Como decíamos, Razumov se sintió irritado. Su individualidad, que pendía de un hilo, se había hecho añicos súbitamente. «Tengo que ser muy prudente con él», se previno en el silencio que se prolongó mientras se sentaban, observándose mutuamente. Duró éste algún tiempo y se caracterizó —pues los silencios poseen su propio carácter— por una suerte de tristeza acaso atribuible a los modales suaves y reflexivos del funcionario. Razumov supo más tarde que el hombre en cuestión era el jefe de un departamento de la Secretaría General, con un rango civil equivalente al de coronel en el Ejército. Su recelo se intensificó. Lo principal era no verse arrastrado a hablar más de la cuenta. Se le había convocado por alguna razón. ¿Por qué razón? Para darle a entender que era sospechoso y sin duda para