6. La esposa perfecta (3)

1820 Words
Bajo el arco adornado con flores, el sacerdote mira a los novios y después a los invitados – El matrimonio es una sagrada institución y la ira de la diosa Ameritia caerá sobre aquel que la profane – extiende una bandeja con dos pañuelos, un plato y un cuchillo – General, su guante. Sin perder la expresión de enfado el General se quita el guante de forma brusca y extiende su mano. La ceremonia exige que cada consorte haga un pequeño corte en la mano de la otra persona y las dos gotas de sangre deben caer en un pequeño plato representando la unión de dos seres. No quiero lastimarlo, pero esto es parte de la ceremonia y también una tradición, solo las familias reales pueden aspirar a saltarse ese paso porque se considera un sacrilegio que su sangre corra, las personas comunes no pueden elegir. Con mucho temor presiono la punta del cuchillo apenas lo suficiente para hacer un corte delgado y retiro el cuchillo en cuanto la gota de sangre brota y cae sobre el plato, miro la herida con miedo – yo, lo curaré. El General Sigfred retira su mano antes de que yo pueda tocarlo y cubre la herida con un pañuelo presionando para que la sangre no salga. – Señorita Sheridan, es su turno. Él toma el cuchillo y rebana la punta de mi dedo hasta casi cortar un pedazo, un gemido se atora en mi garganta y la sangre brota manchando el plato y la bandeja, el sacerdote de prisa me cubre con el pañuelo. Las personas detrás de mí no lo notaron, el pañuelo se vuelve rojo por la sangre y en la bandeja se ve el desastre que provocó mi sangre. El sacerdote actúa como si nada hubiera pasado – dos almas bendecidas cruzan un solo camino para convertirse en una unidad – el sacerdote levanta el plato después de limpiar los bordes para que el exceso de sangre no sea visible – en nombre de la diosa Ameritia y del rey Primus Daigo yo los declaro, marido y mujer. Ha terminado, puedo curar mi dedo y despedirme de todo esto. – Marjory – Isabela corre a abrazarme – estoy muy feliz por ti. – Se muy cuidadosa – me aconseja mi madre. – Envíanos cartas de vez en cuando – dice mi padre. – Si te trata mal, no dudes en venir a verme – me dice Elizabeth con mucha convicción, a su lado Patrick se limita a sonreírme – buena suerte prima. – Muchas felicidades por su boda, el rey estará muy complacido – anuncia el enviado real. – La felicito por su boda señorita Marjory – dice el Duque Bastián, el hombre por el cual estoy siendo obligada a casarme. – Muchas gracias. Detrás de mi está el hombre con el que me he casado, no puedo escuchar un solo sonido, temerosa, volteo y descubro que él ya no está aquí, su familia y él caminan hacia la entrada. – Tristán dijo que tenía prisa, hija, tus maletas ya están listas, te acompañaremos a la entrada. ¿Las maletas?, entonces no habrá recepción ni una comida, apenas me he casado y tengo que dejar la mansión de mis padres para ir a la de mi esposo, a mi alrededor solo veo rostros calmados, Isabela sonríe mientras es abrazada por el Duque, solo Elizabeth entiende que estoy siendo víctima de una gran injusticia, pero ella no tiene el poder para hablar o quejarse. – Muchas gracias, iré enseguida. El pequeño lugar donde me case, es el mismo donde solía jugar cuando era pequeña, nadie colocó flores ni adornó o barrió el suelo, hay arbustos y hojas secas, una vez que las velas se recogen y los invitados se alejan, nada indica que cinco minutos atrás hubo una boda. Eso es todo. – Yo la acompañaré – dice mi madre y aparta a mi padre para que nos quedemos solas, él asiente y pronto somos las únicas caminando sobre el jardín hacia la entrada principal. No puedo ver al General, caminó tan rápido que no puedo alcanzarlo y la noche es tan oscura que no puedo verlo. – Es bastante simple – mamá me sujeta del hombro y hace que me detenga – tu padre debió hablarte sobre los matrimonios por contrato, hay respeto en lugar de amor, con el tiempo te darás cuenta de que fue un trato justo y que tuviste mucha suerte, así que no me avergüences y haz todo lo que tu esposo te diga, ¿me escuchaste? Mis manos se aprietan – madre, ¿estoy siendo vendida? – No seas ridícula, Tristán no es un tratante de esclavos, solo recuerda una cosa, él jamás debe enterarse de que todo esto lo provocó el Duque Bastián, si se entera y arruinas la felicidad de mi hija, diré que estuviste de acuerdo desde el comienzo y tu matrimonio será un infierno, ¿te quedó claro? – su mano presiona mi hombro provocándome mucho dolor – ¿te quedó claro? Casi no puedo creerlo, entonces el General no sabe que todo fue obra del Duque, él piensa que yo inventé todo, no es de extrañar su odio. – ¿Te ha quedado claro? – me sujeta de los hombros hasta hacerme daño. – Si – contesto de prisa. – Bien – me suelta finalmente – me alegra que hayas madurado, se hacen sacrificios por la familia. Ahora ve, tu esposo te está