Capítulo 3: El Premio Mayor

3738 Words
El evento inicial de la cena fue pintoresco y breve. El presentador que era ni más ni menos que el presidente del Club les dio la bienvenida. A continuación hizo una narración de la historia de la institución mientras imágenes históricas eran proyectadas en una pantalla gigante emplazada en el escenario. Todos los presentes aplaudieron ante escenas que les resultaban familiares y emotivas. Recordaron también las obras de beneficencia que realizaba la fundación del club y anunciaron que más tarde habría una actividad para recaudar fondos. Este año el dinero iba a ser destinado al ala de pediatría del hospital local, que era en dónde Julio estaba terminando su residencia. Ya casi tenía asegurado un puesto permanente cuando su especialidad estuviese certificada. Después vino el momento de la deliciosa cena en dónde un ejército de camareros elegantes sirvió la entrada, el platillo principal y el postre. Bella había logrado dejar de lado la crisis que sufrió previamente antes de ingresar en la fiesta. Al menos por el momento se la veía feliz, tranquila y se estaba divirtiendo mucho con su hermana con quien hacía chistes y se reía de ocurrencias y travesuras de su niñez. Llegado un momento volvieron a ponerse de pie y a deambular con sus amigas charlando y compartiendo con otras personas del lugar. Giselle, Jeannette, Miranda y Matilde no paraban de preguntarle sobre su glamorosa vida en Paris y prácticamente le exigían que les contase todo. — ¿Es cierto que Paris es tan hermoso como dicen? — le preguntó Jeannette. — Si, de verdad, no exageran. Por algo la llaman la Ciudad Luz. Aunque también es muy costoso. — Pero, imagino que con tu trabajo eso no es un problema para ti. ¿Verdad? Seguramente vives muy cómoda. — comentó Miranda. — He tenido suerte de que me fuera muy bien, no me quejo. — Te vi en la Semana de la Alta Costura. ¡Me encantaron esos maravillosos modelos exclusivos! ¡Muero por ver tu guardarropa! — le expresó Matilde, siempre emocional al hablar de cualquier cosa. — Si, la ropa es maravillosa. Y he sido afortunada de ser contratada por estupendos diseñadores. — Sin embargo, lo que me interesa a mí es el departamento de HOMBRES, — dijo Giselle, haciendo hincapié en la palabra. — ¿Con cuántos tipos guapos has salido? Bella se puso un poco colorada: — Bueno, con algunos. — ¡Vamos! ¡Que hemos visto las noticias en las r************* ! — Si, algunas cosas son ciertas. — ¿Sólo algunas? ¡Y yo que creí que le habías sacado provecho a París! — Las muchachas se rieron a coro. — Si tuviese la oportunidad de pasar una sola noche con uno de esos sujetos… ¡Pobrecito! Lo succionaría hasta dejarlo como un par de palillos. ¡Qué papitos más impresionantes! — ¡Giselle! — dijo Bella un poco sorprendida. — ¡Vamos! No te hagas las santita con nosotras, querida. Si los tuviste a todos, ¡Mereces una reverencia!— afirmó Matilde con genuina convicción. — Si, la verdad. Te han visto acompañada de individuos realmente sexis, — comentó Giselle — y el más papito de todos, por cierto. ¿Cómo es que se llama?... — dijo mientras se tomaba unos segundos para recordar— ¿Jean Paul, puede ser? El rostro de Bella se ensombreció por momentos, pero sonrió en la fracción de segundo adecuada como para que nadie notara su pesar. — Es Jean Baptiste Martineaux… — ¡Si, ese mismo! — ¡Nada ha pasado con Jean Baptiste! Nos tomaron fotos cada vez que coincidimos en alguna fiesta. Pero no tuvimos nada. — No me vas a negar que es hermoso. ¿Acaso no trataste de hincarle el diente? Bella volvió a reírse ante las ocurrencias de su amiga. — ¡No me hubiera molestado hacerlo alguna vez! — respondió— Pero nunca me dio lugar. Y algunos comentan que tiene otras preferencias,… no sé si me explico. — ¿Es gay? — Al menos eso dicen los rumores en boca de todos. Aseguran que no se anima a sincerarse porque su familia es muy estricta… ¡Pobre! Jeannette hizo un gesto desilusionado: — ¡Vaya, no me lo hubiera imaginado!— Después levantó su copa y propuso, — ¡Brindemos por él, para que tenga el valor de salir del clóset y enfrentar a su familia!