En cuanto Peter más veía cada escena de la película que puso a reproducir, la cual estaba en blanco y n***o, más recordaba las tardes junto a su amigo Kiran, con el que pasaba la mayor parte de sus días y al que quería y extrañaba más que a nada.
Estaba muy deprimido por el hecho de no volverlo a ver, y es que desde que se despidieron en aquel amanecer hacía años atrás, no tenía esperanza alguna de reencontrarse con su persona.
Solían escribir historias fantásticas juntos, de esa manera, podían saber cosas específicas y tener sus propios códigos, como cualquier pareja de amigos tendría.
El tipo de historias a las cuales estaban acostumbrados eran las de fantasía y ciencia ficción, ya que podían inventar todo lo que quisieran, incluso una vida distinta.
Kiran era un niño bastante aplicado, pero muy divertido, así que lo de él era enseñarle palabras curiosas, tocar varios instrumentos de forma autodidacta para hacerlo mucho más divertido y sobre todo jugar a los vaqueros, cosa que sin saber por qué, se convirtió en su juego preferido cuando estaban pequeños.
Daría lo que fuera por volver a hablar con él en persona, sin embargo, tampoco era que estuviera muy seguro de si lo recordaba con tanto cariño.
Junto al husky, comió bastante a gusto, incluso llegando a descansar unos quince minutos, en los cuales no dejaba de lado para nada el arma que llevaba consigo.
Se despertó de golpe, con los ojos muy abiertos, como la mayoría de las veces que intentaba dormir, siendo esta una necesidad real. No podía dejar de hacerlo, pero si dependiera de él no lo haría, nunca descansaría.
Estar alerta era parte de su vida llena de ansiedad, mucho más cuando sabía que huía de enemigos fuertes.
No siempre culpaba a su familia por lo sucedido, pero sí que deseaba hacerlo con todas sus fuerzas.
Respiró agitado, intentando calmarse, casi siempre le sucedía lo mismo desde que había huido de casa.
Corría pleno viento envuelto en arenilla por la calle donde hacía vida la familia Rahal, y el jefe del grupo, de nombre Adib, se hallaba en su oficina privada dentro de la residencia, donde se hacían las reuniones más importantes de la fábrica de alfombras y demás textiles que este regía.
En ese momento, se encontraban varios de los socios más importantes del negocio junto al mandamás para cerrar uno de los tantos tratos que tenían. Fue así como un Peter de diecisiete años se hallaba merodeando por los pasillos, como solía hacer sin que nadie le viera o le escuchara siquiera estar alrededor. Era su súper poder, o eso pensaba a esa edad, en donde al igual que en su infancia, disfrutaba de ser invisible.
Y no es que le molestara en absoluto serlo, pues creía fervientemente que debía actuar como si de una capa de invisibilidad se tratara, y ese era un asunto serio. No le importaba en lo más mínimo rayar en lo infantil o bizarro, pero era una costumbre que había adquirido de pasar tanto tiempo en compañía de Kiran, sin embargo, no se quejaba.
De todos modos, ese no era un buen día para ser curioso.
En una de las vueltas que dio por el almacén de su padre, notó por primera vez algo extraño y fuera de lugar.
Había dentro del cuarto un hombre al cual mantenían atado entre dos de los guardias de seguridad, cosa que no comprendió del todo, por ello frunció el ceño, quedándose desde su lugar, atento y vigilante de la situación que se vivía.
Estaba fuera del despacho que quedaba en la planta baja de la casa, el cual siempre habían utilizado a manera de tienda física, donde por supuesto, tenían cientos de muestras de distintas telas para remodelación y decoración de distintos espacios.
Aunque al pelinegro no le encantara en demasía de lo que se trataba aquel negocio, era lo que lo había mantenido con vida toda su existencia.
Lo que observó segundos después tras la puerta lo dejó en shock, ya que uno de los altos hombres de color que allí se encontraban, intensificó el amarre que tenía una soga que hasta ese momento no había notado en el cuello de quien se encontraba de rodillas en el suelo, en una posición para nada cómoda.
Observó a su padre, cosa que le generó escalofríos, pues su mirada parecía haber cambiado por completo, estaba oscura y maliciosa, con las cejas casi juntas y las manos entrelazadas encima de la mesa del escritorio.
Sabía que esa era la cara que ponía cuando se molestaba de verdad, y la había visto muy pocas veces en su vida. Aunque era cierto que tenía padres estrictos, ellos jamás hicieron algo para herirlo, en realidad, su padre siempre le decía que él sería su sucesor en cuanto al negocio, y que quería entrenarlo debido a ello.
No se quejaba, pero tampoco aceptaba aquella proposición, cosa que exasperaba a su progenitor.
Quitó todos esos pensamientos de su mente en cuanto pudo, los cuales hicieron que se distrajera de su verdadero objetivo, el cual era llegar al trasfondo de lo que estaba ocurriendo en el momento allí.
El hombre gritó por su vida, pero sonó bastante ahogado, incluso podía ver a lujo de detalles cómo intentó tomar los brazos de quien le asfixiaba.
El pelinegro menor de edad no comprendía el porqué ocurría algo de ese calibre a esas horas y a vista de cualquiera.
Era cierto que el despacho era muy privado y con un área muy escondida, sin embargo, él pudo notarlo, como cualquiera que entrar y quisiera conversar con ellos podría notar.
