta de que mi tía nunca me verá como algo más que un medio para un fin. Y aunque me duela admitirlo, sé que debo aceptar mi destino y enfrentarlo con valentía, sin importar las consecuencias. Las palabras de mi tía resuenan en mi mente, mientras siento cómo la tristeza se apodera de mi corazón. Sé que no hay más opción que aceptar este matrimonio forzado, y aceptar que mi destino ha sido sellado por las decisiones de otros. Con un suspiro resignado, me digo a mí misma que debo aceptar mi destino. Ir a Inglaterra, aunque sea contra mi voluntad, será la única manera de escapar del control tiránico de mi tía y tener la oportunidad de una vida digna. Pero incluso en medio de mi tristeza y desesperación, una chispa de determinación arde dentro de mí. Aunque mi matrimonio pueda ser una prisión de oro, sé que no renunciaré a mi libertad ni a mi dignidad. Haré lo que sea necesario para mantener mi integridad intacta, incluso si eso significa sacrificar mi propia felicidad en el proceso. Con ese pensamiento en mente, levanto la cabeza con resolución, preparada para enfrentar lo que sea que el futuro me depare, porque, aunque pueda ser forzada a casarme con un hombre al que no amo, nunca permitiré que mi espíritu sea quebrantado ni mi determinación debilitada. —Lo entiendo, tía —me tiembla el labio y siento ganas de llorar, pero no le demuestro esa debilidad a ella. No. Debo...debo demostrar valentía. Esa será la mejor manera de combatir a mi tía —. ¿Cuándo parto hacia Inglaterra? La sonrisa triunfante de mi tía se amplía, como la del Gato Risón, sus ojos brillando con satisfacción mientras me mira con la más pura maldad. —Esa es mi buena sobrina —dice con una voz que me hace querer gritar de frustración—. Antes de que partas hacia Inglaterra, necesitarás algunas lecciones de etiqueta y protocolo real, así como un curso intensivo de inglés. Quiero que estés debidamente preparada para tu papel como reina de Inglaterra. Se me hace un nudo en el estómago, la realidad de mi nueva posición como reina de Inglaterra resonando en mi mente como un eco distante. De ser una duquesa pobre a una reina, el cambio es abrumador, difícil de procesar en tan poco tiempo. Con un suspiro resignado, asiento con la cabeza, tratando de ocultar mi temor y ansiedad tras una máscara de serenidad. Sé que el camino que me espera será difícil y lleno de desafíos, pero estoy decidida a enfrentarlo con coraje y determinación. ****** Seis meses. Eso es lo que he durado formándome para ser la nueva reina de Inglaterra. Fui enviada al palacio de Charlottenlund para recibir mis clases, lejos del bullicio del palacio real y sin permiso de salir. Me siento como si estuviera enclaustrada en una jaula de oro, rodeada de lujo y opulencia, pero privada de mi libertad y mi autonomía. Me sentía más libre cuando estaba en el convento. Ni siquiera he podido ver a mi primo Alfred durante todo este tiempo, y aunque sé que debería estar acostumbrada a la separación, su ausencia me pesa más de lo que puedo soportar. Es como si mi tía estuviera deliberadamente evitando que nos veamos, por razones que desconozco. Mis días transcurren en una monotonía interminable, llenos de clases y entrenamientos interminables que me dejan exhausta y desanimada. Aunque trato de mantener mi ánimo alto y mi espíritu fuerte, la soledad y el aislamiento comienzan a pesar sobre mí como una losa, amenazando con aplastar mi espíritu y mi determinación. Ni siquiera tengo acceso al internet. No es que lo sepa usar, de todas formas. Quería buscar más información sobre mi futuro esposo, ya que no sé absolutamente nada sobre él, sino lo que me han dicho las mucamas de este palacio. —Eres virgen, ¿verdad? —me pregunta Annelise, la mucama con la que logré forjar una sólida amistad durante estos meses. Estamos en el cuarto de lavandería. Por muy duquesa que yo sea, me gusta colaborar con los quehaceres diarios —. Disculpa si mi pregunta es indecente, pero el rey Carlos es un poco...tradicionalista. —Sí, por supuesto que lo soy —respondo —. Viviendo en un convento, no es que se pueda hacer algo de índole s*xual. No al menos con un hombre. Annelise se sonroja, entendiendo a lo que me estoy refiriendo. Allí, en ese lugar de reclusión y oración, solían ocurrir cosas..., cosas que rara vez se mencionaban en voz alta, pero que estaban presentes en los susurros y miradas furtivas de las monjas. En un lugar donde solo hay mujeres, con necesidades y deseos apenas normales en los humanos, era inevitable que ocurrieran cosas. La soledad y el aislamiento, combinados con el fervor religioso y la represión de la carne, creaban un caldo de cultivo para la pasión y el deseo reprimido. Recuerdo las miradas furtivas y los roces accidentales, los susurros y gemidos en la oscuridad, y los secretos compartidos en la intimidad de la noche. Aunque tales actividades estaban estrictamente prohibidas por las reglas del convento, era imposible contener la fuerza del deseo humano, especialmente cuando estábamos confinadas y reprimidas. Aunque yo nunca participé en tales actividades, no pude evitar ser testigo de ellas, una observadora silenciosa en un mundo de secretos y tabúes, y aunque en ese momento me horrorizaban, ahora me doy cuenta de que eran solo manifestaciones de la humanidad en su forma más cruda y vulnerable, una búsqueda de conexión y consuelo en medio de la soledad y el aislamiento. Ahora, mientras paso mis días