Por desgracia, Jaden no siempre había sido así de feliz, ya que su padre había muerto cuando él tenía seis años de edad, dejándole junto a su madre y su pequeña hermanita casi por cuenta propia.
Primero pensaron que el hombre había desaparecido, sin embargo, tiempo después, descubrieron que no, que su muerte había dado lugar a muchas interpretaciones, y es que este pertenecía a la armada, por ello, los militares lo convocaban cada vez que quisieran.
Cuando eso ocurría, los niños se quedaban con su madre, quien no poseía muchas habilidades para comunicarse, pero hacía hasta lo imposible por llevar a sus hijos a terapia de lenguaje y enseñarles el de señas, por medio del cual ella solía conversar con las personas promedio.
Le había dolido en el alma no poder criar adecuadamente a sus criaturas, como cualquier madre lo haría, pero habían tenido que salir adelante a pesar de las circunstancias.
Siempre tuvieron lo justo y lo necesario, ni más ni menos.
Aunque casi siempre el de cabellos claros intentaba ayudar a su madre, no significaba que los milagros realmente existieran de la noche a la mañana, nada se les fue concedido de gratis.
La abuela materna de los niños había muerto cuando Jaden cumplió los once años, y ya para ese momento, era más fácil enfrentar a la muerte, pero no por ello menos doloroso.
Esta mujer le había formado un carácter colaborador, comprensivo, valiente y sobre todo agradable, para que pudiera de ese modo tener la facilidad de controlarse si la ira intentaba hacerse cargo de su mente.
Les enseñó muchas cosas, que de seguro su madre moría por compartir con ellos también, pero esta no se quejaba, pues el apoyo que les brindaba era más que suficiente. El amor de una abuela no podría ser reemplazado por nada en el mundo, sin importar cuánto se intentase.
El día del entierro de su segunda mamá, como solía llamarla el pequeño chico, fue un día desolado y opaco, pareciendo tan triste como ellos mismos.
Las nubes no dejaron de cubrir el cielo, y cuando comenzó a llover, no paró de hacerlo por al menos tres horas, tiempo en el cual solo podían pensar en cuánta falta les haría de ahí en más la querida señora.
Ella había tenido una historia poco agradable de contar. Resulta que ella era costurera en una fábrica de trajes de lujo, y él, era el hijo del dueño de dicho imperio.
Ambos se enamoraron e iniciaron una aventura de lo más divertida y romántica para ese momento, ambos eran jóvenes, razón por la cual el amor parecía ser suficiente en todas las ocasiones, ganando la mayoría de las guerras a las que se enfrentaban.
Querían casarse, desde luego. Quien fuera su abuelo, le había pedido matrimonio frente a todos los que hacían vida en la fábrica, en medio de un evento de enjundia, al cual la invitó tras darle uno de los vestidos de alta costura que solía crear y solo podía imaginarse en ellos debido a sus escasos recursos.
Cuando entró en la sala, pudo describir en uno de sus tantos relatos de las tardes de agosto que solían conversar con ella cuando se encontraban de vacaciones, que todos se le quedaron viendo con facciones embobadas, se sintió como una total princesa, salida de los relatos más hermosos que la mente de los poetas pudiera crear.
Al estar en medio de cuantas miradas se le cruzaron, con cumplidos incluso subidos de tono, supo que la sociedad era bastante superficial, ya que solo observaban el traje donde estaba enjutada, y nunca la vieron a ella en sí.
Había pasado allí unos años, en lo cuales contó que se había sentido completamente invisible, pero que apenas pudo tener a su disposición aquél vestido, su vida pareció cambiar de la noche a la mañana, o al menos eso creyó con ilusión.
Esa noche, se entregó al hombre que amaba, jurando amarse por siempre, sin embargo, cuando el fruto de su amor se dio a conocer, surgiendo un bonito embarazo, el hombre se vio aparentemente feliz, pero pasadas unas cuantas semanas de prometerle casarse con ella, su familia le obligó a abandonar el país, o esa fue la versión que le contarían los que quedaron en la fábrica días después de no encontrarlo.
Buscó y buscó durante meses saber algo sobre aquél hombre que era el amor de su vida, pero lo cierto fue que este nunca regresó, y cuando todos se enteraron de que la niña que tuvo nació con problemas de audición, la repudiaron, diciendo que la madre estaba loca y que en realidad jamás había estado con un Shearer, cosa que no era cierta.
Despidieron a la mujer de la fábrica sin siquiera darle una buena liquidación por el tiempo al servicio de la empresa, lo cual, no pudo dolerle más.
Desde allí, se las tuvo que ingeniar cosiendo desde su casa para hacer que la niña tuviera un buen futuro, y pensó realmente haberle dado uno al saber que cuando creció se casó con un militar de buena familia, pero cuando la tragedia de su muerte ocurrió en batalla, la familia nunca más los contactó, por ende, nunca vieron ni un poco de la herencia que este dejaría para sus dos hijos y su esposa.
Payton se arrepentía de tantas cosas en su vida, pero nunca se arrepintió más de colocarle el apellido Shearer a su única hija, quien llevaría la marca de la vergüenza por siempre, de ser parte de ese núcleo familiar tan desagradable, como lo era el que algún día creyó su amor verdadero.
