Capítulo Dos: Hastío.

1514 Words
El restaurante del hotel Gunott, era compacto y bastante moderno, sin embargo, incluía mucha decoración autóctona de la isla, combinando colores y estampados interesantes. La comida no estaba mal, aunque el grupo de chicos solo hubiese probado el ceviche con aguacate y algunas margaritas con extracto de coco. Si bien, habían dejado claro que la noche sería solo para ellos, allí estaba Jaden, el chico más hiperactivo de todos, rubio y apenas alcanzando el metro sesenta y siete. Se encontraba tomando fotos para hallar de ese modo la portada más adecuada para su siguiente vídeo, documentando cada momento también entre todos para hacerlo memorable al ser su primera visita financiada por los fans. El momento de descanso tampoco podía ser usado como tal, no cuando se era influencer. Un precio bastante bajo en comparación al estilo de vida que llevaban, el cual había ido en aumento cada día que pasaba. Su contenido podía no ser el mejor, y a veces pasar por lo llamado clickbait, pero lo importante era que habían logrado su cometido, vivir de ello. Sobretodo Jaden Crawford sabía lo que era escalar de no tener nada a poder ayudar a su madre, quien era sorda de nacimiento, haciendo que pudieran comunicarse por primera vez en palabras desde que obtuvo ayuda tanto médica de cirugía como de aparatos auditivos que mejoraron para siempre su calidad de vida. Aún podía recordar cómo Miranda le dedicó una asombrada mirada cuando su madre dijo que la había escuchado decir su propio nombre al teléfono, luego de llegar de la escuela. Su hermana pequeña no se esperaba que realmente pudieran ayudar a su madre con el problema auditivo, por lo que su regalo sorpresa de cumpleaños fue el que Meredith le cantara por primera vez el cumpleaños feliz. Siendo que le pidió ayuda a su hijo mayor durante dos semanas para poder aprenderse la letra. Ese día todos lloraron abrazados, y Jaden se hizo a sí mismo la promesa de mantener feliz a su pequeña familia. Se había distraído bastante de lo que estaba haciendo, y para cuando se dio cuenta, ya pasaban de la una de la madrugada. Se encontraba en el amplio mirador de la playa, todo estaba oscuro y vacío, solo el mar hacía eco de fondo, al igual que sus pensamientos. De repente tenía un cigarrillo en su boca que no recordaba haber encendido, pero le iba bien en aquél momento, con casi diez margaritas encima y llevando a su mente por los entretejos de su consciencia. Caminó más allá de donde estaba, llegando hacia el borde del mar, en donde se quedó unos momentos más. La única motivación presente en su memoria era la imagen de su madre despidiéndose de él en el aeropuerto. Su pequeña hermana de quince años recién cumplidos sonriendo a más no poder, dejándole un abrazo y una carta extensa como si se dirigiera a la guerra en vez de a unas pequeñas vacaciones. Soltó una risa al aire al pensar en el carácter de su hermana, tan fuerte que sabía que podía con cualquier problema que se presentara, era mucho más madura que él en toda su vida, la quería demasiado y por ella se esforzaba cada vez más, quería que su futuro pudiera brillar tanto como las calificaciones que mantenía. Terminó por subir a su habitación, bastante distraído del paradero de sus amigos, pues estaban cansados y seguro les hablaría en la mañana para continuar con su proyecto, los dejaría descansar, puesto que siempre era el que mantenía al grupo entretenido, y por primera vez pensó que era muy impertinente, en que si quería hacer de su trabajo un ingreso estable, debía hacerlo bien, sin perder su forma de ser, pero aprendiendo a mantener el espacio personal. Finalmente, cayó dormido en la cama de dos plazas. ... Corría el año 2003 en Tornes, ciudad natal de Peter Rahal, quien contaba con ocho años en ese entonces. Siendo un niño de raíces extranjeras, no concordaba muy bien con los demás chicos de su edad, sin embargo, eso no importaba en demasía cuando jugaban a los encantados, cosa que amaba el pelinegro. Por desgracia, la inocencia no es algo que perdure, y eso se haría evidente en su vida pocos años después. Aunque había visto a Candev, el país donde residían, como su hogar, teniendo costumbres tanto propias como de allí, el jefe de familia les informó que sería lo más propicio mudarse, ya que había hecho negocios por una buena casa lejos de su lugar de residencia, donde