Capítulo 4: La cita

2379 Words
Dos días habían pasado desde la fiesta, tras la cual la vida había vuelto a la normalidad. Sin embargo la gente hablaba aún sobre la subasta que más dinero había recaudado durante la celebración. Obviamente la de la cita con Bella García Redrado, que terminó ganando ese muchacho poco conocido al que todos llamaban El Nerd. Había sido bautizado con ese apodo por su apariencia intelectual coronada por sus anteojos y su forma inteligente y parsimoniosa de hablar, que encerraba cierta timidez. Esto fue apoyado por los que tenían algún conocimiento de él desde la preparatoria. Recordaban que siempre había sido un muchacho muy sagaz, de pensamiento crítico y de reducida sociabilidad. De alguna manera su persona comenzaba a despertar interés, dado que lo veían como una especie nueva de triunfador, al ganar la compañía de la hermosa Bella García Redrado. Ese día, Julio se encontraba trabajando en un turno prolongado en el hospital, algo que era usual en una residencia médica. Durante el almuerzo, cuando comía en la cafetería, Gustavo le hizo una videollamada a su móvil. Era algo que solía hacer con cierta frecuencia, pero en este caso estaba motivado por una genuina curiosidad respecto a la vida amorosa de su mejor amigo. Tras conversar sobre algunas intranscendencias abordó el asunto: — Dime, flaco. ¿Ya acordaste la cita con Bella? ¿A dónde la vas a llevar? —Julio dudó durante algunos segundos, bastante prolongados. — Porque la llamaste, ¿verdad?— insistió Gustavo — Bueno, no aún. — Bromeas, ¿verdad? — No, gordo. No bromeo. He estado ocupado, llevo en este turno casi veinte horas. — Si ya sé que tus horarios son extenuantes. Pero no me digas que no puedes enviarle un mensaje entre tus rondas. No siempre estás de emergencia. Vi perfectamente cuando te dio el número de su móvil. — Sí, claro que lo hizo. — Entonces, ¿qué excusa tienes? Julio volvió a hacer un gesto dubitativo. — Es que tal vez no deba pedirle la cita… Participamos del juego, hicimos una generosa donación al hospital y bueno, eso está bien para mí. Además, ¿qué tal si tiene a alguien, como un novio? ¡Sería muy incómodo! Gustavo se llevó una mano a la frente en señal de fastidio. Quería mucho a su amigo, pero tenía niveles de testarudez que requerían la paciencia de un santo. — Julio, hombre. ¿De dónde se te ocurren esas cosas? Las subastas de citas de solteras o solteros se hacen con personas que no tienen compromisos. ¿Cuál sería la gracia, entonces? — hizo una pausa para ver si le daba señales de que asimilaba el asunto. — ¿A qué le tienes miedo de verdad? — No lo sé, Gustavo. Es que no sabría qué hacer en una cita con una chica como ella. — No tienes que hacer mucho. Invítala a algo sencillo, como dos buenos amigos. ¡Nadie pretende que te cases con ella! Solo, ¡inténtalo! — Supongo que tienes razón. — ¡Bien, así se habla! — festejó Gustavo sinceramente. — Y para que veas que soy un buen amigo voy a presionarte desde ahora. Quiero que después de cortar esta comunicación conmigo le envíes de inmediato un mensaje para al menos saludarla. Julio se acomodó los anteojos con ansiedad. No tenía ni idea de lo que le iba a decir, pero haría acopio de valor y lo intentaría. — De acuerdo, le voy a enviar un mensaje ahora. — ¡Bravo! Entonces, me despido. — Dijo Gustavo, mientras llevaba su dedo índice hacia la pantalla para cortar la comunicación, acción que detuvo para volver a insistir sobre la idea. — Ya sabes, ¡envíale un mensaje! ¡Ahora! — agregó, antes de terminar con la llamada de verdad. El joven doctor siguió masticando su hamburguesa durante unos minutos. No quería enviarle mensajes sin tener pensado qué es lo que iba a hacer. Evitaría cualquier presión de tener una cita demasiado elaborada. La llevaría al cine y después a cenar a un lugar tranquilo. Cuando terminó de comer abrió la aplicación w******p en su móvil y ubicó su nombre en la lista de contactos. Pensar en tan sólo enviarle un mensaje lo llenó de ansiedad. Respiró hondo y escribió la primera línea. — ¡Hola, Bella! ¿Cómo estás? Soy Julio. Al enviar el mensaje apareció una doble tilde opaca, pero por unos minutos no sucedió nada más. Esto le dio la pauta de que el mensaje había llegado al móvil, pero que ella aún