Ella se dio cuenta muy tarde de que tal cosa como el amor no existía, pero se encargó de hacer de sus nietos niños fuertes y capaces.
Eran demasiado inteligentes para muchas cosas, por eso siempre les advirtió de todos los riesgos que había en la vida, estaba convencida de que aprenderían de ella todo lo que fuera necesario.
Para Jaden la memoria de su padre era sagrada, sobre todo por saber que sí le quiso aunque fuera un poco, pero la guerra lo arrebató de su vida.
Aún así, no se podía quejar, su legado era algo que atesoraría por el resto de su existencia.
...
La primera vez que a Peter Rahal le dieron una respuesta negativa viniendo de sus padres, este tan solo tenía tres años de edad, y es que su madre se negó a complacerlo con un helado de limón de los que vendían cerca de su casa, y su padre jamás discutía con ella. Desde ese momento, el rechazo quedó grabado en la mente del niño.
Antes de mudarse, solía ser un niño muy feliz y hasta extrovertido algunas veces, cuando se le hallaba en compañía de Kiran, su mejor amigo.
Todo se oscureció cuando un día de pleno verano, el padre de Peter se vio envuelto en un negocio turbio aún sin pretenderlo, todo tras mudarse a un nuevo entorno.
Sucedió un buen día, que se dio cuenta de que sus trabajadores habían hecho un hallazgo inquietante entre las telas de las alfombras, tenían distintos patrones, pero estaban marcadas debido a una razón.
Dentro de los rollos de las alfombras, habían paquetes con un contenido sospechoso, una especie de polvo blancuzco, los cuales, no habían visto tan de cerca.
Resultaba ser que una red de narcotráfico bastante famosa, había ido de compras para remodelar sus instalaciones, pero evidentemente, no tenían conocimiento de que eran un grupo organizado de ese tipo.
El jefe de familia no podía creer lo que sus ojos presenciaban, tenía un miedo terrible instalado en su garganta, como si aquel nudo no le dejara hablar en ningún sentido.
Exigió una respuesta lógica para ello, sin embargo, esta no fue dada de inmediato, sino que se tuvo que someter a investigación forzada durante varios días para llegar al trasfondo de aquello.
Cuando lograron descubrir de qué se trataba, no daban crédito, ya que provenía de uno de los sitios de reunión más comunes para algunas personas que formaban parte del gobierno, lo cual le preocupó en demasía, ya que no podría demandarlos aún si quisiera. Además, le habían amenazado para que no hablara de absolutamente nada de lo ocurrido.
Su deber era callar, por ende, tampoco su propia familia podía saber a lo que se enfrentaban, en especial su esposa e hijo, quienes eran los más vulnerables de allí.
Al hombre le preocupaba mucho la situación, pero no podía hacer más que seguir las órdenes que se le eran requeridas.
Eran muy específicos con el cuidado de la mercancía, haciéndoles saber que cualquier movimiento en falso los pondría en peligro con total seguridad.
No dejaría que s familia se enterara de lo que era el negocio hasta que fuera en extremo necesario, una situación de vida o muerte.
Ese día de vida o muerte llegó cuando Peter cumplió los dieciséis años.
Él siempre había sido un chico curioso, sin embargo, ese día en específico, lo fue un poco más que de costumbre, logrando ver incluso lo que nadie aparte de sus agentes de seguridad habían logrado presenciar.
La mirada en sus ojos jamás pudo olvidarla, le hizo saber que había perdido cualquier tipo de confianza y cariño que alguna vez le tuvo solo por el hecho de ser su padre, y es que sabía que el niño estaba resentido de algún modo debido a que casi nunca le daba permiso para que saliera a disfrutar de la vida con sus demás amigos como un chico normal.
No era que no quisiera dejarlo salir por maldad, sino todo lo contrario, porque le quería demasiado, no podía darse el lujo de dejarle desprotegido a merced del mundo cruel en el que vivían.
Jamás había querido que su niño fuera una persona infeliz, pero no podía ofrecerle otra vida.
Había huido de un negocio ilegal en el lugar donde solían hacer vida, y pensó que esa vez sí podría hacer las cosas de la manera correcta, pero no fue así. Una vez más lo había atrapado el negocio de la maldad, la tentación del maligno, como diría algún cura en las misas aburridas que se dictaban los domingos cerca de la casa donde se hospedaban, que también era lugar para el negocio de telas, alfombras y demás decoración de interiores.
Su sueño siempre había sido tener un negocio exitoso, pero no sabía que era posible que cosas como esas sucedieran fuera de la ficción de las películas o de los libros fantasiosos.
A pesar de todo, quería ver a su familia unida, pero eso tenía un precio, siempre lo tenía cuando se era parte de una familia extranjera en un país nuevo.
El dolor máximo podía observarse en la faz del jefe de los Rahal, resbalando una lágrima por su mejilla cuando se enteró del fallecimiento del único orgullo que había tenido en su vida.
El sentimiento de pesadez no parecía querer dejarle ni un segundo, tampoco a su esposa, que podía ser posible que en algún momento dejase de respirar debido al asombro causado por la triste noticia.
Cómo deseaban poder abrazarle una vez más, pero eso era algo que ya no estaba dentro de las posibilidades de ningún ser humano.