—¡Es mi problema, Lex! No soy una niña, ahora déjame en paz —sentenció furiosa Lex la miró con desaprobación, pero no podía detenerla, con Rebeca nadie había podido desde adolescente, la dejó ir, y tuvo que devolver el camino, pero sintió ese pesar en su interior, como un mal presentimiento de que algo no andaba nada bien. Rebeca siguió el caminó, y llamó a Denver, cuando supo que estaba sola, le indicó donde se había estacionado, ella subió a la camioneta, y él la miró con ojos penetrantes —¿Quién era ese hombre? —dijo con ojos oscuros —Nadie. Denver tomó su cuello con las manos, apretándolo con fuerza, dejándola sin aliento, mientras Rebeca lo miraba con terror, sintiendo como el aire escapaba de su cuerpo —Te lo preguntaré solo una vez más, así que di la verdad, o te juro que el a