Cambio de aires. 1

3881 Words
Lucille estaba sentada en la orilla de la cama contemplando su imagen en el reflejo del espejo de cuerpo completo que estaba frente a ella, tenía las manos juntas con los dedos entrelazados mientras su mente le daba vueltas al mismo tema una y otra vez, estaba a nueve horas de partir hacia el aeropuerto con toda su familia que se mudaría al otro lado del país para comenzar desde cero una nueva aventura en las montañas boscosas, estaba a nueve horas de abandonar Georgia para mudarse a Oregón porque era incapaz de poder mantener un pequeño apartamento gracias a toda la crisis económica que abatía el país, los precios de la renta estaban por la estratosfera y su salario de dependienta de tienda no daba para mucho, menos si propia abuela le quitaba la mitad de su salario en concepto de renta. Su abuela paterna, Marta Shepard, era una mujer con la cabeza blanca por las canas, pero su rostro no aparentaba los años que tenía encima, era una mujer bastante fría y ambiciosa, era quizás por eso que todos sus hijos se fueron de casa apenas cumplir la mayoría de edad y era una mujer tan difícil que ni sus nietos iban a verla más que para fiestas estrictamente familiares. Para William fue muy difícil aceptar desde un principio la idea de ir a vivir con su madre mientras esperaban a que la casa se vendiera antes de mudarse al otro lado del país, Amanda ya había sido víctima de muchos malos tratos por parte de Marta y eso era lo que William no quería, que su esposa se viera sometida a un mes de tortura, pero Amanda estaba convencida de que un mes era un tiempo muy corto y podría ser pasajero, sin embargo, el aparente mes donde se iba a vender la casa se convirtió en un tiempo de seis meses de muchos problemas, desde que la venta de la casa se tardó, hasta que el señor Pemberton tuvo problemas con su rancho y no pudo recibirlos en el tiempo establecido. A la familia Shepard se le unió un joven hombre de veintisiete años, Omar Morales, un hombre de cabello castaño y profundos ojos marrones, alto y de complexión delgada, era el novio de Anette, aunque para Lucille parecían chicles porque siempre querían pasar juntos, ambos trabajaban con William, Omar desde que estaba en la secundaria al igual que Anette, así que el hombre era un hijo más para la pareja Shepard y sobre todo después de que sus padres lo rechazarán por su relación pues ellos querían a otra mujer para su hijo, pero Lucille era la única que no lo veía de ese modo pues era un hombre que no perdía la oportunidad para meterse con sus decisiones, intentar dar consejos sin ser solicitados y querer mandar sobre su vida como si él fuese su padre o hermano, era odioso para ella. La abuela Marta los puso a pagar renta a todos, Omar no era parte de la familia y recibió el mismo trato que recibía Amanda junto al resto de sus nueras, si quería vivir con Anette como pareja antes de casarse iba a pagar la estancia de ambos como hombre que era, William pagaba por su esposa y su hija Alicia que apenas tenía doce cuando se fueron a vivir con la abuela, Lucille cubría su propia renta, la más elevada porque era una desobediente y la abuela la estaba castigando, vaga por no querer estudiar en la universidad y mediocre por ser una simple trabajadora en una tienda. Lucille pasó seis meses escuchando a su abuela hablar sobre los buenos hombres que ella crío, todos sus hijos universitarios y grandes profesionales resaltando sobre todo a William, Anette era una gran veterinaria y no comprendía porque Lucille no podía seguir los pasos de su hermana mayor, la criticaba hasta porque no tenía pareja, pero cuando Lucille le contaba a su madre sobre haber conocido a un chico la mujer la criticaba que si tuviera pareja no serviría para atenderlo porque era una inútil, total que nunca podía dejarla callada; durante los últimos seis meses quienes se llevaron la peor parte de las quejas de Marta fueron Amanda y Lucille, a pesar de que William le ponía paros firmes, la mujer siempre seguía rodando sobre lo mismo y era frustrante para todos, hasta las notas de Alicia se vieron afectadas gracias al estrés que abuela causaba, por suerte la casa finalmente se había vendido y William podía tomar posesión de aquella propuesta de trabajo