Los matrimonios por contrato son comunes, las personas se casan para unir a sus familias, para salvarlas de la ruina o para cumplir con las exigencias de sus padres o abuelos.
No hace falta el amor, solo un poco de entendimiento.
Mientras las dos personas estén de acuerdo, pueden pasar el tiempo mínimo posible entre ellos y tener amantes por su cuenta, en tanto se reúnan para procrear un heredero, incluso pueden vivir en casas separadas o considerarse buenos amigos.
No es el matrimonio que quería, es el que me dieron.
El asistente del General me mira con desdén.
– Ella es Marjory Sheridan de Sigfred, mi esposa – anuncia el General.
Cerca de treinta sirvientes me lanzan miradas acusadoras.
– A partir de hoy tiene la autoridad para dar órdenes siempre que estas no vayan en contra de las reglas de la mansión.
Pocas personas podrían darme autoridad y desestimarme en una sola frase.
– Cualquier cosa que ella pida, mientras esté dentro de las posibilidades de esta mansión deben dárselo, ¿he sido claro?
– Si, señor.
– ¿Ahora estás contenta?
Actúa como si mi petición fuera irrazonable.
¡Me estoy muriendo de hambre!, ¿qué tan irrazonable es eso?, por la boda no pude comer, al llegar a la mansión se negaron a darme la cena y por el bien de mi futuro sacrifiqué el desayuno, en un día completo lo único que logré comer fue una pieza de pan, pero aquí estoy, recibiendo una fría mirada de mi esposo por exigirle que me trate con respeto.
No hay más para quejarse.
– Estoy contenta, muchas gracias General.
Me mira fijamente – Amelia, ven aquí.
Una joven de largo cabello n***o amarrado en una coleta aparece, en el camino me golpeó el hombro con fuerza y siguió hacia el General, su cuerpo es delgado y el uniforme de sirviente le sienta bien, es bastante linda y tiene una bella sonrisa en el rostro.
– Marjory, ella es Amelia Blanca, será tu asistente, cualquier cosa que necesites ella la manejará – terminando la frase camina pasando a mi lado sin siquiera mirarme y continua con rumbo a su habitación.
Siento que estoy siendo dejada atrás.
Los sirvientes se retiran, en el salón solo restamos dos personas, mi nueva asistente que mira muy tranquila y yo.
– Señorita Sheridan, la llevaré a su habitación.
– Todavía no, debo ir al comedor, para el desayuno.
– El desayuno ya fue recogido, la llevaré a su habitación.
– No he desayunado.
– Señorita, en esta casa hay un horario para el desayuno, la comida y la cena, si llega tarde o se retira, no se le servirá.
– Solo es un poco de comida, ¿no será peor si muero de hambre?
– Señorita Sheridan – la comisura de sus labios sube – no sea tonta, nadie muere por saltarse una comida.
– El General ha dicho que cualquier cosa que yo pida me la darán y debes llamarme señora.
Amelia alzó una ceja – el General dijo que obedeciéramos sus órdenes siempre que no vayan en contra de las reglas de la mansión, eso incluye respetar el horario de las comidas.
Fui demasiado optimista, en verdad pensé que las cosas cambiarían, ¡realmente fui ingenua!
– La llevaré a su habitación.
Mi habitación está exactamente igual como la deje, nadie ha venido a limpiar ni a recoger mi ropa para secarla – Amelia, mi ropa se mojó anoche, necesito que alguien se la lleve para lavarla y quiero que me preparen el baño.
– Enseguida, señorita.
Ya no me importa cómo me llamen.
Debí entenderlo anoche cuando él jamás llegó para consumar el matrimonio, para él esto no es más que una tarea que se vio obligado a cumplir y entre menos tiempo me vea, será mejor para él.
Nuestro contrato matrimonial lo obliga a dormir conmigo una vez al mes y asistir a un banquete como pareja una vez al año, no menciona cuántas veces podemos hablar o sí debemos hacerlo, eso significa, que a menos que irrumpa en su habitación de la misma forma en la que lo hice esta mañana, podría pasar el resto de mi matrimonio sin hablar con mi esposo.
Lo odio.
Lo odio tanto.
La puerta se abre y una mujer entra para tomar mi ropa, me ignora al grado de ni siquiera mirar mi rostro.
Tengo mucho sueño, pero si me quedo dormida me saltaré la comida y no podré comer, tengo que aguantar despierta y ocupar ese tiempo dándome un baño, así la hora de la comida llegará antes.
El tiempo pasa muy lentamente.
Por fin mi puerta se abre y veo a Amelia – ¿ya es hora de la comida?
– Ya ha comenzado, venía a avisarle que ya está listo el baño.
– ¿Qué? – olvida el baño – ¿Por qué no me avisaste?
– Pensé que ya lo sabía.
No tengo tiempo para quejarme, de prisa salgo de la habitación y corro al comedor, es tal y como Amelia dijo, la comida ya fue servida, después de saber que había un horario debí preguntar, ¡qué estúpida!
La señora Sigfred me mira de arriba abajo – no haré preguntas, es obvio que la familia Sheridan te enseño modales, pero tú no los aprendiste correctamente.
– Lo lamento.
Ella sabe que mi familia enseña modales porque Isabela los aprendió correctamente, por llegar tarde, todo es mi culpa.
Los platos en la comida son exactos para la familia, no hay un plato para mí, miró a las sirvientas que me ignoran, comienzo a creer que mi comida jamás estará lista al mismo tiempo que la de ellos.
Kayla sonríe muy emocionada y come de prisa, termina antes que todos y me mira fríamente – Tristán, ya estoy lista, nos vamos ahora.
– ¿Se van tan pronto?
– Veremos a Bela en la entrada norte de la plaza, hoy voy a probarme todos los vestidos de la tienda, ¿verdad hermano? – sus ojos brillan de forma picara.
– Puedes hacerlo.
Debajo de la mesa mis manos se aprietan con fuerza, si voy ahora, me desmayaré por el hambre y si no voy, dejaré que mi esposo pase el día con Isabela.
Quisiera...
– Kayla no te alejes demasiado de tu hermano.
La señora Sigfred sujeta mi muñeca evitando que me levante, la aprieta con mucha fuerza hasta dejar una fea marca.
Sin poder evitarlo, los veo irse de la mesa, el General sonríe, esa es una sonrisa que jamás me ha mostrado, tan sencilla y al mismo tiempo tan llena de felicidad, si tan solo un día en el futuro me diera una sonrisa la mitad de brillante que esa, sería tan afortunada.
La puerta se cierra y me quedo en silencio.
Mi mano duele, miro a la señora Sigfred que finalmente me suelta y sigue comiendo, lo hace de una forma tan lenta, llevándose cada pedazo a la boca con una gran calma, cada tres bocados, da un sorbo de agua, espera un poco y sigue comiendo. El señor Sigfred termina de comer y se despide mientras que la señora continua, han pasado treinta minutos desde que me senté y no hay un solo plato de pan en la mesa que pueda tomar.
– Mi platillo, sírvalo por favor.
– Se está preparando, tomará un poco más de tiempo.
Me humedezco los labios – somos cinco personas, para la cena, ¿sería posible preparar cinco platos al mismo tiempo?
La mujer a la cual le pregunto mira a la señora Sigfred esperando su aprobación.
– Es un pequeño retraso, te quejas demasiado.
Espera, no es posible, la persona que me ha estado haciendo esto desde el comienzo, es ella.