— dijo, tras lo cual sus amigas hicieron lo mismo. — ¡Amén! — dijeron a coro. — “Se necesitará un verdadero milagro para que sea capaz de contradecir a sus papis para lo que sea. ¡Es un gigantesco cobarde!”—Pensó ella con amargura. Entonces algo cambió en el ambiente. Las luces se volvieron tenues y comenzó a sonar una música diferente, mucho más alegre y divertida que la de la banda de jazz. Un DJ se había instalado en un sector en dónde desde su laptop, que estaba conectada a numerosos parlantes, comenzó a ponerle ritmo a la noche. La pista de baile frente al escenario se llenó de luces y de efectos estroboscópicos. Varios hombres jóvenes se acercaron a ellas y las invitaron a danzar a todas. Durante un buen rato se divirtieron al ritmo de la música. Quien no se estaba entreteniendo en lo absoluto era Julio. Ese era posiblemente la parte que más odiaba de las fiestas. ¡La música fuerte! Detestaba que el sonido fuese tan elevado que hacía imposible la más básica comunicación humana. Gonzalo y Berenice por su parte se lanzaron a la pista de baile para disfrutar el momento, por lo que se quedó a en la mesa con Gustavo. Este miraba la escena con entusiasmo, pero no se había animado a invitar a bailar a ninguna mujer. Era una parte que le incomodaba, ya que seguramente sería rechazado. Le hizo una seña a su amigo para alejarse durante un rato de todo ese barullo. Salieron hacia la derecha y caminaron hasta llegar cerca de los jardines centrales. Tomaron asiento cerca de la fuente. Gustavo aprovechó para encender un cigarrillo. Julio lo sermoneó al respecto. No pudo evitarlo, era médico y además, su amigo. — ¿Cuántos llevas ya, gordo? — Recién enciendo uno ahora, flaco. Aún no termino la caja de cigarrillos del día. — Te voy a inscribir en un programa para dejarlo. Si no te lo tomas enserio te vas a complicar la salud. — Si, si, ya sé… ¡ya sé! — respondió con un poco de fastidio. Después dijo, como para cambiar de tema — ¿Qué podríamos hacer para volverá a conversar con ellas? — Por mi parte no haré nada. Le prometí a mi padre que hablaría con al menos una mujer y que me quedaría hasta el final de la fiesta. Ya cumplí al menos con una parte del trato. Gustavo se rió de forma socarrona. — ¡Vaya que eres gruñón! — Le dijo— ¡Qué importa lo que le hayas prometido a tu papá! Hombre, estuviste viendo a Bella toda la noche. Ni siquiera le sacaste los ojos de encima mientras bailaba. — No, no es cierto. — ¡No lo niegues! Te gusta y mucho. Hace rato no te veo tan turulato por ninguna mujer. — Bueno, tal vez. Un poco. — Repuso Julio— Pero eso no sirve de nada. Como siempre no tengo ninguna posibilidad. — ¿Cómo vas a saberlo si no lo intentas? — ¿Qué me dices de ti, Casanova? ¿Acaso vas a tratar de conquistar a alguna de esas mujeres? — No me molestaría acercarme aunque fuese un poco a una de las abejas del cortejo de la reina. — ¿De quién estás hablando? — De Giselle. ¿La recuerdas? Es a la que le besé la mano. — Ah, sí. Como que estás picando muy alto, ¿no crees? — Pero, ¡Sí que eres necio! ¿Por qué sería picar alto? ¿Acaso no somos humanos los dos? — Gustavo, es que no quiero que te hagas ilusiones. Parece una de esas mujeres que busca o músculos o dinero… — ¡No los sabré si no hablo un poco más con ella! — Bien, entonces ve y háblale. — ¡Lo haré! Ni bien se separe del cortejo real. Julio hizo una pequeña mueca ante el entusiasmo aparente de su amigo. En teoría hablaba con decisión, pero de ahí a actuar, eso era algo diferente. — Tengo ganas de tomar cerveza. Seguramente deben tener en la barra. ¿Quieres que te traiga? — le propuso a Gustavo. — Si, ¿por qué no? Te espero aquí. A continuación se puso de pie y se dirigió hacia la fiesta. En unos segundos llegó al bar y pidió dos cervezas artesanales. Por alguna razón pensó que se las darían en latas o en botellas personales. Pero no, le dieron dos vasos altos de vidrio. Se dio cuenta de que tendría que caminar con cuidado entre tanta gente para evitar perder la bebida por el camino. Sin