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1042 Words
Pov Arcángel Zadkiel. El sol entra por la ventana alumbrando toda la habitación rosa, sobre la mesita de noche hay un libro de fantasía y algunos accesorios para el cabello, Elizabeth duerme plácidamente ya que no debe levantarse temprano para asistir a ese endemoniado establecimiento educativo y es algo que me alegra de sobremanera. Se remueve con lentitud y abre los ojos, tan celestes como nunca antes vi, los posa sobre mí y me sonríe; le devuelvo la sonrisa y espero a que termine de despertar, sentado en el umbral de la ventana observo a su hermano Jack llegar de una fiesta – son las diez de la mañana– y a su padre Adam pescarlo en tal acto. Ese chico no aprende, es la cuarta vez en el mes. La adolescencia sí que es difícil, espero que mi humana no haga esas cosas o de lo contrario tomaré medidas drásticas.  Jack observa en mi dirección y mostrándome el dedo de en medio entra en la casa, por si se lo preguntan pues sí, sigue viéndome, escuchándome y sintiéndome lo cual comienza a fastidiarme; su hermana también lo hace, seguí el consejo de Kaia y me mantuve en contacto con la niña por lo que ella logró desarrollar ese aspecto espiritual. —Zadkiel, ¿En qué piensas?— aparece frente a mí. —Nada importante— le sonrío. Me observa cuidadosamente, sabe que miento pero no se atreve a cuestionarme supongo que es mejor así. Alza su mano y acaricia mi mejilla, cierro los ojos lentamente y disfruto de esa demostración de afecto que me hace suspirar y sentir en mi pecho a mi corazón bailar de felicidad. —Mamá quiere que la acompañe, ¿Vienes?— pregunta sonriendome. —Si, a dónde tú vayas yo iré— respondo sin pensar y se me queda viendo. Mierda. Digo, j***r, ¡Ay! Se supone que no debo hablar así. —Zadkiel, ¿Nunca vas a dejarme cierto?— ella luce algo triste. —Jamás — respondo— ¿Qué sucede? —Jack me dijo que cuando fuera mayor, como él, ya no te necesitaría y que te irías porque yo misma lo causaría— suspira —No quiero que te vayas. Se lanza a mis brazos sollozando, Dios, ese mocoso hormonalmente desequilibrado está comenzando a hartarme. Acaricio su cabello, es tan suave, tan rubio, huele a fresas... Sonrío mientras hundo mi nariz en ese mar dorado y aspiro lentamente aquel aroma, a veces tiendo a hacer cosas como éstas pero no puedo evitarlo, no sé qué pasa con mi autocontrol. —Te quiero tanto— susurro sin darme cuenta. —Yo también— besa mi mejilla y creo que ahora sí moriré, mi corazón se va a romper si sigue latiendo de esa forma. —¡Elizabeth! ¡Voy a entrar!— su madre da aviso y acto seguido la puerta está abierta. La mujer camina con una sonrisa, besa en la cabeza a su hija y comienza a guardar algo de ropa, ambas son parecidas, la mujer de bonitos ojos jade es rubia y lleva el cabello corto y lasio; mientras que su hija posee ojos celestes y cabello dorado, largo y ondeado. Sus facciones son tan parecidas, me da gracia como los humanos pueden parecerse tanto entre parientes y a la vez no; es algo que en el Cielo no tenemos, nadie se parece a nadie, por más que ante los ojos de nuestro Padre somos todos iguales ninguno tienen parecido físico con otro. Cada uno es único. Excepto Kaiael y Samael, ellos son gemelos y por ende se parecen aunque sus ojos los delaten. —Mamá, ¿Tienes mi ropa?— pregunta aquel chico en el umbral de la puerta. —Está en tu cuarto cariño, acabo de dejarla allí— responde la mujer mientras tiende algunos vestidos sobre la cama de su niña. —Elizabeth escoge uno para tu cumpleaños— sonríe feliz su madre. Lo olvidaba, Lizzy – así le dicen sus seres queridos – cumplirá trece años en unos cuantos días y por lo que veo planean una fiesta para la niña. El tiempo pasa rápido, en verdad no recuerdo cuando es que creció de esa manera, la adolescencia está a la vuelta de la esquina y también mi posible olvido. —¿Qué tal éste?— esa pregunta me saca de mí mundo. Observo a Elizabeth, sostienen un bonito vestido blanco con delicados detalles en azul claro, está demás decir que a quién le pregunta es a mí y le sonrío alegre. —Es hermoso— hablo tranquilo —Cualquier vestimenta te quedará hermosa. —Éste será— le habla a su madre y ambas salen de la habitación. Cuando me dispongo a seguirlas su hermano se interpone en mi camino con una evidente mirada de odio en sus ojos, no es un secreto que no le agrado pero tampoco pensé que llegara al punto de odiarme. Extraños son los sentimientos humanos. — Aléjate de mi hermana— masculla molesto. —¿Por qué? Yo soy su guardián — añado serio. —Sé como la ves, ella es una niña, y no te necesita para vivir. Déjala. — da un paso hacia mí. Me está cansando su actitud. —¿Por qué te molesta tanto? ¿La quieres de otra forma?— musito buscando respuestas a su comportamiento. —¿Y qué si así fuera? Ella y yo no somos hermanos sanguíneos, yo soy adoptado por lo que no hay un problema o impedimento para que yo no la quiera de la misma manera que lo haces tú.— me hace frente. Que valiente. —Escucha, yo voy a quedarme a su lado hasta que ella me pida lo contrario— estamos a escasos centímetros de distancia—Si ello no te agrada, mira para otro lado. Abre los ojos sorprendido ya que no esperaba esa respuesta, no me importa en realidad, aparto mi mirada de Jack y la dejo caer en Elizabeth que entra alegre en el cuarto; nos observa a ambos con incertidumbre más su hermano suspira y se marcha sin crear problemas, al menos por ahora. La veo tomar asiento en su escritorio e iniciar una vídeo llamada con sus amigas, nunca entenderé esos aparatos pero así son las cosas ahora; me recuesto en su cama tranquilo, mis alas se estiran dejándose caer en la mullida y suave superficie, su risa me encanta, su manera de hablar me conmueve, toda ella me hace vibrar a niveles que jamás pensé sentir y eso me asusta demasiado pero aún así estoy dispuesto a experimentar ese sentimiento y, si es necesario, caer como lo hizo mi mejor amigo. Ahora entiendo a la perfección lo que Kaia sintió al ver a Anael, en verdad ahora lo entiendo.
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