Mientras la camioneta blindada se dirige al Palacio de Buckingham escoltada por cinco camionetas más y motocicletas policiales, siento cómo el corazón me late con fuerza en el pecho mientras observo la multitud que se ha congregado en las calles para recibirme. La emoción y los nervios se mezclan en mi interior, creando una tormenta de emociones que amenaza con abrumarme.
Sarah, la chica inglesa que fue asignada como mi asistente personal y asesora, me ofrece una sonrisa tranquilizadora.
—El pueblo está muy emocionado porque tendremos una nueva reina —explica Sarah el porqué del furor de la gente —. Y bueno, secretamente, muchos están celebrando el hecho de que el rey Carlos vaya a salir al fin de la lista de los solteros más codiciados de Europa.
Querrá decir en realidad “la lista de los menos codiciados”. Solo me han bastado un par de horas en suelo inglés para enterarme de que el antaño príncipe rebelde estaba soltero por su mala fama, y aunque sus padres lo habían querido casar desde hace rato, desde mucho antes de la muerte de la reina Victoria, ninguna mujer noble ni plebeya quiso cargar con esa cruz.
Porque eso es lo que representa Carlos. El calvario.
Respiro profundamente, tratando de calmar mis nervios mientras me preparo para conocer al que será mi esposo dentro de unos pocos días. Esbozo una leve sonrisa, sabiendo que las cámaras me están enfocando, tratando de ocultar mi ansiedad detrás de una máscara de confianza y gracia.
Cuando la camioneta finalmente se detiene frente al palacio y la puerta se abre, siento un escalofrío recorrer mi espalda mientras me preparo para dar el primer paso hacia mi nuevo destino. Salgo de la camioneta y me encuentro con que ha venido a recibirme el mismísimo rey, Charles Arthur Spencer.
Mi corazón da un vuelco mientras lo observo con cautela, impresionada por su imponente presencia y su aura de autoridad. Es un hombre increíblemente atractivo, con cabello rubio como el sol, ojos azules como el cielo y una estatura que lo hace destacar entre todos los demás hombres.
Me recibe con una sonrisa gentil y un gesto de cortesía, y siento un nudo en mi garganta mientras me esfuerzo por encontrar las palabras adecuadas para hablarle.
—Mi apreciada duquesa —me saluda con un beso en la mano —. Debo admitir que se ve más hermosa en persona que en las fotos.
Fotos...
No hay fotos mías durante mi época en el convento, solo las que me tomaron antes de que mi tía me enclaustrara; es decir, fotos que me tomaron en la preadolescencia. Tal vez Carlos aceptó casarse no sabiendo cómo era yo físicamente, por la necesidad que tenía de encontrar una esposa rápido antes de su coronación.
Me siento abrumada por la intensidad de sus azulados ojos que me escrutan con curiosidad y satisfacción. Debe de estar aliviado porque no resulté ser una mujer fea, y que soy mucho más joven que él. La incertidumbre sobre mi apariencia física debe haber atormentado al rey durante todos estos meses, y ahora parece aliviado al ver que no ha sido decepcionado en ese aspecto.
Aunque me siento incómoda al ser objeto de su escrutinio, trato de mantener la compostura y devolverle la sonrisa con una expresión de calidez y amabilidad. Aunque nuestra unión puede haber sido arreglada por razones políticas, todavía hay espacio para la cortesía y el respeto mutuo en nuestro encuentro inicial.
Con una inclinación de cabeza, reconozco su bienvenida y agradezco su cálida recepción. Aunque todavía hay muchas preguntas sin respuesta y un futuro incierto por delante, encuentro consuelo en la certeza de que no estoy sola en este viaje. Aunque nuestra relación pueda haber comenzado como un matrimonio de conveniencia, tengo la esperanza de que, con el tiempo, pueda florecer en algo más significativo y profundo.
—Es un placer conocerlo al fin, majestad —le respondo al fin, notando las patas de gallina que tiene en el contorno de sus ojos. Sí, es bastante mayor que yo. Trece años —. Usted también se ve mucho mejor en persona que en las fotos.
Él sonríe torcidamente, gustándole mi comentario. Incluso yo misma me sorprendo por mi capacidad de coqueteo, cuando duré tantos años sin tener contacto alguno con hombres.
—Permítame escoltarla al que a partir de ahora será su nuevo hogar —me ofrece su brazo para que lo enganche —. Será la ama y señora de este palacio.
A medida que caminamos juntos hacia el interior del imponente Palacio de Buckingham, no puedo evitar notar cómo el rey Carlos baja la mirada hacia mi escote con una expresión de interés indiscreto. Una oleada de incomodidad y disgusto recorre mi ser mientras me doy cuenta de sus intenciones, queriendo evaluar el tamaño de mis senos como si fuera un objeto de su deseo.
En este momento, la máscara de cortesía y amabilidad que él había intentado mantener se desvanece, y una sensación de repugnancia y desilusión se apodera de mí. Por un momento, veo al rey Carlos por lo que realmente es: un hombre desagradable y sin escrúpulos, más interesado en satisfacer sus propios deseos que en mostrar respeto y consideración hacia los demás.
