Mi vestido está sucio.
La puerta de atrás de la mansión Sigfred conduce a una cocina y hay un tapete en el suelo, con mucho cuidado coloco las maletas en el tapete y busco un trapo para limpiar mis zapatos, arranco el trozo de tela que cocí al vestido dejándolo más corto y menos sucio, después con el mismo trapo limpio la parte de debajo de las maletas, todavía hay agua y mucha de mi ropa debe estar mojada, pero fue una gran mejora.
Veo la luz de una vela.
– Buenas noches – saludo a una joven vestida de sirvienta – yo soy...
– La señorita Marjory, el señor dijo que vendría, la llevaré a su habitación – da la vuelta para irse.
– Disculpe, podría ayudarme con las maletas.
Puedo ver la forma en la que me mira, como si yo estuviera loca – mis manos están ocupadas – de pronto sujeta el plato que contiene la vela con las dos manos y camina lejos.
Tomo dos maletas y la sigo.
Me lleva a una habitación pequeña en el primer piso, hay una ventana pequeña con una cortina blanca, una cama individual, una mesa con dos cajones y un armario con espejo, una alfombra guinda cubre el suelo y las paredes están adornadas.
– Qué pase una buena noche.
– Aguarde, yo, tengo algo de hambre.
– La cena ya se sirvió.
– Me mojé por la lluvia, ¿me podría preparar el baño?
– Los sirvientes ya están dormidos.
– Y el General Sigfred, ¿puedo verlo?
– Ya se durmió y no quiere que lo molesten.
Trago saliva – gracias.
Se va dejándome en una habitación que claramente fue improvisada, tengo frío y muero de hambre.
Esta es mi noche de bodas, no importa cuánto me queje o llore no cambiará el hecho de que a partir de ahora mi vida será de esta forma, pero...
No puedo aceptarlo.
No quiero hacerlo.
Mis maletas están mojadas, mucha de la ropa fue alcanzada por el agua, por suerte todavía quedan algunas prendas en la parte más baja que están secas, de prisa me cambio de ropa y seco mi cabello con una de las sábanas, no tengo otra cosa a la mano y no sé dónde está el baño.
Mi piel está muy fría, después de secarme y cambiarme el vestido solo resta regresar a la cocina por las dos maletas restantes y buscar algo para comer.
La cocina es silenciosa y oscura, no hay velas que iluminen el camino, solo puedo confiar en mi memoria y en mis manos que se deslizan por las paredes, mis pies están descalzos, la mansión es pequeña y rápidamente llego a la cocina, por el olor hay una canasta de pan sobre la mesa cubierta con una servilleta de tela, es todo lo que necesito.
Vuelvo a mi habitación donde nadie pueda quitarme el pedazo de pan que logre robar.
La noche se vuelve más fría y donde estoy no hay suficientes cobijas, el aire frío se cuela entre los espacios de la madera, recargo mis maletas sobre las paredes y encima coloco mi ropa para detener un poco el aire frío.
Hacer todo lo posible por tener una vida cómoda es todo lo que me queda, no es la primera vez que me quedo sin comer y tampoco es la primera vez que paso frío.
Puedo hacer esto.
Mañana hablaré con el General, sé que no me ama y odia haberse casado conmigo, pero yo también lo odio, si hablo con él y llego a un arreglo, nuestras vidas serán más cómodas.
Mañana será.
Después de comer, me recuesto sobre la cama enrollada con las sábanas, después de un tiempo mi cuerpo deja de temblar y me quedo dormida.
– Mañana.
De verdad espero, que puedo hablar con él.
*****
El clima es más agradable y los rayos del sol se filtran por la ventana, siento frío y al mismo tiempo mi cuerpo se siente caliente, respiró profundamente y junto mis manos bajando la cabeza.
*****
La energía fluye desde mi cuerpo hacia el espacio entre mis palmas, se forma una pequeña esfera negra del tamaño de una canica, mirándola puedo ver que realmente estaba enferma, resfriada y con temperatura alta, de haberme quedado de esa forma mi condición habría empeorado.
