La puerta de la cabina del restaurante donde estamos se abre, entra el camarero con nuestros pedidos y nunca en mi vida habría imaginado que odiaría a alguien que me trajera lasaña. Joe se recompone rápidamente y yo no puedo hacer nada por mi aspecto, aunque puedo imaginar lo descolocada que debo parecer, con la cara roja por la excitación y la vergüenza.
Tras colocar nuestros platos respectivamente, se marcha haciendo una buena demostración de profesionalismo y discreción. Joe me sonríe seductoramente mientras se abre paso hacia su filete. A mí se me ha quitado el apetito porque mi hambre es de otro tipo.
- ¿No vas a comer, hermosa?
Otra vez con ese halago que me hace sentir tan bien. Me limito a asentir, hincándole el diente a mi comida. El sabor es delicioso y reconozco que las cin