en el opulento palacio de Charlottenlund, esos recuerdos del convento me persiguen como sombras en la noche, recordándome que incluso en los lugares más santos y sagrados, la humanidad sigue siendo imperfecta y vulnerable. Mientras reflexiono sobre mi tiempo en el convento, un recuerdo se cuela en mi mente, tan íntimo y personal que apenas me atrevo a reconocerlo. Durante aquellos días de soledad y aislamiento, en los rincones más oscuros y privados de mi celda, descubrí algo que cambiaría mi percepción del mundo para siempre. No necesité ver un video para adultos para entender lo que era el sexo. Mi propio cuerpo fue mi maestro, enseñándome los secretos del placer y la intimidad en la tranquilidad de la noche. Entre las almohadas y las sábanas, entre el sudor y los jadeos, me entregué a mí misma, explorando cada rincón de mi ser con curiosidad y deseo. Fue un descubrimiento revelador, una epifanía de placer y autodescubrimiento que me dejó sin aliento. Aunque en un principio me sentí culpable y avergonzada por mis propios deseos, con el tiempo aprendí a aceptarlos como parte de mí misma, una expresión natural de mi humanidad y mi feminidad. Esos momentos de intimidad y autoexploración fueron mi refugio en medio de la oscuridad y la soledad del convento. En ellos encontré consuelo, una conexión profunda con mi propio cuerpo y mi propia mente que me ayudó a sobrellevar los desafíos y dificultades que enfrenté. —¿Qué más sabes sobre el rey Carlos? —le pregunto, para ahondar más en el tema del sexo. Annelise aprieta los labios, reacia a responder. Durante los largos meses que he pasado en este palacio, he intentado desesperadamente obtener información sobre él, pero todos parecen guardar un silencio obstinado sobre su persona. Sin embargo, algo en la expresión de la mucama me dice que hay más en la historia de lo que está dispuesta a admitir. Con un suspiro de resignación, decido presionar un poco más, esperando que la verdad finalmente salga a la luz. —Por favor, te lo ruego —le digo, mi voz suplicante—. Necesito saber sobre el que será mi esposo, cómo es realmente. ¿Por qué todos guardan silencio sobre él? Annelise parece luchar consigo misma por un momento, sus ojos llenos de indecisión, hasta que, finalmente, cede ante mi persistencia, una mirada de determinación cruzando su rostro. —Muy bien, señorita —dice, su voz temblorosa con la emoción contenida—. Es hora de que sepa la verdad sobre el rey Carlos. Con un suspiro profundo, la mucama comienza a hablar, sus palabras llenas de amargura, como si estuviera hablando sobre su peor enemigo. —El rey Carlos siempre ha sido un mujeriego —confiesa, su voz llena de desdén—. Antes de la muerte de la reina Victoria, era el príncipe más problemático de todos, siempre envuelto en escándalos y controversias. Nunca ha tomado sus responsabilidades en serio, siempre más interesado en satisfacer sus propios deseos que en gobernar con sabiduría y compasión. Bueno, eso no puede ser tan grave, ¿o sí? De seguro que casi todos los príncipes son así, pero una vez que llegan al trono, maduran y se toman con seriedad su cargo. —Y eso no es todo...—continúa Annelise —, él tiene serias acusaciones por parte de sus exnovias, pero la reina Victoria, que en paz descanse, siempre insistió ante la prensa que no eran más sino campañas de desprestigio hacia la monarquía. —¿Y sobre qué eran esas acusaciones? —pregunto, esperando que no sea lo que estoy pensando. Annelise mira hacia otro lado, no siendo capaz de hacer contacto visual conmigo al darme la respuesta: —Violencia física y s*xual. Un escalofrío recorre mi espina dorsal. Abusador. La palabra resuena en mis oídos como un eco ominoso, llenándome de miedo y ansiedad. ¿Cómo es que voy a ser esposa un hombre acusado de tal atrocidad? El pánico amenaza con apoderarse de mí, haciéndome tambalear en mi decisión de casarme con él —si es que a lo mío se le puede llamar decisión—, pero sé que ya no hay vuelta atrás. Mi destino ha sido sellado y no puedo permitirme echarme hacia atrás ahora, no importando cuán aterradora sea la verdad sobre el hombre al que estoy destinada a casarme. Y justo cuando estoy tratando de calmar mis temores y reunir mi valentía, un informante del palacio real ingresa en la habitación, interrumpiendo mis pensamientos tumultuosos. Su presencia es una advertencia silenciosa de que mi tiempo aquí ha llegado a su fin, que el momento de mi partida hacia Inglaterra está cerca. —Duquesa—dice, su voz impregnada de urgencia—. Mañana viajará a primera hora hacia Inglaterra para su boda con el rey Carlos. Oh, cielos... Mañana partiré hacia un país extranjero para casarme con un hombre que apenas conozco, un hombre acusado de abusar de sus exnovias. Aunque el miedo y la incertidumbre amenazan con abrumarme, sé que debo enfrentar mi destino con coraje y determinación, porque, aunque pueda temer lo que me espera en Inglaterra, también sé que no puede ser peor que seguir encerrada en un convento. Con un suspiro resignado, asiento con la cabeza, aceptando mi destino con valentía y determinación. Mañana, partiré hacia Inglaterra para enfrentar mi futuro con la cabeza en alto y el corazón lleno de esperanza, porque, aunque el camino que me espera pueda ser oscuro y lleno de peligros, sé que estoy lista para enfrentarlo con la fuerza y el coraje que siempre han sido mi guía en la vida.
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