no lo había visto. Tendría que tener paciencia y esperar a que le respondiera. De repente la doble tilde cambió a un color celeste. Y en el estado en la barra superior se indicaba que estaba escribiendo. — ¡Hola, Julio! ¡Por fin! Estuve esperando que me llamaras. Él respondió de inmediato. — Me disculpo, he estado ocupado. — OK— repuso ella. — Antes que nada, quiero que sepas que no estás obligada a tener esta cita conmigo. La subasta se hizo por una buena causa. Si no quieres lo entenderé. Estaba claro que había visto ese último mensaje. Pero por alguna razón Bella se tomó al menos un minuto en responder. Un minuto que a Julio le pareció que era una eternidad. Sin embargo, finalmente lo hizo en una serie rápida de mensajes. — Soy una mujer de palabra. — Además me gusta salir. — Quiero tener esa cita contigo, Julio. — Será como cuando éramos niños, puede ser divertido. A continuación Julio le respondió de manera similar. — Eso mismo pensé. — Tal vez podríamos tener una salida simple, —…al cine y cenar. — Como para pasar un buen rato. ¿Qué dices? Una vez más se tomó unos segundos. Después, le envió una imagen GIF de un pulgar arriba con la inscripción “¡Genial!”. Por alguna razón Julio sintió un alivio impensado. — ¿Te parece que el sábado pase por ti a las veinte? — ¡Por supuesto! ¡Te estaré esperando! Apagó la pantalla del móvil y lo puso en uno de los bolsillos de su bata de médico. Después salió del comedor sintiéndose feliz, confiado y seguro. No se dio cuenta, pero sonreía y eso hizo que las enfermeras se voltearan a verlo al pasar junto a ellas. Julio pensó en que invitarla a salir, después de todo, no había sido tan difícil. Tal vez la cita sería más agradable de lo que imaginaba. Pensó que incluso podría pasar un buen rato. Aunque faltaban un par de días, comenzó esperar con entusiasmo a que llegara el sábado. *** Llegó el sábado y tal como lo había prometido Julio De León se presentó en la casa de la familia García Redrado a las veinte, para llevar a Bella a una cita. Rosario fue la primera en recibirlo y se alegró de verlo después de tantos años. — ¡Julio, muchacho!— lo saludó— ¡Qué alegría! — Es un gusto verte también, Rosario. — respondió tras lo cual la saludó con un beso en la mejilla. — Entre mis hijas y sus amigos, ¡cada día me siento más vieja! — Exclamó ella— ¡Mírate! Si me parece que fue ayer cuando jugabas con Bella en el jardín. Y ahora, eres todo un hombre y la llevarás a una cita. — ¡Hay, mamá! No lo atosigues con esa charla de que te sientes vieja. El muchacho no tiene la culpa de eso— Dijo una voz que se aproximaba desde la cocina. Era Noelí, quien no había podido evitar escuchar toda la conversación. Después se acercó al recién llegado. — Tú debes ser el que compró a mi hermana en la subasta, ¿eres Julio, verdad? — Y tú debes ser Noelí, la hermanita de Bella. Seguro que no me recuerdas pero tenías unos seis años, la última vez que te vi. ¡Has crecido! — Si, algo recuerdo de ti. Eras un tipo alto y flacucho. ¡Mírate! ¡Has ganado algo de músculo! ¿Vas al gimnasio? — No. En realidad, no es lo mío. — ¡Bien! Mi hermana necesita un hombre con cerebro, más que músculos. — ¡Noelí! — Exclamó Rosario— ¿Quién está atosigando a quién, ahora? La llevará a una cita, no va a hacerla parte de un harén. ¡Discúlpala! Mi hija más joven, suele experimentar un poco de entrometiditis. Es un síndrome que la empuja a entrometerse en lo que no le importa. — ¡Descuida!—repuso Julio— Es una muchacha honesta. Aunque el mundo no lo valore, es una virtud. ¡Sé tú misma!— Le dijo a la joven al tiempo que le mostraba un pulgar hacia arriba en señal de aprobación. Y aunque no intercambiaron muchas palabras ese gesto hizo que a Noelí le cayera inmediatamente bien este sujeto que saldría con su hermana. Se dijo que le gustaba como cuñado, aunque evitó hacer algún otro comentario de este tipo, algo que incluso para ella, hubiera sido excesivo. En ese instante apareció Benicio, el padre de la familia quien venía de la oficina-biblioteca de la casa. También se acercó para saludar al recién llegado. — ¡Bienvenido, ganador de la cita con mi hija!