que seguía en pie, pero Lucille no quería mudarse con ellos y llevaba dos meses haciendo hasta lo imposible para conseguir un apartamento de una renta considerable. Se levantó de la cama de un solo salto cuando escucho su celular sonar, estaba esperando la llamada de una mujer que rentaba un pequeño estudio a un buen precio, Lucille le había presentado toda la documentación sobre su trabajo y ganancias netas esperando poder convencerla de que le permitiera rentar sin dar un depósito tan alto, la mujer le aseguro que esa misma noche le daría una respuesta, así que cuando su celular sonó, Lucille salto a responder y le dio la espalda a la puerta permitiendo que Alicia se asomara pues le llevaba una taza con té que su madre había mandado. — ¿Que dice? — Lucille sintió su cuerpo frío — Pero yo le di seguridad sobre querer rentar su estudio... — se mordió el pulgar — ¿Cuánto más? — la respuesta la hizo cerrar los ojos con decepción — No puedo pagar esa cantidad y menos por un lugar tan pequeño... Yo sé que necesito el espacio, pero es mucho dinero... No, está bien... Gracias por nada. — cortó la llamada y con mucha rabia tomó uno de los peluches para arrojarlo contra la esquina del cuarto. — ¿Que paso? — Alicia hizo notar su presencia. — Había conseguido un pequeño estudio a un buen precio para poder quedarme, pero la vieja desgraciada acepto rentárselo a un estudiante que le ofrecía quinientos dólares más por un espacio de seis por tres. — se volvió a sentar en la orilla de la cama. — No será tan malo comenzar desde cero en Oregón, quizás puedas conseguir un trabajo mejor pagado del que tienes en estos momentos. — Alicia le entregó la taza. — Gracias... — la tomo dedicándole una sonrisa a su hermana — Mudarme al campo no es algo que estaba en mis planes y menos continuar atada a mis padres con la edad que tengo. — Lucille quería su libertad y conseguir su soñada carrera. — Apenas acabas de cumplir veinte años, mamá dice que aun eres muy joven y que tienes mucho camino que recorrer. — Alice se sentó a su lado. — Lo dices porque apenas eres una niña que está entrando a su adolescencia, no comprendes lo frustrante que es tener un trabajo de mierda, vivir con tus padres y ser incapaz de rentar un lugar, si no fueran tan cuadrados y ridículos muy posiblemente ya estaría a más de la mitad de mi carrera. — Lucille vio a su hermana de reojo sabiendo que desconocía muchas cosas. — Sigues llorando por eso ¿Por qué no avanzas? — Alicia era una niña muy lista — Quizás en Oregón encuentres un trabajo más remunerado y puedas conseguir lo que tanto quieres... — pasó el brazo sobre sus hombros — ¿Por qué no te gusta nuestra familia? — ambas se vieron a los ojos. — Porque soy la hija del medio. — Lucille entrecerró los ojos. — Es verdad... — Alicia arrugó la nariz — Que fea esta tu situación. — le dio un beso en la mejilla antes de levantarse y salir del cuarto. Lucille amaba a sus hermanas a pesar de que soportaba muy poco a Ninette, Alicia era su princesa y velaba por cuidarla, ayudarla en lo que necesitara y de vez en cuando le compraba los caprichos que sus padres le negaban, pero nada de eso la convertía en una mocosa mimada y odiosa, sabía que Alicia estaba más que encantada por mudarse porque eso significaba cambiar de colegio y es que ese año había sido terrible para ella por temas de otras chicas abusivas que llegaron a causarle daño físico solo porque Alicia prefería no defenderse y es que no tenía carácter para pelear, por suerte tenía dos hermanas que no le tenían miedo a los puños ni a las madres neuróticas que juraban que sus hijas eran angelitos aun cuando había evidencia de que solo eran matonas frustradas. — Hija... — William asomo la cabeza por la puerta — ¿Ya tienes tus maletas listas? — entró mientras veía el cuarto medio limpio. — Todavía no, estaba esperando noticias de un apartamento, pero de nuevo no se dio. — largo un suspiro pesado. — Aunque te hubiese salido, no iba a permitir que te quedaras en esta ciudad tú sola... — se sentó a su lado — Somos una familia y nos vamos a mudar todos juntos, en Valle Cascada hay una universidad con un excelente programa de veterinaria, todavía no es tarde para comenzar. — tras sus palabras la vio ponerse en pie. — ¡Voy a terminar