embargo, el caos sobrevino antes de lo esperado. Repentinamente al girar con los vasos en sus manos, trastabilló y algo del contenido de uno cayó sobre alguien que repentinamente apareció detrás de él. Se trataba de una mujer, pero no de cualquiera. ¡Era Bella! De inmediato se sintió profundamente avergonzado. Volvió a dejar los vasos sobre la barra. — ¡Oh por Dios, Bella! ¡Cuánto lo ciento! Lucía un vestido de fiesta de color gris muy claro con un efecto platinado. La cerveza había caído sobre la parte delantera y algunas gotas sobre el plisado que iba desde sus caderas hacia su falda. Bella estaba sorprendida, pero no demasiado preocupada. — ¡Está bien, no importa! Julio tomó de inmediato algunas servilletas descartables que le extendió el bartender y de inmediato comenzó a tratar de limpiar la mancha. Se detuvo cuando se percató de que parte del problema estaba cerca de su escote. — Yo me encargo. — dijo ella, mientras tomaba los paños de papel. — ¡Discúlpame, por favor! ¡Soy un verdadero idiota! — No te preocupes. Estas cosas siempre pueden pasar, sobre todo en una fiesta. — Eso no me hace menos idiota, ¡Perdóname! Bella sonrió para aflojar la tensión en su interlocutor. — Bueno, si te hace sentir mejor, te perdono. — Igual quiero compensarte. Envía me la factura de la tintorería. Imagino que esa mancha no sale fácil. — No, no es necesario. — ¿Lo dices en serio? — ¡Por supuesto! — dijo ella tras lo cual se rió de manera confiada. Después le preguntó, — ¿Hacia dónde ibas con esos vasos de cerveza? — Son para Gustavo y para mí. Estamos sentados en la fuente, charlando. — ¡Creí que estarían bailando! Casi todos se están divirtiendo. — No, no. Eso no es lo nuestro. — Ok, — afirmó ella — ¿volverán a entrar? Es que viene lo de las subastas para la fundación del club y me pidieron que participara. — ¡Claro! En cuanto pare la música infernal, volveremos a la mesa. Bella se alejó y lo saludó con la mano. Julio volvió a tomar los vasos, que afortunadamente aún conservaban gran parte de su contenido, por lo que los llevó hasta dónde estaba su amigo. Por más sorprendente que fuera, no estaba solo. Se encontraba charlando con Giselle. Minutos atrás la chica había salido al patio a tomar un poco de aire y ahí había encontrado a Gustavo. — ¡Qué sorpresa, bella flor!— exclamó él. — ¡Ah! ¿Eres tú, el compañero de instituto de Bella? — ¡El mismo!— dijo haciendo una leve inclinación caballeresca. Giselle se rió ante ese individuo, un poco fuera de lo común, pero que obviamente era inofensivo. — ¿Qué haces aquí? — Estoy, disfrutando de las bondades de la noche. — Si, en algunas ocasiones la música aturde, ¿no lo crees? A veces necesito alejarme un poco también. — Si quieres, puedes acompañarme. Ella se sentó a su lado y le preguntó con un tono de voz bajito, como si estuviera escondiéndose de sus padres. — ¿No tendrás un cigarrillo? — Por supuesto, — agregó Gustavo, — tras lo cual sacó uno de su paquete y se lo extendió. De inmediato tomó su encendedor y la ayudó a prenderlo. Ella inhaló una bocanada y la exhaló suavemente. Mientras veía cómo el humo que salió de sus labios se alejaba lentamente en la noche, respiró relajada. Después le dijo a Gustavo que la estaba mirando: — Aunque no lo creas, lo estoy dejando. Pero hay veces en que necesito probar aunque sea uno. ¡Odiosa costumbre! — Yo no te juzgo, ¿qué ejemplo podría darte? — repuso él mientras señalaba el que tenía entre sus dedos. — Si, pero el problema para mí es mayor. Soy instructora de educación física y entrenadora personal. ¡Tengo que dar el ejemplo con una buena salud! — Ah, entiendo…— comentó él. — Y, ¿qué haces? — ¿Qué?