esperando – dice y me deja sola a diez metros de la entrada. Eso es todo, no hay más personas, estoy sola en la entrada donde esperan mis maletas y un hombre con aspecto de mayordomo. En total son cuatro maletas, todas mis pertenencias caben en un espacio tan reducido, una vez que salga, no quedará una huella de que viví en la mansión. Camino despacio y miro al hombre que me espera. – Usted... – Es un placer conocerla señorita Marjory, soy el asistente Cleric Darlian, trabajo para el General, me temo que el carruaje ya estaba lleno, usted tendrá que viajar aparte. ¿En qué? – Por favor suba. ¿Subir? El sonido del galope de varios caballos se escucha y veo mi transporte, sé que no soy la persona más inteligente del mundo, pero hasta yo puedo distinguir la diferencia entre un carruaje y una carreta, lo que está frente a mi es una carreta de carga que apesta a abono, hay una cortina cubriendo la parte frontal y trasera, los dos caballos se relinchan y el conductor voltea a mirarme. – ¡Qué tenga un buen viaje! – es todo lo que me dice el mayordomo y se da la vuelta para caminar, ni siquiera se quedará para ver que yo esté a salvo, solo se va y me deja atrás. Ni siquiera soy digna de subir al mismo carruaje que mi esposo y su familia. – Señorita, no tengo todo el día. Quiero corregirlo y decirle que soy una señora, pero no tiene caso, el asistente de mi marido ya me llamó señorita, no puedo llamarme señora después de eso. No es la primera vez que me subo a una carreta, camino hacia la parte trasera, me apoyo con las manos y me siento, después de eso subir es fácil. – Oiga, ¿va a dejar las maletas? – ¿Usted no las subirá? – Oiga, ¿tengo cara de cargador?, me pagaron para llevarla, si quiere dejarlas ahí, me da igual. – Aguarde – le grito y salto de prisa. Creo que tengo suerte de que sean solo cuatro maletas, cada una se siente infinitamente pesada, con cuidado las recojo y las levanto para subirlas a la carreta, desde el principio hasta el final el conductor me mira mientras se saca la cera de los oídos sin la menor intención de ayudarme, hago cuatro viajes en total, uno por cada maleta, cuando todas están arriba subo de nuevo. Mi dedo ya está curado, lo único que puedo sentir es cuanto soy odiada. La carreta se mueve y mi cuerpo se inclina hacia un costado, hasta ese momento no lo había notado, la carreta tiene una rueda en malas condiciones, por cada vuelta la carreta se desnivela, lo único que puedo hacer es colocar las maletas como barricada y recostarme, todavía puedo sentir cada bache y mi cabeza se golpea contra la madera. Afuera comienza una ligera lluvia. La distancia entre la mansión de mi padre y la mansión de la familia Sigfred es de tres horas, no conozco el tiempo porque haya ido antes, lo escuché en una de las ocasiones cuando Isabela visitó a la familia del General. A la carreta, le toma siete horas llegar a su destino. – Llegamos, señorita. Tengo mucha hambre. – Oiga, ¿no me escuchó?, llegamos. La persona que no subió mis maletas, tampoco va a bajarlas, con cuidado las llevo a la orilla, afuera llueve, me bajo y las tomo una por una llevándolas al pavimento donde está la entrada de la mansión Sigfred, continuó hasta completar las cuatro maletas y miro al conductor – muchas gracias. No me responde, solo se marcha. La lluvia arreció, uso el pañuelo con sangre de mi dedo para cubrirme la cabeza y miro hacia la mansión, esta oscura y parece vacía, no hay sirvientes para recibirme, me aferro al portón y empujo. Una persona sale de la mansión y me mira, es el asistente de nombre Cleric Darlian que me envió en la carreta, llegó antes que yo, eso significa que usó otro transporte, viajó en caballo o alcanzó el carruaje con la familia Sigfred en el que no se me permitió la entrada. Abre la puerta – por aquí señorita. Las maletas y yo ya estamos en la entrada bajo un pequeño techo, se comporta como el conductor y camina sin la menor intención de cargar las maletas, ya estoy acostumbrada, así que las cargo por mi cuenta y camino muy despacio. Llegamos a la entrada y me mira de arriba abajo – sus zapatos están sucios, use la puerta de atrás. – Espere, no sería más fácil limpiar mis zapatos – me cierra la puerta en el rostro – ¿qué hay de mis maletas?, ¿puedo meterlas? – También están sucias. Si están sucias podría ayudarme a limpiarlas, en lugar de eso me deja sola en la entrada con el vestido empapado y cubierta de barro. Si lloro ahora, lloraré por el resto de mi vida. Recojo las maletas y camino hacia la entrada trasera de la mansión, es más pequeña que la mansión de mi padre y no me toma mucho tiempo, la puerta está entreabierta y sobre el piso hay una alfombra. Esta es mi primera noche como la esposa del General Sigfred, y ni siquiera soy bienvenida en su casa, todo lo que imaginé se está desplomando poco a poco.  
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