las maletas! — gruño con molestia — ¡Mañana se jode mi vida por completo y recuérdame darle las gracias a mi madre por fastidiar mi única oportunidad para ganar más dinero trabajando! — sabía que su madre Amanda le había saboteado una oportunidad de trabajo. — Lucille por favor... — el hombre se levantó y la tomó de los hombros — No vuelvas a decir eso, sabes que tu madre te suplico perdón de rodillas por lo hizo, la pasó muy mal y todavía se sigue culpando. — le dio un beso en la coronilla de la cabeza. — Lo siento, pero no puedo perdonar tan fácilmente, era mi única oportunidad para conseguir mi independencia. — se le hizo un nudo en la garganta mientras apretaba los puños. — No te cierres tanto mi cielo, hay muchas oportunidades en este mundo, piensa en que vamos a ir a una ciudad nueva y quizás ahí las cosas cambien. — tuvo que rodearla con sus brazos en un abrazo de consuelo. — Vamos a un rancho asqueroso donde lo que abundan son mosquitos y mierda de vaca, no oportunidades de trabajo y tampoco es mi deseo ser la sirvienta de un viejo rico. — Lucille se alejó de su padre. — No vamos a vivir en los establos, viviremos en un rancho que es precioso y tú lo sabes... — se cruzó de brazos — Estás haciendo berrinche porque no quieres irte de aquí, pero realmente solo tienes dos opciones, irte con nosotros o quedarte con tu abuela. — William molesto a su hija de nuevo. — ¡Como siempre, tú y mamá saboteando mi vida, cerrando mis opciones y jediéndome la existencia porque no soy su títere! — Lucille se fue del cuarto antes de hablar de más, aunque aquellas palabras no fueron para nada amables. — ¡LUCILLE! — Amanda le gritó e intento detenerla pues escuchó sus últimas palabras — ¡Nunca va a perdonarme el haber mentido cuando me pidieron referencias suyas! — casi rompe en llanto. — Ya le va a pasar el capricho, se va a acostumbrar a vivir en el rancho y conseguirá un trabajo nuevo cómo tanto quiere. — William la abrazo. Lucille tenía una entrevista de trabajo el día que una empresa que estaba buscando una secretaria llamó a casa para informarle que había sido aceptada para trabajar con ellos, pero Amanda fue quien respondió aquella llamada y mintió diciendo que su hija acababa de aceptar otro trabajo, no le hubiese dicho nada si Lucille no hubiese estado llorando por la tristeza que le causó enterarse por otra persona que contrataron a alguien más aun sabiendo que ella era la mejor candidata, Amanda se sintió tan culpable que confesó lo que hizo, de eso ya había pasado un mes y Lucille seguía furiosa con su madre por haberle robado aquella oportunidad solo por el egoísmo de no querer dejarla volar por su cuenta, quien viera la situación desde fuera y no supiera los detalles pensarían que Lucille era una malagradecida que recibía todo de sus padres, pero que no apreciaba nada, sin embargo, ella recibía mucho porque sus padres querían seguir controlando su existencia y eso les daba culpa, pero no dejaban de hacerlo. — ¿Dónde vas? — pregunto Omar al verla bajar. — ¡Que te importa! — gruñó con rabia pasando de largo. — Te he dicho que la ignores, anda rabiosa por todo. — Anette rodó los ojos. — Pero ha salido de casa, es bastante noche y no debería andar vagando sola por las calles, es peligroso. — fue a sentarse junto a su novia a la sala. — No va a ir muy lejos, sabe que la abuela la va a dejar durmiendo en la calle si no entra antes de las diez. — encendió la televisión. Lucille salió a sentarse en la acera de la calle porque necesitaba llorar un poco y desahogar todas las frustraciones que estaba sintiendo en aquellos momentos, tocó su reloj inteligente para ver la hora y ya le quedaban solo ocho para ir al aeropuerto, para abandonar todo lo que conocía, el lugar donde creció, todos sus buenos momentos estaban a punto de quedarse atrás y estaba consciente de que a donde iba podría salir adelante si se ponía esa meta, pero acostumbrarse a la nada era algo aterrador y no quería estar en un lugar donde los animales mandaban, tener la posibilidad de despertar con una araña a su lado no era algo que deseaba. Estuvo llorando por un buen rato hasta que se sintió mejor, se secó las pocas lágrimas que le quedaban y se puso en pie con disposición a entrar a la casa, salvo que su