VII Llegó el otoño, lluvioso, cenagoso sin sol. Sólo raras veces teníamos trabajo. Me pasaba parado hasta tres días seguidos. Para no morirme de hambre hacía cosas por completo ajenas a mi oficio; llevaba agua cavaba, recibiendo por ello veinte copecks de jornal. El doctor Blagovo se había marchado a Petensburgo. A mi hermana no había vuelto a verla. Nabó había caído enfermo y no abandonaba ya el lecho, esperando la muerte. Mi humor era también otoñal. Vivía de nuevo en la ciudad, y lo que veía me inspiraba una repugnancia profunda. Convertido en un simple obrero, contemplaba la vida de mis paisanos desde un nuevo punto de vista. Los que yo consideraba menos sinvergüenzas se revelaban ahora a mis ojos en toda su vileza, crueles, sin escrúpulos, capaces de toda maldad. Nos engañaban a