A cualquiera le daría rabia por la vergüenza que vivimos. Pero el ver a Viktor y Daniel pálidos y agachados con la mano en el corazón, como si hubieran corrido una maratón. Eso sí que es chistoso. — Vaya, tan grandes y tan cobardes —les digo riéndome con Aninka. — Dennos créditos, no nos gusta este género y sin embargo entramos por ustedes. Alzamos una ceja, Aninka y yo retenemos las ganas de reír. — Apiádense de nosotros, entre a esa sala, pero casi no vivo para contarlo —dice Daniel acercándose a nosotras—, creo que no podré comer hasta que mi sistema vuelva a su relajación. — ¿En serio? —pregunto — que lastima —dije con cara afligida, para después sonreír — bueno, ustedes nos pueden esperar afuera del restaurante o vernos comer. —miro a Aninka — ¿Te parece ir a comer brochetas de c