Su atuendo es relajado, pero deja entrever la perfección de su abdomen, marcado y definido, gracias a una camisa corta, holgada y sin mangas en tonos claros. El contraste con sus pantalones negros de tiro alto y las sandalias de tacón elevadas hace resaltar aún más su figura. Debo admitir que esperaba encontrarla con una vestimenta más atrevida y provocativa, pero es una grata sorpresa para la vista.
"Esto podría funcionar", me digo mientras acaricio con la mirada ese cuerpo y tomo una primera foto. Ella me busca en el restaurante, y su rostro se ilumina al encontrarme, esperándola. No podía ser de otra manera. Nathaly está acostumbrada a los mejores lugares, su seguridad lo demuestra con cada paso que da.
—Ha sido una gran cena, lo reconozco, pero tenía en mente otro tipo de... comida —susurra con picardía, mientras sus manos recorren lentamente mi brazo, su voz cargada de insinuaciones.
Sonrío, complacido por lo fácil que todo fluye con esta mujer. Yoshua puede tratarla como a una niña, pero está claro que no lo es.
—Tranquila, planeo que seas mi postre —le digo al acercarme a su oído, rodeando su cintura con un brazo.
Su sonrisa se ensancha, juguetona, mientras nos dirigimos hacia el coche. El vidrio polarizado del vehículo nos ofrece la privacidad suficiente para dar rienda suelta a un primer juego. Sus labios, hábiles y expertos, recorren mi piel con una destreza que solo la experiencia otorga. Es buena, cualquier hombre se moriría por estar en mi lugar, pero, a pesar de la calidad del beso, siento que le falta algo... una chispa que debería encenderme, pero no lo hace del todo.
Nos dirigimos a un lugar especial para esta noche.
—Ponte esto —le entrego una cinta negra—. No puedes saber a dónde te llevo, y una vez allí, tendrás que usar un antifaz. No querrás que nadie te reconozca... además, te ayudará a soltarte —le explico con una sonrisa. Ella me mira intrigada.
—¿Tú también usarás uno? —pregunta, con una mezcla de curiosidad y deseo en la voz.
Abro la guantera y le muestro los dos antifaces. Muerde su labio inferior, evaluando si confiar en mí o no, pero finalmente cede, cubriéndose los ojos con una sonrisa cómplice, como una niña a punto de cometer una travesura. Solo que esta travesura es para adultos.
Llegamos a un club exclusivo, un lugar que para la mayoría no es más que un mito. La élite de la ciudad se reúne aquí, en un espacio donde las reglas del mundo exterior no aplican. La música y el suave aroma que inunda el aire le dan un toque irreal al lugar, haciéndolo aún más seductor.
—Esto es increíble —dice Nathaly, fascinada, mientras observa a una pareja prácticamente teniendo sexo en un lujoso sillón de cuero, mientras otra charla animadamente en la barra—. Es como esas películas de mafiosos de alto presupuesto.
Me río ante su comentario.
—Aún queda mucho por ver, y seguirás pensando que estás en una película —le digo, aunque, en el fondo, disfruto menos de lo que esperaba el espectáculo y su reacción.
Con un trago en la mano, recorremos el club hasta llegar a una habitación privada que he reservado para nosotros. Es un espacio mediano, con una cama con dosel en el centro y algunos "accesorios" que pedí de manera expresa.
—¿Tres espejos? Vaya, parece un poco excesivo —comenta Nathaly, riendo, mientras intenta quitarse el antifaz. La detengo con suavidad.
—No lo haría si fuera tú —le advierto, oprimiendo un interruptor en la pared. De inmediato, uno de los espejos se convierte en una ventana de vidrio que nos permite observar lo que sucede en la habitación contigua—. ¿Te gusta mirar? —le pregunto, seguro de su respuesta por cómo ha reaccionado desde que entramos.
—¿Y los otros espejos? ¿Son iguales? —pregunta fascinada, mientras observa a un trío en acción del otro lado: dos mujeres y un hombre. Una cabalga sobre él, mientras la otra recibe sexo oral.
—Solo uno más —le respondo, notando cómo su atención se fija completamente en lo que ocurre tras el vidrio. Aunque sigue vestida, su rostro delata la excitación que le provoca lo que ve.
—¿Ellos pueden vernos? —pregunta con una mezcla de curiosidad y deseo.
—Si nosotros los miramos, ellos también pueden hacerlo. Oprime el interruptor de la otra pared —le sugiero, señalando el botón. Sin dudarlo, lo activa. El segundo espejo revela otra escena: una pareja atada en un juego de correas y amarres.
Nathaly observa con detenimiento, embelesada por el espectáculo. No es mi estilo; lo encuentro un poco "Cincuenta sombras de Grey", pero muchas mujeres han fantaseado con eso desde la película. Está tan concentrada que salta cuando enciendo el sonido, dejándola escuchar lo que sucede en la otra habitación.
El Sebastián de hace dos noches la habría desnudado y pegado contra el espejo. Habría separado sus piernas, la habría hecho correrse primero con mis dedos, asegurándome de que la pareja de al lado nos viera, y luego la habría llevado a la cama, usando algunos de los juguetes que pedí especialmente para esta noche. Pero hoy... aunque lo estoy disfrutando, algo me falta. No siento la satisfacción que esperaba.
Nathaly está completamente a mi disposición. Retiro su camisa, revelando un hermoso sostén n***o de encaje. Está encendida, y sé que me dejaría hacer lo que quisiera. Pero su piel desnuda no tiene las marcas de la noche anterior; no huele como la piel de Sophía, y eso me ofusca. Sus manos se cuelan bajo mi camisa, recorriendo mi piel, pero cuando intenta desabotonarla, la detengo.
—Vamos a cambiar el juego, preciosa —digo, sorprendido por lo que estoy pensando.
No quiero que toque las marcas en mi piel, y menos que se crea con derecho a dejar nuevas. A ella no se lo permitiría. Haré una última jugada, un intento desesperado por encender mi cuerpo y devolver las cosas a su cauce natural, como deberían ser.
—Ponte esto, y quiero verte mientras te satisfaces mirándolos a ellos.
Mira el pequeño y provocativo traje de mucama que tengo en la mano. Sin protestar, lo toma.
—Así que un hombre como tú también tiene este tipo de fantasías —comenta mientras cambia sus ropas por las nuevas, y debo admitir que le quedan absurdamente bien. Sin embargo, aún le falta esa chispa que me haga desear estar entre sus piernas.
—Todos los hombres tenemos fantasías. Déjame no solo verte, sino también escucharte —le digo, entregándole un par de juguetes para ayudarla en la tarea, asegurándome de que no sea solo su mano y las imágenes lo que la lleven al placer.