— dijo mientras le estrechaba la mano. — ¡Es un gusto verlo señor! — respondió Julio con mucha formalidad. — ¿Señor? — comentó el interpelado— ¡Que no muerdo, muchacho! Usa mi nombre, es Benicio. — De acuerdo, Benicio. Es un placer saludarte también. — Además que no somos desconocidos. Después de todo eras amigo de Bella en la niñez. — Si, fueron a las mismas escuelas. —recordó Rosario. — Es bueno que alguien conocido la ayude a reconectarse con el lugar. — Iremos al cine y a cenar. Sólo eso. — comentó Julio con sencillez. — Suena perfecto. — Agregó Benicio— Espero que se diviertan. En ese momento se escuchó una voz que venía del piso superior. Del entrepiso, para ser más exactos. — ¡Julio!— dijo Bella— Ya estoy lista. Espero que no hayas tenido que esperar mucho. — comenzó a bajar por las escaleras y lo vio rodeado por la familia. — — Para nada, no te preocupes. Bella llevaba un vestido sencillo de color verde zafiro que llegaba hasta sus rodillas. Encima lucía un sacón de algodón de color rojo que iba perfecto con su figura. Llevaba su cabello atado en una cola de caballo larga que caía con gracia sobre sus hombros. Y se había maquillado de forma minimalista resaltando sus ojos y sus labios. Era un look sencillo pero que en ella lucía glamoroso y especial. Además iba con sus sandalias de tacón alto que usaba con frecuencia, porque le quedaban perfectas. Julio la miró descender por las escaleras, claramente encantado con su presencia. Esto no escapó a la vista de Benicio y de hecho de toda la familia. La muchacha los vio allí pendientes como si la cita la fuese a tener una adolescente y se sintió ridícula. — Cualquiera que sea el tiempo que pasaste con ellos, desde ya te pido disculpas. — Le comentó a Julio. — ¿Por qué lo dices? — respondió él. — Tu familia me ha recibido muy bien— agregó. — Si, ya los conozco. ¡Se pasan de amables! — Yo sólo saludé a tu amigo de la infancia. — dijo Rosario. — ¡Nunca está demás chequear que no sea un psicópata!— dijo Noelí. — Yo soy tu padre, tengo todo el derecho a ver quién viene a buscar a mi niña. — ¡Papaaaaá! Tengo veintinueve, ¿recuerdas? ¡No diecinueve! — Y con eso, ¿qué? — De acuerdo, suficiente. Julio, vámonos ya. Le dio un beso a su papá y otro a su mamá. Cuando fue a darle uno a su hermana esta se le acercó y le preguntó al oído. — ¿Llevas protección? Bella abrió los ojos sorprendida. — ¿Protección? ¡Estás loca! — ¿Por qué no? ¡Es lindo! No vendría mal que te divirtieras un poco. — le respondió nuevamente al oído. Su hermana mayor se alejó un poco y sólo le dijo una última cosa en un tono medio de voz. — Después vamos a hablar tú y yo sobre esas películas sensuales que tanto miras. ¡No te vendría nada mal que vuelvas a ver las de ponis mágicos y princesas aunque sea un poco! — respondió al tiempo en que señalaba sus propios ojos con dos dedos y después los apuntaba hacia ella. Era una señal amenazante que significaba Te estoy vigilando. Noelí le respondió con una risita traviesa y le sacó la lengua de forma burlona. Bella tomó su cartera, abrió la puerta e hizo un ademán para que Julio saliera primero. Después los saludó a todos con una mano. — ¡Nos vemos, familia! El coche de Julio era un elegante descapotable de dos plazas de un bonito color olivo. Tenía una cabina cómoda, que transmitía una sensación agradable. El vehículo se puso en marcha y avanzó por la calle. — Y bien, — comentó ella— ¿A qué cine iremos? ¿Vamos a ver alguno de los filmes de estreno? — No exactamente, — repuso Julio— saqué las entradas para una función de cine noir francés en el centro cultural de la ciudad. Veremos uno de los mejores clásicos del séptimo arte. ¡Te encantará! ¿Cine noir? Cine n***o, claro. Había tratado de ver alguna de estas películas en Paris, sin éxito. Jamás logró interesarse en verla hasta el final. Generalmente eran en blanco y n***o, con tramas y ritmos propios de otras épocas. Comenzó a pensar en que tendría que haber averiguado un poco más sobre cómo iba a ser la cita para proponer cambios a tiempo. Pero no le dio tanta importancia, lo único que había tenido en mente era cumplir con el compromiso que dio en la fiesta y tal vez distraerse un poco. No se animó a presentar objeciones. Decidió que sería amable y que por el momento seguiría con lo pactado. Tal vez las cosas no saldrían tan mal.
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