— preguntó él confundido. — Para vivir, quiero decir. ¿De qué trabajas? — Soy abogado, me he especializado en asuntos civiles. Acabo de abrir mi propia oficina. — ¡Guau! — Exclamó ella— ¿Tienes un número? Porque siempre es necesario tener un letrado a la mano. ¡Nunca se sabe cuándo es necesario uno! — ¡Claro! — afirmó Gustavo, tras lo cual tomó su billetera y extrajo una de sus tarjetas de presentación personales. En ese momento llegó Julio con la cerveza. — De haber sabido que tendríamos compañía, habría traído otro vaso. — Descuida, ya me voy. — afirmó Giselle, mientras apagaba el cigarrillo que había consumido hasta la mitad. Después dijo — Si ven a Bella, no le digan que estuve fumando, ¡porfa! Me está ayudando a dejarlo y me regaña como si fuese mi mamá, cuando caigo por uno solito. — Tu secreto está a salvo conmigo. — afirmó Gustavo, mientras la veía alejarse. Disfrutaron un rato en el lugar charlando de tonterías, hasta el momento en que la música ruidosa se detuvo y volvió a oírse la dulce melodía del jazz. En ese momento regresaron a las mesas. Las luces volvieron a concentrarse en el escenario y el presentador de la fiesta volvió a captar la atención de todos los presentes. — Señoras y señores, tal como lo habíamos anunciado a continuación realizaremos una serie de subastas con la finalidad de recaudar fondos con nuestra fundación. Este año, tenemos el placer de anunciar que el dinero será destinado al ala de Pediatría del Hospital Santa Señora del Milagro. Es una causa importante por lo que vamos a apelar a su generosidad. También estamos cerca del día de los enamorados. Por lo tanto en espíritu de esta fecha vamos a inaugurar una especie diferente de actividad. En este caso vamos a subastar citas. — Dijo el presentador y se oyó una exclamación generalizada— Si, como escucharon. Hemos contactado a hermosas solteras quienes se han ofrecido para este juego, en beneficio de una importante institución local. — En ese momento, en la mesa de la familia García Redrado, una joven idealista no estaba para nada de acuerdo con la actividad propuesta para la fiesta. — Pero, ¿qué manera de recaudar fondos es esa? ¿Acaso no se les ocurrió algo más sexista? — Si de algo sirve, después de subastar citas con las chicas, lo que sigue es hacer lo mismo con los solteros más codiciados de Valle de los Santos. — Le explicó Bella. — ¿Y tú cómo sabes eso?— preguntó Noelí. — Es que me pidieron que colaborara y les dije que sí. — ¿Y cómo vas a participar en esto?— preguntó Rosario. En ese momento el hombre en el escenario hizo especial hincapié en sus palabras: —… y es por esto que vamos a dar comienzo con la recaudación de la noche. Y para comenzar nuestra primera voluntaria es muy famosa en Valle de los Santos. Se trata de una mujer hermosa que ha triunfado en el modelaje en Europa. Y dado que hemos tenido la suerte de tenerla excepcionalmente entre nosotros, le hemos preguntado y ella nos ha dicho que sí. Así que caballeros solteros y magnánimos, dispongan de sus contribuciones para nuestra primera oferta para citas de la noche. Comenzaremos con Bella García Redrado, quién va a tener una cita con el mejor donador en beneficio de los niños del hospital. ¡Aplausos para ella, por favor!— Los reflectores se dirigieron hacia la mesa en la que se encontraban, tras lo cual Bella se puso de pie de inmediato y se dirigió hacia el escenario, mientras las personas a su alrededor la aplaudían. Haciendo gala de una sonrisa deslumbrante y saludando como lo hacen las reinas, llegó hasta el escenario. El presentador le saludó y le dijo: — ¡Bella! ¡Muchas Gracias por tu apoyo para nuestra causa! — ¡Es un placer!— afirmó ella cuando le acercó el micrófono. — Estoy lista para pasar una maravillosa velada con aquél que esté dispuesto a ser el más desprendido. Todos los presentes aplaudieron de inmediato. En la mesa de Julio, su padre fue el más interesado en lo que estaba pasando. Minutos atrás le habían entregado el número de la mesa emplazada en una varilla para que participara de la subasta. Decidió pasárselo a su hijo. — Mejor realiza tú la oferta. Gustavo hizo un gesto de asentimiento, apoyando la idea. — ¿Yo? ¿Por qué? — Es a beneficio del hospital, supongo que te interesa, ¿verdad? — Sí, claro. Pero, ¿por qué no lo haces tú? — ¡Ya está bueno, hombre! — Intervino Gustavo— Tu papá no puede hacer uso del Premio Mayor, pero tú sí. ¡Vamos! — — ¡Exacto!