Enganchada al brazo de Carlos, me veo obligada a escuchar con atención mientras él me explica las funciones y responsabilidades que tendré como reina.
—Como reina consorte, tendrás una serie de responsabilidades importantes, Amelia. Tendrás potestad sobre todos los asuntos relacionados con el palacio, desde la decoración hasta la organización de eventos reales.
Asiento. Por supuesto que en el entrenamiento que recibí durante seis meses, fui advertida sobre cuáles serían mis labores como reina. Tendré mucho trabajo.
—Entiendo. Es un honor tener la oportunidad de contribuir al funcionamiento del palacio de esa manera.
Aunque sus palabras están llenas de cortesía y deferencia, no puedo evitar sentir una sensación de incredulidad y ansiedad mientras considero el futuro incierto que me espera.
Sin embargo, por ahora, opto por guardar mis dudas y preocupaciones para mí misma, prefiriendo escuchar con atención mientras el rey continúa hablando.
—Sé que eres muy joven, Amelia, y que duraste mucho tiempo lejos de una corte —continúa Carlos, siendo uno de los tantos que piensa que en serio estuve en un hospital psiquiátrico —, pero es importante que estés preparada para este nuevo papel. Tu contribución será crucial para el éxito de nuestro reinado —asiento, siendo muy consciente de eso —. La boda será en una semana —abro los ojos como platos. Eso no lo sabía —. Disculpa que sea tan pronto, pero, como de seguro supondrás..., estoy siendo presionado por el pueblo y por todos los sectores políticos para casarme y tener descendencia lo más pronto posible.
Sus palabras me golpean como un balde de agua fría, y siento un nudo en el estómago al caer en cuenta de lo que implica realmente esta unión. La idea de tener que intimar con Carlos y quedar embarazada para cumplir con las expectativas reales me aterra hasta lo más profundo de mi ser.
—Lo entiendo, Carlos. La sucesión es importante para la estabilidad del reino.
¿En serio estamos hablando de matrimonios por conveniencia y embarazos forzados en la monarquía, en pleno siglo 21? Sí, lo sé, pareciera que estuviéramos en la Europa del siglo X, pero esta es mi realidad.
Intento ocultar mi inquietud detrás de una sonrisa mientras sigo caminando junto a mi futuro esposo, quien me está dando un recorrido por todo el palacio, pero, por dentro, estoy luchando contra una tormenta de emociones. La idea de compartir una cama con Carlos y concebir un hijo con él es abrumadora y aterradora.
Aunque intento mantener la compostura, no puedo evitar sentir una sensación de desesperación y desesperanza mientras considero el futuro que me espera en esta unión forzada.
—Y, antes de que te instales, debo informarte sobre algo —me acaricia la mano. Siento un escalofrío. No sé cómo soportaré que este hombre me haga esas cosas que hacen los esposos en la intimidad —. Mi hermano, el príncipe Eduardo, vive en este palacio. Espero que no te moleste su presencia.
Eso me toma por sorpresa. Es bien sabido que los príncipes han residido tradicionalmente en el Palacio de Kensington, por lo que la idea de encontrar al príncipe Eduardo aquí es inusual y desconcertante.
—No esperaba encontrarme con el príncipe Eduardo aquí, pero no me molesta en absoluto.
—A mi hermanito nunca le ha gustado vivir solo, especialmente después de la muerte de nuestra madre, pero no te preocupes, apenas lo verás por aquí. Sus obligaciones como príncipe y militar le mantendrán ocupado la mayor parte del tiempo. Ni siquiera notarás su presencia.
Me siento intrigada por la situación del príncipe Eduardo y me pregunto cómo será compartir este palacio con ambos hermanos Spencer.
—Entiendo, Carlos. Aprecio tu sinceridad y tu preocupación por mi comodidad —le dedico una sonrisa sincera, y noto cómo se le dilatan las pupilas. He de admitir que no soy para nada fea. De hecho, me han dicho que soy hermosísima, así que supongo que, cada vez que sonrío, causo el suspiro de algunos —. Yo también estaré lo suficientemente ocupada como para darme cuenta de la presencia de alguien.
—Perfecto —sonríe, y tiene el atrevimiento de pasarme un brazo por mi cintura.
Y como si Carlos hubiera invocado a su hermano con el pensamiento, una puerta se abre al final del pasillo de habitaciones, y lo veo.
Es él.
Mi corazón se detiene cuando veo al príncipe Eduardo de pie frente a nosotros. Está impecable en un traje de gala militar, su porte es majestuoso y su presencia llena el lugar con una energía cautivadora.
Es como si el tiempo se detuviera por un momento mientras lo observo, y me sorprende la intensidad de la conexión que siento con él. A diferencia de su hermano Carlos, no veo en sus ojos la misma malicia, sino una chispa de bondad que me deja sin aliento.
Sus ojos azules me miran con una suavidad y calidez que nunca antes había experimentado al encontrarme con un hombre, y en este momento, siento algo inexplicable.
Cuando él me regala una sonrisa encantadora, mi corazón da un vuelco en mi pecho, y me encuentro completamente cautivada por su presencia, y no puedo evitar pensar en que es el príncipe más hermoso del mundo.