—¡Lo siento, güerita! —¿Lo sientes? ¡Estoy cansada de tus disculpas! Deja de actuar de esta forma, Lex, tienes treinta y tres años, atrás quedaron las épocas de niñerías, ahora eres un hombre, y debes demostrarlo, ¡No vas a renunciar! ¡No acepto tu renuncia! Ahora, toma todas tus pertenencias, porque nos vamos —dijo Asia con voz firme y clara Lex arrugó el gesto, confuso —¿Qué? Pero, ¿A dónde? —A mi casa, no vas a quedarte aquí, no en este lugar que no te deja avanzar, ya no. Lex sentía que su cabeza podía estallar, estaba adolorido —¡Espera! ¿Qué dices? ¿Pos quien crees que soy, morra? No soy un perro al que puedes llevar a donde quieras —aseveró —¿Qué no eras un perro fracasado? Eso dijiste en tu mensaje: «Mi güerita, pos hay los vidrios, es lo mejor, porque nunca voy a ser lo q