podrían ser felices, y, donde según, la discriminación era mucho menor. Sin una pizca de ánimo, los Rahal llegaron al distrito Nord dos meses después, en los cuales Peter solo podía llorar, pensando en que no vería nunca más al único amigo fiel que logró hacer, un niño de piel canela llamado Kiran, con el que compartió la mayor parte de su infancia. Al pisar territorio desconocido, supo de inmediato que extrañaría el clima helado casi hostil al que estaba acostumbrado, que, en comparación a su nuevo lugar de residencia, era todo lo contrario. No le gustó para nada la oleada de calor que le recibió, mucho menos enterarse de que así era la mayor parte del año.  Quería huir a como diera lugar, pero ni siquiera sabía en dónde estaba con exactitud, así que era muy difícil que pudiera llegar él solo hasta Candev de nuevo, sumado al hecho de parecer extranjero. Al entrar en la casa prometida, pensó en que la de Tornes era mucho más bonita, quizás mejor situada y con personas más amables, si podía decirse así. No le veía lo bueno, pero intentaría darle la oportunidad, únicamente para agradar a sus padres. Al menos tendrían un negocio estable en la planta baja de la propiedad. Su padre había negociado con un ciudadano estardniense, comprando esa casa con local propio incluido, para instalar allí las famosas telas y alfombras provenientes de sus tierras que llevaban con ellos todo el camino, eran alrededor de tres transportes de mudanza para movilizar todo el material. Aunque nunca supo cómo organizarían tantas cosas en una sola casa, la cual ni siquiera poseía sótano o altillo. Al final de la semana, ya estaban todos instalados, incluyendo la mercancía, la cual parecía ser mucho menos cantidad al estar en un solo cuarto. Una vez más, subió a su habitación, que quedaba en la segunda planta, era su pequeña rutina desde el día en que llegaron. No le gustaba salir mucho, pues la gente, aunque no dijera nada, le veía con cierto recelo y ceño fruncido. Simplemente no podía comprender cómo en un pueblo, el trato sería mejor que en una ciudad, donde la diversidad era más común y aceptada. Aún cuando la gente le llamara distrito, no lo convencerían de ello jamás, todo estaba tan en la ruina, abandonado en el tiempo un siglo atrás, que simplemente la modernidad no cabía como concepto, y por tanto, las oportunidades no serían demasiadas. Se sentó en el pequeño escritorio improvisado, haciendo lo único que sabía y disfrutaba para sacar su frustración, escribir. Le escribió por segunda vez una carta a Kiran, carta que, por supuesto, no podría enviar sin permiso; uno que sabía que nunca le concederían. De ese modo, escribió por años a su amigo, solo que sin enviar ninguna misiva, más a modo de diario, en el cual le comentaba su día a día para no sentirse tan dejado de lado. Aunque tenía mucho más de lo que podía aspirar, nada le parecía suficiente para llenar el vacío llamado soledad. ... De vuelta al presente, el mismo Peter despertó con el corazón en un puño, en su habitación de hotel, exactamente a las 5:23 a.m. Todo seguía oscuro, sin embargo, lo que le instó a abrir los ojos no fue una pesadilla, sino unos ruidos incesantes en su puerta. Tuvo genuino miedo, ya que era posible que le estuviesen siguiendo. Los enemigos de su padre jamás se detendrían. Con ese pensamiento en la cabeza, sacó de su bolso de viaje el arma que había pasado de contrabando en el aeropuerto, puesto que nunca podía permitirse estar tranquilo, mucho menos bajar la guardia. Abrió la puerta con cuidado, y tembloroso a más no poder, se colocó detrás de ésta, esperando que alguien entrara. Alguien parecido a un ladrón, pero lo que nunca se esperó fue encontrarse cara a cara con lo que parecía ser un cadáver, que además podía moverse, era agresivo y amenazaba con morderle con sus dientes filosos. No pasaba a creer lo que su vista le mostraba, ya había tenido episodios de esa índole, aunque nunca tan vívidos como para olfatear putrefacción y sangre seca. Sintió que su mente le jugaba una mala pasada y corrió, sin más, fuera de allí, pasando por los pasillos del hotel en busca de las habitaciones de sus amigos. Si estaba teniendo un ataque de pánico, no podía quedarse solo, necesitaba ayuda. Lo que no podía haber sabido, era que de su grupo, él era el único restante en el lugar. 
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