No importa, en tanto pueda curarme, puedo seguir con vida.
La mayoría de mi ropa está húmeda, me visto con un largo vestido rosa oscuro con detalles negros y salgo de la habitación, afuera los sirvientes transitan sin mirarme, en el comedor el desayuno ya fue servido, puedo ver a cuatro personas, el señor Parled Sigfred, padre del General, la señora Catalina Sandoval de Sigfred y su hija Kayla Sigfred que me mira con tanto odio como anoche.
– Buenos días.
– Llegas tarde – la señora Sigfred habla con rudeza – en tu familia puede estar bien despertarse cuando el sol ya está en lo alto, pero en esta mansión tenemos reglas y un horario que cumplir, la próxima vez llega a tiempo o no se te servirá el desayuno.
– Así lo haré.
Si no fuera por haberme negado la entrada a la mansión, el frío, el hambre o la fiebre, estoy segura de que habría despertado a tiempo.
– Siéntate.
– Muchas gracias.
El comedor es para ocho personas, el asiento principal está ocupado por el señor Sigfred, a su derecha está el General y a su izquierda su esposa y su hija, el lugar dónde debería sentarme.
– Hermano, ayer llegaron nuevos vestidos a la Luna Creciente, prometiste comprarme un vestido igual al color de rosa que compraste la vez pasada, no lo has olvidado, ¿cierto?
Antes de que pueda sentarme, Kayla se levanta y se sienta en el lugar junto al General, solo me resta sentarme al lado suyo o junto a la señora Sigfred que me mira igual que a una cucaracha. No quisiera ser parte de esta mesa, pero no tengo opción y me siento junto a ella.
– Ese es el lugar de Kayla.
– Pero ella...
– Ese es el lugar de mi hija, ¿ahora también quieres tomar esa posición?
– No me atrevería – me levanto y me siento a un lugar de distancia, por ley el lugar junto al General me pertenece, nuestra unión recibió la bendición del templo y la bendición del rey, pero nadie le dice algo a Kayla por sentarse en el que es mi lugar, en lugar de eso continúan comiendo.
El General no me ha mirado ni siquiera una vez, en esta habitación no soy más que un fantasma.
– Habrá otra convocatoria en el frente, tendré que viajar a finales del mes – dice el señor Sigfred mientras lee el periódico – ¿has pensado sobre lo que harás?
El General lo mira y duda por un momento antes de responder – lo he pensado, te daré mi decisión más tarde.
– ¿Volverás a irte?, no es justo, dijiste que te retirarías este año, papá no me deja asistir a banquetes sola, ¿cómo se supone que encontraré un esposo?
– Tienes catorce años, es muy pronto para buscar un esposo – la regaña el General Sigfred.
– Tengo la edad correcta, no quisiera casarme después de los dieciocho como ciertas personas – clava su mirada sobre mí – a esa edad las arrugas ya comienzan a notarse y el cabello pierde su brillo, las mujeres se ven realmente demacradas, no quiero que me pase eso.
Es bastante obvio que lo dice por mí.
– Cariño, no seas ridícula, no todas las mujeres se ven de esa forma, Bela tiene dieciocho años y es una perla que resplandece por su belleza, tú serás como ella – le dice la señora Sigfred y de reojo voltea a verme.
– Es cierto, Bela es tan bonita, tal vez ella quiera acompañarme a comprar un vestido nuevo, su gusto es exquisito, ¿qué piensas hermano?
– Te llevaré hoy.
El rostro de Kayla se ilumina y abraza el brazo de su hermano.
El General Sigfred es la única persona que puede darme mi lugar en la mansión como su esposa, una sola palabra suya haría que la servidumbre me respete en lugar de verme como una intrusa, y justo ahora, él este distraído y emocionado porque verá a mi prima Isabela.