— agregó Gonzalo. Julio dudó durante unos segundos. Por si fuera poco, incluso Berenice apoyó la idea. — ¡Vamos, muchacho! A las chicas nos gusta que los hombres se esfuercen por tenernos. Rodeado y sin ninguna manera de objetar tomó la varilla con el número. — Comenzaremos entonces la subasta de una cita con la hermosísima Bella García Redrado, una personalidad de nuestra comunidad. —Anunció el hombre en el escenario. — Comenzaremos sobre una base de quinientos dólares. ¿Quién da más? ¿Quién da seiscientos?— uno de los números en el público se levantó— ¡Muy bien seiscientos por ahí! ¿Quién ofrece setecientos cincuenta?— nuevamente otro cartel se elevó— ¡Genial! ¿Ahora quien ofrece ochocientos dólares? ¡Muy bien! ¿Quién da más? — ¡Vamos! ¿Qué esperas? — dijo Gustavo. Julio levantó entonces su número. — ¡Mil doscientos dólares, en la mesa De León! ¿Quién da más? Las apuestas siguieron incrementándose a mil quinientos, mil setecientos, mil ochocientos, dos mil doscientos y dos mil quinientos. Julio volvió a ofertar y la cifra llegó rápidamente hasta los tres mil dólares. El monto comenzaba a ser más elevado y muchos de los participantes dejaron de pujar. El presentador manifestó. — ¡Es Bella García Redrado, señores! Una dama cuya hermosura ha conquistado el mundo. ¿Quién da más? ¿Quién da tres mil doscientos dólares?— Julio otra vez levantó su cartel— ¡Nuevamente, de la mesa De León! ¡Alguien va a ofrecer tres mil quinientos!— a continuación alguien de una mesa más atrás también elevó la puja— ¡Tres mil quinientos de los Ortega Marino! Las ofertas se elevaban cada vez más, llegando a cinco mil, cinco mil quinientos, seis mil, siete mil, ocho mil… Julio volvió a ofertar para llegar hasta los nueve mil dólares. La mesa de los Ortega Marino pujó entonces por nueve mil doscientos dólares. Julio se acordó de los Ortega Marino, eran la familia de Lucas quien durante la preparatoria había sido su bully. No permitiría que ganase. De repente se puso de pie, con su número bien el alto. — ¡Diez mil dólares! — Gritó para que no quedasen dudas— ¡Diez mil dólares!— reiteró. — ¡Muy bien! Tenemos diez mil dólares de la mesa De León, ¿alguien va a ofertar más? — Nadie respondió o hizo ninguna manifestación— ¡Diez mil dólares a la una, a las dos y a las tres! ¡Concedido a la familia De León! ¡Qué el generoso ofertante venga a conocer a su cita! Los aplausos se hicieron sentir en todo el lugar y en la mesa Gonzalo, Gustavo y Berenice lo empujaron para que fuese a hacia el escenario. Si había otra cosa que odiaba es que muchas personas lo estuvieran mirando en un recinto como ese. Sin embargo lo hizo. Subió por la pequeña escalinata y llegó hasta dónde ella estaba, sonriente y aplaudiéndolo también por su triunfo. — El joven ganador no es más que Julio De León, hijo del nuestro querido Gonzalo. ¡Felicitaciones, muchacho! ¿Qué te motivó a hacer una oferta tan espléndida? Se tomó unos segundos antes de responder, no quería titubear ni parecer un tonto. Sin embargo, habló con bastante seguridad. — Soy médico en el hospital Santa Señora del Milagro, y próximamente me desempeñaré como pediatra. Me interesa mucho mejorar las condiciones en las que se trata a los niños, y ayudarlos a que no sientan el peso de estar internados y enfermos. No es sólo mi trabajo. Es una causa muy importante para mí y no podía dejar de colaborar. — ¡Excelente, entonces! ¡Felicitaciones una vez más! Bella lo miró intrigada por momentos, pero siempre sonriente y agradable. Se acercó a él y le dio un beso en la mejilla. Lo que motivó que se dispararan numerosas fotos en el público. Después lo tomó de una mano y la levantó en signo de señalar a un ganador. Esa fue otra foto que su padre en especial se encargó de registrar. Era una imagen clara, bonita y digna de ser guardada para la posteridad. Se trataba de Bella, tan hermosa y radiante, junto a un hombre muy diferente con el que pocos hubieran imaginado verla. Eran en definitiva Bella y el Nerd, una pareja dispareja que despertaría el interés de muchos chismosos de ahí en adelante.
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