abuela ya había cerrado con seguro, por suerte Lucille aprendió a dejar la ventana de su cuarto abierta y aprendió a trepar porque de lo contrario le hubiese tocado escuchar a su padre peleando con la abuela, no tenía ganas de eso. Guardo todo lo que le faltaba en la maleta y al juntar los cierres viendo la maleta completamente cerrada se le volvió a formar un nudo en la garganta, pero esta vez se contuvo las lágrimas antes de acostarse en la cama, como adulta se sentía un verdadero fracaso porque era incapaz de mantenerse por su cuenta, tenía un trabajo miserable, pero sumergida en la oscuridad del cuarto y en una avalancha de ideas comenzó a pensar en cuántas veces su madre pudo haberla saboteado, las posibilidades eran infinitas, sin embargo, ya no servía de nada estar pensando en eso porque ya no iría al trabajo ni tendría su oportunidad de ser independiente. Las horas fueron avanzando y Lucille permaneció con los ojos abiertos pensando en el rancho al que iría, era un lugar precioso según las fotografías, pero aquello podía realizarse con algunas modificaciones de computadora y demás cosas, se estuvo imaginando al señor Pemberton como un hombre engreído que no iba a perder la oportunidad de verlos sobre el hombro cada vez que se dirigiera hacia ellos, muy posiblemente no iba ni a tener la decencia de ir a recibirlos al aeropuerto, quizás sería tan tacaño que su padre tendría que rentar un auto para moverse hasta el rancho y lo imagino siendo un desgraciado obligando a todos a servirle como si fuese el rey. Eran tantas cosas que estaba pensando por su mente que cuando la alarma sonó se sorprendió muchísimo, ya eran las dos de la madrugada y debía levantarse porque partirían de la casa a las tres de la madrugada pues su vuelo salía a las seis de la mañana, debían ser puntuales si no querían perderlo. — ¡Que emoción! — grito Anette corriendo hacia abajo. — ¿Te ayudo? — preguntó Omar que iba detrás de ella. — No. — Lucille pudo bajar sus dos pesadas maletas sin rodar por las escaleras. — ¿Tienen todo? — preguntó Amanda viendo a sus hijas. — Me falta una maleta. — dijo Lucille dándose la vuelta para subir de nuevo. — Espero que tengan mucha suerte a donde van, que tengas éxito y que cumplas todos tus sueños. — Marta beso las mejillas de su hijo. — Gracias y muchas gracias por permitirnos quedarnos todo este tiempo contigo. — le dio un abrazo fuerte. — Nos vemos abuela. — Alicia también quería un abrazo de despedida a pesar de que la volvía loca con sus quejas. — ¡Espero que en Oregón endereces tu camino torcido! — dijo Marta al ver bajar a Lucille llevando su tercera maleta. Ella no le dijo nada y simplemente salió de la casa, no se iba a despedir de la mujer que llevaba seis meses torturándola con sus palabras a pesar de que sus padres se lo pidieron con la mirada, los tres Uber ya los estaban esperando afuera así que, sin más, la familia Shepard partió esa madrugada hacia una nueva aventura en una ciudad al otro lado del país, todos iban emocionados a su manera. En el aeropuerto de Georgia, con sus maletas registradas y con pasajes en mano, todos estaban sentados en la sala de espera, bastante alejados los unos de los otros y Lucille solo observaba videos en su celular mientras movía una de sus piernas que estaba apoyada sobre la otra. — Hija... — Amanda la llamó — Siéntate bien, se te ha subido la falda. — fue bastante discreta con sus palabras. Lucille bajo la pierna y se sentó de forma más recta, había escogido su ropa basándose en el clima para ese día que estaba siendo caluroso desde la madrugada, falda corta de paletones anchos, blusa fresca y holgada, calcetines oscuros y un par de zapatillas deportivas All Star, la joyería de siempre y el cabello atado en un moño flojo. Eran cuatro horas de vuelo y quería estar cómoda durante todo ese recorrido porque no quería llorar de nuevo dejando la ciudad de su infancia muy lejos, cuando los llamaron a abordar el vuelo, todos se pusieron en pie para ir a hacer la fila, Lucille llevaba una mochila pequeña en su espalda, no iba a mandar sus cosas electrónicas dentro de las maletas grandes porque muy seguramente no llegarían al destino al que iban, así de mal estaba la seguridad. — Quita ese puchero... — Omer le tomo las