Esa mañana Gustavo recibió una llamada inesperada en su oficina. Para su sorpresa era Giselle Sosa, la mujer que había llamado poderosamente su atención en los últimos días. El motivo por el que lo contactó era estrictamente profesional.
No especificó cuál era su preocupación, pero le dijo que se trataba de un asunto urgente que necesitaba consultar de forma inmediata. Acordaron que se reunirían cerca del mediodía en su estudio jurídico.
El despacho estaba en un edificio un poco antiguo en dónde funcionaban diversas oficinas. La suya era sencilla, pero sin lugar a dudas su mayor orgullo. En la puerta de entrada se leía “Gustavo Hernández Campos- Abogado Civil”.
Al ingresar había un pequeño hall con un sofá y una mesita de luz. Más allá se elevaba un panel tras el cual se encontraba la o
