—Pero yo, como sabes, no pertenezco a ningún círculo. Yo… No osó decir más. Tampoco osó alterar el paso. El otro, que con exacta deliberación seguía pegando y despegando del suelo los pies pobremente calzados, protestó en voz baja que no todo el mundo tenía por qué pertenecer a alguna organización. Las personalidades más valiosas se mantenían al margen. Los mejores trabajos se realizaban a veces fuera de la organización. Y acto seguido, con labios susurrantes y febriles, dijo: —El hombre al que arrestaron en la calle era Haldin. Y, aceptando el consternado silencio de Razumov como respuesta natural, le aseguró que no había lugar a error. El funcionario estaba esa noche de guardia en la Secretaría. Al oír gran alboroto en el vestíbulo, y a sabiendas de que los prisioneros políticos a vec