Sintió sudar frío cuando uno de los hombres salió de la habitación sin previo aviso, por lo que tuvo que correr a tanta velocidad como le dieran sus pies para no ser descubierto por nadie, mucho menos en tal situación peligrosa.
Cuando comenzó a correr, no se fijó realmente hacia donde se dirigía, solo siguió por una de las áreas a las que casi nunca iba, pues era un pequeño depósito de rollos de alfombra gruesa que no le interesaba mirar en absoluto.
Cuando llegó allí, pudo notar cómo el hombre también tenía intenciones de entrar allí, así que se acomodó, colocando la espalda pegada a la pared, para de ese modo no ser visto.
Mantuvo retenida la respiración unos buenos segundos, por lo que creyó haberse escapado de tal suceso, pero cada vez escuchaba los pasos más de cerca, y aunque estaba detrás de algunos rollos de tela, de algún modo supo que lo habían visto, así que en medio de su desesperación golpeó la pared con frustración, sin querer hacer ruido, simplemente dejar de lado su estrés.
En cuanto hizo aquello, una compuerta pareció abrirse tras de sí, haciendo que esta se doblara hacia dentro y el chico cayera de espaldas contra el suelo de la nueva habitación donde entró.
De inmediato miró hacia todos lados, desconcertado, el lugar por el que había entrado ahora se trataba de una pared que solo tenía algunas marcas verticales simulando ser una puerta.
Siguió escuchando los pasos y no pudo tener más miedo.
No fue un buen día para curiosear, pues lo que le esperaba era mucho peor.
...
La primera vez que Holly había visto una película de terror había sido en compañía de su hermana melliza, Heather, quien solía ser siempre más valiente que ella misma, por lo que la apoyaba en todo momento.
Casi siempre, tenía que estar en su compañía para ser valiente, sin embargo, cuando se trató de salvar a Arth y actuar a tiempo, no hubo duda en su actuar, por el contrario, estuvo siempre atenta y a plena disposición de ayudarle en lo que fuera necesario, especialmente en huir de ese lugar infestado.
Sin embargo, esa vez, se sentía menos valiente, y es que parecía haber distintos tipos de seres de esa índole, de los que querían devorarlos sin ningún tipo de aviso.
No lograba comprender cómo habían podido correr al que se veía como un merodeador, ya que este solo lograba escuchar, mas no ver con claridad, mientras que el otro era casi lo contrario, pero solo parecía activar sus sentidos con el calor.
Apenas Holly hizo el movimiento de incendiar la prenda de ropa, la criatura que antes parecía inofensiva, se volteó hacia ella sin que pudiera reaccionar antes, colgándose de las llamas que comenzaban incluso a quemar la mano de la pelirroja, por lo que en un intento desesperado por liberarse de aquella bestia que intentaba obtener lo que fuera de ambos, lanzó este lejos de su integridad física, queriendo mantenerse con vida.
Arth abrió sus ojos de par en par, abalanzándose hacia la chica, tirándola en el suelo, siendo que de esa manera podría hacer que la bestia no pudiera acercarse más a ella, mucho menos olfatear la piel afectada por las llamas.
Lo que parecía ser un ser inofensivo, se había transformado en otro totalmente diferente, y eso era lo que lo hacía peligroso.
Había casi duplicado su tamaño y dimensión en todos los sentidos, haciendo que sus dientes y ojos se vieran en especial aterradores, ya que habían cambiado su apariencia, y es que parecía ser que mientras más calor hubiera en un solo lugar, podían crecer sin control, agrandando su poder a escalas mucho mayores a las imaginables.
Aquel par tenía un miedo increíble, esperando por un milagro que hiciera que no fuera el momento de su muerte aún.
Sus plegarias fueron escuchadas por esa única vez, debido a que el mutante siguió el rastro de las llamas que comenzaban a esparcirse en un círculo en la alfombra del piso.
Cuando se halló fuera de la habitación, ambos pudieron respirar con tranquilidad, todo porque todo el ruido que estaba haciendo guiaba a los demás seres junto a él y los despistaba de su estadía en el lugar, lo cual era bueno, ya que habían varios de ellos concentrados en un mismo lugar, y ese definitivamente era un riesgo enorme.
Ambos se levantaron del suelo, Holly intentando cubrir la herida superficial que le había provocado el fuego en contacto con su piel debido al encuentro con el podrido devora-humanos.
En cuanto tuvieron la oportunidad, tomaron lo que fueron a buscar, y partieron de nuevo sin perder un segundo más allí dentro, menos con la amenaza de un incendio mucho mayor.
Con algo de dificultad por parte de Holly, pudieron salir de allí con éxito, volviendo despavoridos hacia la pequeña tienda donde se habían estado quedando.
Si así sería cada día de excursión, era probable que prefirieran quedarse en la seguridad de las cuatro paredes que les habían acogido, mas esa no era opción, ya que sabían que su siguiente paso tendría que ver con buscar más pistas que los guiaran de regreso con su grupo.
Todo sin tener en cuenta a los extraños seres que devoraban sesos.
Era mucho más fácil de decir que de hacer, pero irían a todo riesgo, de eso estaban seguros.
De tener que morir, morirían juntos o nada, esa había sido su promesa, y no pensaban romperla, ni siquiera por el fin del mundo.