Capítulo 17

1082 Words
La señora Samantha dormía y fuera de su habitación se escuchaba un golpeteo, seguro era su vecino, pero ya iba a ver, pensó la señora Samantha al levantarse, estaba muy molesta, llevaba una bata blanca gigante, y tenía rulos en el cabello. La habitación de la Señora Samantha a diferencia del resto de su casa estaba en completo orden, había mucha diferencia entre una pared y otra, un viejo papel tapiz cubría toda la pared, con adornos de flores silvestres, había muy cosas en la habitación, aparte de su casa, solo había una mesa de noche, sus pantuflas estaban bien alineadas a la espera de los pies de su dueña. La señora Samantha agarró parecía estar muy enojada al momento que abrió la puerta, se dio cuenta que el ruido provenía de su misma puerta, lo cual la enojó aún más. —¿Y ahora quien podrá ser? ¡Estas no son horas! —dijo la señora Samantha para si misma mientras caminaba dando zancadas. Al abrir la puerta era Esther, que estaba allí frente a ella con una gran sonrisa. Una chica de piel canela, con cabello de rulos, dientes completamente blancos: como si acabará de venir del odontólogo. —¡Buenos días! señito —dijo Esther entrando a el apartamento sin ser invitada. A la señora Samantha le hervía la sangre cada vez que escuchaba la palabra señito, y aunque era algo que no le gustaba, no había podido corregir ese vocabulario tan tosco de Esther. —Aquí les traje las provisiones, dijo mientras colocaba las cosas en el suelo, y empezaba a quitar cosas de la cocina. Ya la señora Samantha había gastado mucha saliva en decirle lo que le gustaba o no, pero Esther hacía lo que quería con ella. —Hola Paolito bello —dijo Esther dirigiéndose al pez carnívoro. —No es Paolito, es Paolo, y no te va a responder, aún no ha aprendido hablar —dijo de forma sarcástica la señora Samantha en ese momento. —Veo que está muy enérgica hoy señito. —No me desordenes muchos las cosas. —Ja, ja, ja —empezó Esther a reír a carcajadas, mientras miraba a la señora Samantha; una lagrima rodó por su mejilla en ese momento. Aunque Esther había tratado de ordenar, siempre la señora Samantha buscaba la forma de meter cosas a la casa, hasta tal punto de que era difícil abrirse camino para pasar de un lugar a otro. Había un montón de cajas que amenazaban con cada soplo de viento que se colaba por alguna ventana, en caer encima de la pecera de Paolo. —Podemos mover estas cajas de… —¡No! —interrumpió la señora Samantha al instante. Pero Esther tenía algo aun de control sobre ella. —El Pastor Jacobo creo que me comentó… —dijo Esther colocando su mano en la barbilla —…que tiene un cuarto esperándola en nuestras instalaciones. —Está bien, muévelos —dijo la señora Samantha a regañadientes. Esther se rio un poco con disimulo, guiñándole un ojo al pobre Paolo que estaba a punto de ser aplastado. —Bueno, hoy cocinaré algo rico, déjelo todo en mis manos, si quiere puede ir durmiendo. —Ya que, si ya me quitaste el sueño —dijo la señora Samantha con algo de resignación. Fuera del apartamento, un leve ruido se escuchó repentinamente. —¿Escuchaste eso? —le dijo a Esther. —¿Qué cosa? —¡Hay no hija, tú estás sorda! Esther no le prestó mucha atención, mientras que desapareció dentro del desorden que tenía la señora Samantha en su amplio salón. La señora Samantha se dirigió de nuevo a la puerta, para mirar por la rendija de su puerta, y de nuevo había un relajo parcial en las afueras del pasillo, cuando la gente caminaba, conversaba e incluso gritaban. La señora Samantha abrió la puerta algo molesta, gritándoles a todos. —¡Quieren callarse! ¡aquí vivimos personas decentes! Las cuales necesitamos descansar. Los gritos fueron tan altos, que la puerta de Mario se abrió inmediatamente, para ver su rostro pálido el cual veía a la señora Samantha. Todos los presentes se habían quedado callados, por la leve interrupción. Mario tenía en ese momento una cara casi de disculpas, pero con lo mal que se portaba su vecina con él, solo ignoró todo. El primero que estaba en la fila entró a su casa, y luego Mario con su mirada en su vecina cerró la puerta nuevamente. Los que quedaron en la fila, quedaron sin saber que hacer, todos veían a la señora Samantha como a una maestra en un salón de clases. Al cerrarse la puerta nuevamente todos empezaron a murmurar, la fila parecía que se había duplicado, todos en el pasillo querían hablar con Mario. La señora Samantha entra a su casa, Esther está a los lejos. —¡Mira niña! ¡ven aquí! —dijo la señora Samantha llamando a Esther en ese momento. Esther caminó contrariada. —¿Qué pasa? —¡Puedes mirar por aquí por favor! —le dijo la señora Samantha a Esther, señalando la rendija de la puerta. Esther que no entendía lo que estaba pasando, aun la miraba contrariada. —¿Para qué quiere que mire? —Solo hazlo y dime que ves —el rostro de la señora Samantha era más como de súplica, que como de mandato, por lo cual Esther accedió. —¡Ajá! Veamos —dijo Esther pegándose a la puerta. Esther miró por unos cinco segundos. —¡Oh que bien! debería instalar uno de estos en mi casa, es como ver televisión en vivo —dijo Esther con un tono chistoso en sus palabras. —¿Qué ves? —Lo mismo que vería cualquier persona, un pasillo. —¡Apártate! —le dijo la señora Samantha a Esther molesta por su ineptitud y su burla respecto al tema. —Pero no se moleste —dijo Esther sobándose un poco el hombro, pues la señora Samantha la había quitado casi a la fuerza. Esther se perdió de nuevo en los escombros, meneando la cabeza de lado a lado, y a punto de perder la vocación de ayuda que tenía y la paciencia. La señora Samantha estaba muy sorprendida a ver que el pasillo se encontraba completamente vacío, o algo estaba mal, o Mario escondía muy rápido a todas esas personas en su casa, así que lo tendría vigilado las veinticuatro horas, para ver cuál era el truco.
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