mejillas con una mano — Pareces una niña pequeña haciendo berrinche. — la movió de un lado a otro. — ¡Que molestas! — le pegó un manotazo para alejarlo mientras seguían haciendo fila. — ¿Me prestas tus cascos? — pregunto Anette. — ¿Y los tuyos? — Lucille alzó una ceja. — Los deje en la maleta, se me olvidaron. — se encogió de hombros. — Que mala suerte, yo los voy a ocupar durante el vuelo. — siguió avanzando y entregó el boleto a la azafata. — Tú tienes tres pares, no seas tan desgraciada y préstame unos. — su hermana se molestó un poco. — Tenía tres, eso hasta que tu novio decidió tomar unos sin pedirme permiso y el muy idiota los perdió. — los vio sobre el hombro. — Lucille, deja de ir peleando y Ninette, deja de estar molestando a tu hermana que tú siempre pierdes todo. — William intervino porque las personas voltearon a verlos. — Gracias a Dios no me toco sentarme con ellos. — rodó los ojos al entrar finalmente al avión. Lo bueno que hizo el señor Pemberton por ellos fue darles boletos en primera clase, así que iban a viajar mucho más cómodos que en clase turista o clase económica, Lucille se acomodó en el asiento y se puso los cascos una vez estuvieron en el aire porque quería disfrutar de sus peculiares gustos musicales, una ensalada de ritmos. Cuatro horas de música no fueron para nada malas, recibieron un pequeño desayuno y después de eso Lucille aprovecho para dar una siesta antes de llegar a Oregón, para eso no tuvo necesidad de quitarse los cascos ni bajar el volumen de la música, iba cansada por no haber podido dormir durante la noche. — A pesar de que los asientos eran cómodos, me duele la espalda. — Amanda se estiró un poco una vez estaban esperando sus maletas frente a la cinta transportadora. — Papá ¿Cuándo me irán a matricular a la nueva escuela? — preguntó Alicia tomada de la mano de su padre. — Vamos a tomarnos dos semanas para aclimatarnos al rancho, después comenzaremos a hacer las gestiones para eso. — William pasó el brazo por los hombros de su hija. — Dos semanas para acostumbrarnos a la peste de vacas y gallinas. — Lucille empujó su carrito ya con las maletas arriba. — Eres la nube oscura sobre nuestro perfecto día. — comentó Ninette con molestia. — Hija, por favor... — Amanda le tomó el brazo — Ten paciencia y no estes molestando a tu hermana, no para todos es fácil el momento de cambio. — la regañó suavemente. — Si, yo se. — rodó los ojos. Todos juntaron sus maletas y comenzaron a caminar rumbo a la salida donde William ya sabía que los iban a estar esperando, Daniel se lo había dicho en un correo, lo que no espero nunca fue ver a su propio jefe sosteniendo una pequeña pizarra con su apellido, apenas ambos hombres se vieron sonrieron y estrecharon sus manos antes de compartir un abrazo fuerte. Lucille se quedó muy detrás de su familia mientras observaba la escena frente a ella, el hombre que acababa de recibirlos era uno muy alto, mucho más alto que su padre y tenía un cuerpo muy fornido quizás gracias al trabajo del rancho; Daniel Pemberton era un hombre que quizás estaba en sus treinta años, un poco más un poco menos, no importaba mucho, tenía una altura de dos metros posiblemente, podía calcularlo porque su padre medía un metro noventa y cinco, el cabello castaño oscuro del hombre le caía hasta la nuca con un corte bastante decente y tenía una barba tupida muy bien cuidada, sus brazos tenía vellos oscuros, en los dorsos de sus manos se marcaban venas y la camisa de algunos botones abiertos dejaba ver su marcado pecho. Daniel era todo lo que Lucille vio en aquellas imágenes, salvo que se veía mejor con vaqueros y camisas informales que con trajes, corbatas a juego y el cabello corto; realmente no esperaba que fuera tan atractivo en persona y su presencia era atrayente, hipnótica e imponente, acercándose un poco más pudo ver el color de sus iris, un marrón tan oscuro como su cabello, techados por espesas pestañas que convertían su mirada en algo penetrante, por un segundo de contacto visual Lucille sufrió un escalofrío por toda su columna vertebral y la sonrisa ladina dirigida hacia ella causó más sensaciones que esfumó de su mente con rapidez recordándose que aquel era el jefe de su padre.
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